No voy a opinar sobre la pertinencia o no de las declaraciones de Juan Barreto. Soy de los que creo que el palo se da y no se avisa. Creo también que en el centro de una feroz campaña electoral darle papita a la contra es una necedad. No creo en las reglas de caballerosidad en un combate en el cual el enemigo es miserable. A la contra hay que darle duro, a la cabeza y si es posible sin que se entere de donde le vino el palo. Creo en un puño de hierro con guante de seda. ¡Cosas mías compatriotas! De modo que ese no es el punto. Aquí el punto es justamente todo lo contrario, lo que la contra puede hacer con cualquier desliz nuestro. Aquí el punto es justamente la condición inmoral, la hipocresía y el cinismo del enemigo.
Resulta que lo que nos ha fallado no ha sido precisamente el verbo. En eso tenemos verdaderos campeones. Si no me creen, oigan y vean. ¡Uf! ¡Cómo arroz! Hemos fallado en la acción. Hemos fallado donde no se debe fallar. Hemos sido más que tarugos a la hora de asestar el golpe duro y al suiche cuando el enemigo está pagando. Este dúo dinámico formado por Capriles Radonsky y Leopoldo López no debería haber estado en ese acto recibiendo latigazos de la lengua de Juan Barreto. Ambos deberían estar presos recibiendo otras cosas de otros delincuentes como ellos. Bajo cualquier estado de derecho que se respete ambos estarían presos. De estar donde debieran el verbo de Juan habría podido transcurrir por otros predios más suaves y menos alarmantes. Habría tenido Juan menos necesidad de encontrar satisfacción y más de construir con su verbo.
Venezuela pudo verlos hoy –a estos dos delincuentes sin castigo- rasgarse las vestiduras y hacer pucheros ante el lenguaje “violento” de Juan. Llamaban a una Venezuela en paz, una Venezuela en armonía, una Venezuela sin resentimientos, una Venezuela donde no se inculque el odio, etc., etc. Un show grotesco que sorprendió a una clase media –y menos media también- invocando la paz y resaltando el carácter violento de la revolución bolivariana. Resulta que la característica de estos tiempos es la amnesia inducida. La avalancha de noticias es tal que la gente las colecciona como barajitas. Sólo en un país amnésico puede este par de delincuentes invocar la ley para que se castigue el lenguaje violento de Juan Barreto.
Cuando los veía invocar la majestad de la Ley recordé a Capriles Radonsky el 12 de abril de 2002. Las imágenes del brutal asedio a la Embajada de Cuba –promovido por él-, los automóviles destrozados y hasta el intento de incendiarla, pasaban en estampida por mi mente. También pasaron esas imágenes linchando literalmente a Tarek William o Rodríguez Chacín, quien para el momento era ministro de Interior.
¡Cómo olvidar a Leopoldo diciendo en el programa de Napoleón Bravo, cómo le había quitado las llaves a los carros que bajaban de Tazón para trancar Fuerte Tiuna, sin importarle los muertos que hubiesen podido haber si, en medio de un golpe de estado, se produce un tiroteo en el cuartel más grande de Venezuela! ¡Hermosa la imagen de este gaznápiro violento con careta antigás y una china profesional, disparando metras de plomo a la Guardia Nacional en plena guarimba! ¿Qué me dicen de Capriles Radonsky en cadena nacional de radio y televisión privada señalando con lucecitas de lo más cuchi los lugares cerrados por la guarimba, instruyendo a sus huestes como un general en batalla?
¿Cómo puede a estas alturas del juego seguir esta gente jodiendo? ¿Cómo podemos darles papita para que asusten a una clase media disociada más de lo que ya está? Ese es el punto. Hace unos días oí –con toda solemnidad- al Fiscal General dar una clase sobre la fuerza probatoria de los videos. Decía, “Un video es una prueba absoluta de un hecho que de suyo es público y notorio” Yo me pregunto, y le pregunto a todos mis compatriotas, ¿Cuántos kilómetros de video existen como para que estos dos balurdos y muchos otros estén bien presos? Si me disculpan…ese es el punto, todo lo demás…agua para los molinos de la contra.