Un viejo amigo y militante me contaba hace tiempo que en San Félix, una ciudad del sur del país se escucha una historia cuyo centro es un joven sin empleo, que se propuso ir cerca de las minas de oro a vender conservas de coco en efectivo y con ganado al final de cada jornada, disponía de algo que le permitiera subsistir junto con su familia. Iba y venía cada día en autobús, hasta que se hizo rutinario el caluroso recorrido durante meses. Una tarde no volvió, la siguiente tampoco...
Su familia empezó a caminar un “vía crucis”, buscando en los hospitales y morgues. Preguntando en los autobuses, en el mercado donde compraba las cosas para hacer las conservas de coco y claro que cerca de las minas donde vendía sus productos. Nadie supo nada, desde que se esfumo...
Tiempos después hay gente que todavía se preguntan por él, un hombre cuyo nombre no se recuerda, más si su historia; y algunos que no olvidaron su rostro dicen que parece que lo vieron trabajando en las minas de oro, pero esclavizado por las mafias que operan en la zona. Seguramente su familia denuncio su desaparición antes las autoridades, seguramente ningún órgano investigo, así que termino en esto: una triste leyenda urbana. Una leyenda que transcribo a mas de dos mil kilómetros de donde se supone que ocurrió, para decir que en Venezuela, no hace falta que los índices de desaparecidos y desaparecidas rompan un récord para sea un asunto de Estado, dicho de otro modo: cada desaparecido, cada desaparecida importa y hay que dedicar los recursos necesarios para encontrarlos.
Cuando escuche esta historia, el primer desaparecido que se me vino a la memoria fue Alcedo Mora, que justo el veintisiete de febrero pasado cumplió cuatro años de desaparecido. Alcedo Mora antes de su desaparición desarrollaba su militancia en las filas del chavismo y había realizado denuncias públicas relacionadas con la corrupción en Petróleos de Venezuela S.A., específicamente en su Estado Mérida, de donde es natal. Hoy su familia y algunas organizaciones de derechos humanos siguen demandando del Estado venezolano una investigación cuyos resultados sea creíbles.
Las personas no se esfuman, son desaparecidos gracias a una causa, un perpetrador y un autor intelectual. Hacer justicia significa encontrar a los desaparecidos o desaparecidas, la causa, al perpetrador, su autor intelectual y que estos últimos asuman su responsabilidad. La responsabilidad de los que quedamos es que no se olviden y demandar justicia, sino pregúntenles a los mexicanos y en particular a los familiares de los cuarenta y tres de Ayotzinapa.