Quienes somos hijos de migrantes sabemos por cuenta propia de las dificultades encontradas por nuestros padres desde el momento de salir de sus terruños originarios y por supuesto también de lo que significa empezar una experiencia de vida en un país distinto. En los años 90, época de mi adolescencia, recuerdo numerosos episodios relacionados con cuerpos uniformados como la Guardia Nacional o la Policía Metropolitana, donde el maltrato, el arrebato o la persecución hacia nuestros padres, amigos o familiares por su condición de colombianos, era una constante que hablaba del pensamiento dominante xenófobo en la Venezuela de la llamada cuarta República, potenciado ideológica y políticamente por los gobiernos de turno, donde la doble moral de la burguesía criolla era de niveles ensordecedores, ya que por un lado incentivaba el anti-colombianismo y por otro empleaba en sus hogares para el servicio doméstico a colombianos indocumentados incluso, por citar ese ejemplo. Pero sin duda que también a niveles populares, lógicamente que la integración fue inevitable. Hoy somos unos cuantos venezolanos que tenemos nuestros orígenes familiares de aquel lado de la frontera.
Para millones de colombianos en los años 70, 80 y 90, venir hasta Venezuela significó una oportunidad de vida y un escape de un país en donde yace un Estado que ha desplazado, arremetido y ha cometido crímenes de todo tipo contra una población que ante su total indefensión le llevó a dar forma a una diáspora de las más cuantitativas por el mundo. Las razones bien conocidas son, que se pueden resumir brevemente diciendo que ha sido las consecuencias de la política entreguista y mafiosa de una clase dominante, elitista, racista, autoritaria, militarista y cruenta, que ha despachado la conflictividad de tantos años con violencia política y el asesinato de miles y miles; a saber de dirigentes políticos, sindicalistas, ambientalistas, estudiantes, campesinos, donde la creación de cuerpos armados paraestatales como los paramilitares, han materializado una de las historias más sangrientas en América Latina.
Las migraciones son fundamentalmente eso, el resultado del desplazamiento económico de amplios sectores al que le han sido arrebatados sus derechos elementales, tales como vivienda, comida, educación y seguridad social, que pueden darse en tiempos de guerra o como respuestas a decisiones políticas que excluyen a la mayoría poblacional de una sociedad sin alternativas para contrarrestar los ajustes hambreadores de gobiernos que en tiempos de crisis descargan sobre los trabajadores el peso de lo que han provocado pero que lógicamente no asumen. El "anti-colombianismo" en Venezuela fue tan nocivo como lo es el "anti-venezolanismo" que se gesta en Colombia. Eso le sirve muchísimo a las castas de poder que ni solucionaron los grandes problemas de Venezuela en su momento, ni solucionaran los grandes problemas que padece la mayoría de los colombianos.
Maduro, Cabello y compañía, han echado de Venezuela a cualquier cantidad de millones nacidos en estas tierras que ciertamente siempre fue un lugar de oportunidades para muchos de diversas partes del mundo y eso explica parte de la tragedia que estamos viviendo con la cúpula del PSUV-Gobierno, que nos ha arrebatado gran parte de lo que significa VENEZUELA, más aun durante los mejores años del proceso bolivariano. Por tanto, nuestro mayor rechazo, para ser consecuentes con lo que somos, desde el punto de vista progresista, tiene que estar dirigido contra los principales responsables de este desastre que estamos viviendo. Lo contrario sería hacernos cómplices de algo que no es digno de nuestro recorrido, porque entonces indica que no hemos aprendido nada y no es como dice Pedro Carvajalino, quien comentaba en una entrevista que nuestro país sigue siendo "un punto vital de referencias y de esperanzas" y que él como inmigrante colombiano daba fe de ello. Toda una abstracción para justificar al cogollo psuvista y en donde las posibilidades a las que aduce el conductor del programa "Zurda Konducta" en las circunstancias actuales se reducen a ser un epígono al servicio policial de la burocracia "Maduro-Cabellista"
El pueblo colombiano se equivoca en su respuesta a la masiva entrada de venezolanos si actúa con lógica chovinista. Es un momento para abrir la cabeza, para recordarle a la casta política que son millones los colombianos regados por el mundo que también fueron echados por sus gobiernos durante décadas y la ocasión está devolviendo una oportunidad histórica para exigir que sea con debate democrático que se aborde un tema que se le puede anexar a la paz tan pregonada por Santos, que incluso podría ser parte de la campaña presidencial de Mayo, donde encontrar una salida respecto a los venezolanos puede ser punto de un programa que perfile la disputa a favor de políticas públicas que convoque a amplios sectores golpeados porque los mismos fenómenos que acompañan a las migraciones, tales como inseguridad, desempleo, pobreza, desigualdad o educación son en esencia los grandes males que padece la mayoría de los colombianos. La xenofobia envenena la posibilidad de poder construir orgánica para las luchas con autonomía de clase más allá de nuestra nacionalidad, credo o raza; nos hace presa fácil de nuestros verdaderos enemigos y nos distrae de las razones de fondo que llevan a que seamos oprimidos como pueblos. Nos nubla para entender que la base de la política de Santos y de Maduro es la misma (Extractivismo, corrupción, entreguismo al capital financiero mundial, régimen fiscal al servicio de los poderosos, salarios de miseria, etcétera) independientemente de la retórica que cada uno usa a ambos lados de la frontera.
Hace falta comenzar a tejer una relación de solidaridad que potencie la hermandad con criterio político y que nos ponga a la altura de la situación que estamos viviendo. Desde Colombia si de verdad quieren dar muestras de estar en contra de Maduro entonces no le imiten con rechazos automáticos a nuestros hermanos venezolanos que están llegando por allá y no pierdan en perspectiva que por acá hay gente peleando por sacarnos de encima el lastre PSUV-Oposición clásica (ex MUD) y que apostaremos siempre porque los nuestros vuelvan algún día pero en una Venezuela totalmente distinta y nosotros no perdemos en perspectivas que el pueblo colombiano también es nuestro y que debe apuntar contra los auténticos invasores que son las transnacionales con sus bases militares que se llevan las riquezas que le pertenecen a 50 millones de habitantes y sobre todo gobiernos que se lo permiten con su entreguismo. Santos y Maduro son nuestros enemigos, es una claridad inicial para levantar propósitos comunes como pueblos.