Tres sucesos marcaron la agenda informativa y política de la semana pasada, además de constituir, cada uno de ellos, un ejemplo de cómo operan los mecanismos de añienación ideológica y convertirse en "casos de conciencia", en el sentido de impactar los esquemas valorativos, éticos y políticos, de individuos y grupos: la tortura y el asesinato de un capitán de la aviación, acusado por el gobierno de concebir un plan "terrorista"; la herida que le destrozó los ojos de un adolescente que protestaba por la escasez de gas doméstico, y la detención arbitraria en Valencia y la exposición pública, con explosivos y armas evidentemente "sembradas", de un "militante de la revolución". Los tres hechos antecedieron en cuestión de días a la presentación del informe sobre derechos humanos en el país por parte de Michelle Bachelet, la comisionada de la ONU.
No insistiré en los detalles de cada hecho en particular. Ya en Venezuela se ha establecido un esquema informativo que tiene como principal medio las redes sociales. Allí, en cada esfera cuasi-impermeable de los grupos wassap y twitter de militantes y opinadores de cada extremo, se conocieron de las heridas y tormentos infligidos al Capitán Acosta, la maniobra de ocultamiento judicial que hizo la Fiscalía para tapar la evidencia de la tortura, reduciendo la acusación de los imputados a un homicidio no deliberado y no causado directamente por las "herramientas" que sí fueron empleadas para ocasionarle grandes dolores a la víctima. Jorge Rodríguez y los abundantes medios del gobierno difundieron las características del plan terrorista que tramaba el torturado. Lo interesante, desde el punto de vista psicológico, político y propagandístico, fue la interpretación que cada esfera le dio a los hechos.
La reacción del rebaño fundamentalista, fue predecible. Los opositores no se extrañaron, no tenían nada de particular esos hechos y lo consideraron como algo rutinario de la "dictadura". Hasta parecían satisfacerse con este nuevo ejemplo de la fiereza del "régimen". Por el otro lado, primero se afirmó que aquella atrocidad se la tenía merecida la víctima por la maldad de sus planes y su adscripción a "la agresión imperialista". Frente a las intervenciones sensatas de aquellos del grupo que mantienen todavía cierto recuerdo de las luchas por los derechos humanos, impulsadas incluso por el ahora Fiscal General, y por lo menos distinguían que aquello no debió haber pasado, que estaba reñido, no sólo con la Constitución, sino con banderas históricas de la izquierda que supuestamente está en el poder, apareció una elaboración digna de estudio por los psiquiatras: los ejecutores de aquella atrocidad eran "infiltrados", de la "burguesía", o de la "CIA".
Llama la atención que esa misma visión conspiranoica del mundo, se activó para los otros dos hechos. Los agentes que dispararon contra el muchacho de los ojos destrozados, eran de la policía de una Gobernadora de oposición. Cuando se les mostró el decreto de intervención nacional a ese cuerpo policial, la alienación buscó y encontró un argumento a la mano: fueron infiltrados. En cuanto al profesor de la Misión Sucre en Valencia, detenido en feas circunstancias (algunos testigos señalan que fue golpeado salvajemente en el momento de su aprehensión en el salón de clase), y presentado en el propio programa de TV de Diosdado Cabello, como cabeza de un nuevo plan terrorista, mostrando barras de C4 y un pequeño arsenal, luego de una respuesta casi inmediata de la opinión de las redes sociales (hubo hasta un "twitazo" pidiendo su libertad), en la cual se destacaba la condición "revolucionaria" del "histórico" militante de la Liga Socialista (el mismo partido donde militó Maduro), los mensajes fieramente adulantes del gobierno insistieron en que no había sido éste, sino "los infiltrados" de la CIA o de la burguesía en general, repitieron n veces que "en la Revolución no se tortura", "ni el presidente ni Diosdado son responsables" y alegatos parecidos, como letanías para reafirmar una fe inconmovible ante unos evidentes impactos de la realidad. Aquello llegó al éxtasis cuando circuló una grabación presunta del detenido recién liberado, en la cual incluso le daba unas emocionadas gracias a Diosdado por haberlo reconocido como un solvente "revolucionario". A mí me recordó el caso del pobre Bujarin, quien confesó, evidentemente destrozado psíquica y corporalmente por las torturas, su culpabilidad por unos absurdos delitos ante el tribunal de Stalin, en función de las sangrientas purgas de finales de los veinte en la URSS.
Las interpretaciones siguieron alimentándose de esa capacidad ilimitada de ficcionar para justificarse. Todas esas violaciones de derechos humanos aparecieron como una orquestación a propósito de la presentación del informe de la Bachelet, documento que, si bien dice muchas cosas importantes, no dice otras, como aquella quema de un muchacho presuntamente chavista en Altamira cuando las recordadas "guarimbas" de 2017, o como el asesinato de más de trescientos líderes campesinos. Se "evidenciaba" para los feligreses que aquellos casos no eran más que un montaje de los infiltrados. Hasta Elías Jaua salió twiteando que se trataba de una "derecha endógena" que tiene medios y poder de decisión y arremete "contra lo revolucionario" y "vilipendia, persigue y encarcela". Algunos, más sensatos, llamaban la atención acerca del poder de esos "infiltrados" para determinar incluso el contenido del programa de Diosdado Cabello, el mismo pontífice capaz de calificar el carácter revolucionario del profesor de Valencia.
Me vino a la cabeza aquellas discusiones medievales acerca del desafío para la fe que implica la mera existencia del Mal sobre la Tierra. Argüían los herejes y dudosos, cuasi-ateos, que el Mal era evidente: existe, reina y se multiplica, lo cual era inexplicable si existía un Dios que era todopoderoso y Supremamente Bondadoso. La existencia del Mal mostraba que, o bien Dios no era tan poderoso porque el Mal le vencía mucha veces, o bien no era completamente bueno, porque permitía que el Mal ganara tanto poder. San Agustín y los llamados "Padres de la Iglesia" tuvieron que ponerse las pilas e inventar cualquier cantidad de retorcimientos teológicos que hoy forman parte de la doctrina católica y cristiana en general. Cualquiera de esos argumentos son ejemplo cómo parecer ganar una discusión cambiando el tema. Además, luego vino la Inquisición, para resolver esas discusiones de los infiltrados. Lo importante es que hubiera un rebaño fundamentalista, capaz de tragarse una rueda de molino como si fuera un ostia.
P.D.: El planteamiento del referendo consultivo sigue creciendo. Las piezas del juego político deben barajearse para pasar a otra época. Contra el hambre y la guerra, referendo.