Quienes creyeron que el nuevo milenio iba a profundizar los derechos humanos, se equivocaron. Los crímenes de lesa humanidad, el genocidio aberrante contra pueblos enteros así lo confirman. Aunque nunca antes como ahora han coexistido infinidades de normas, organismos internacionales y autoridades encargadas de proteger la vida y la dignidad y, sin embargo, jamás como el más de medio siglo que se extendió desde la proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) hasta nuestros días, se han registrado tantas y tan atroces violaciones de las garantías fundamentales.
Una de las contradicciones desafiantes es cómo el bienintencionado discurso sobre los derechos humanos que producen los Estados y las instituciones internacionales tiene como escenario una desdichada realidad sobre todo respecto al derecho a la vida. Esta dramática paradoja que contrasta entre la teoría y la práctica, entre los derechos humanos y la cotidianidad de la vida, deja en evidencia que no es posible que mediante la intervención de los aparatos internacionales y estatales, sean superadas las violaciones.
Se requiere la participación activa de los pueblos, movimientos sociales, partidos políticos, las comunidades para que tenga lugar el cumplimiento de las promesas contenidas en las declaraciones y convenciones internacionales y regionales en materia de los derechos humanos. Es un tema que debe ser reivindicado por la sociedad civil. El sindicato de naciones poderosas que conforman la OTAN, al igual que la ONU y la OEA, entre otros organismos internacionales que avalan y apoyan el actual sistema mundial, son instituciones que a las decisiones sobre los crímenes y la destrucción les brindan soporte y "legitimidad democrática".
El complejo militar-industrial utilizó su poder para modificar las instituciones según su propia conveniencia. La OTAN quizá la más dañina tiene como función filtrar y adecuar las grandes opciones de carácter estratégicos que faciliten las orientaciones para el dominio del mundo, no hay reglas, todo es válido. Debemos insistir en que un ser humano como realidad singular es el epicentro del universo.
Por tanto, la idea de la dignidad humana es el núcleo de los derechos humanos. Los seres humanos no somos animales de rebaños sino conciencias en libertad, y a pesar del carácter profano de las mujeres y los hombres, las personas son sagradas porque en ellas palpita la humanidad. Las primeras palabras de la Declaración Universal, nos recuerda: "Todos los hombres nacen libres e iguales en dignidad y derechos".
La realidad que ofrece nuestra hermosa Tierra en el respeto a los derechos humanos nos acusa de faltos de humanidad. Mientras haya innumerables crímenes amañados con la impunidad, mientras la mayor parte del género humano viva en el hambre y en las injusticias para morir en el abandono y en la ignorancia, el documento que fue adoptado el 10 de diciembre de 1948 en París, continuará siendo letra hueca y vana. El espectáculo que ofrece el mundo en su entorno al margen de los derechos humanos, sin duda, nos ancla en el pesimismo.
Estamos apreciando guerras insólitas, guerras de contención contra aquellos que están luchando para gozar plenamente de sus derechos fundamentales. Un aparte del preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas, conmina a las naciones "a reafirmar su fe en los Derechos Humanos fundamentales, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres, y de las naciones grandes y pequeñas".
Desde el primer momento en que esta gran tarea sobre la codificación de los Derechos Humanos se terminaba en 1948, surgían sus críticos, uno de ellos el filósofo Jacques Maritain, quien cristalizó: "La función del lenguaje ha sido pervertida de tal manera, se ha hecho mentir de tal modo a las palabras más verdadera, que para dar a los pueblos la fe en los derechos del hombre no bastarían las más bellas y las más solemnes declaraciones. Lo que se reclama a quienes las suscriben es que las pongan en práctica, es que encuentren la manera de hacer respetar efectivamente los derechos del hombre por parte de los estados y gobiernos". Esto no ha variado en nada. En fin, estas libertades enunciadas serán siempre ilusorias en tanto exista el depredador y criminal capitalismo salvaje, generador de la maldad, el individualismo, la exclusión y el egoísmo.
Sólo el Pueblo salva el Pueblo he ahí el desafío de los Derechos Humanos para que resplandezca la dignidad de los Pueblos y a la postre la consecución de un hábitat humanizado ante la vorágine del capitalismo salvaje que está exterminando toda forma de vida en nuestra hermosa Tierra y pretende llevarse consigo a la humanidad.