El terremoto en Haití, que afectó de forma particularmente destructiva su capital, ocurrió hace casi una semana. Lo poco que había de un frágil Estado fue destruido, la misión de las Naciones Unidas fue incapaz de ir más allá de rescatar sus propios muertos y heridos, la ayuda internacional tarda y lo que vemos son haitianos ayudando haitianos.
Entre el miércoles y el sábado, caminar por las calles del centro de Puerto Príncipe y de Pétionville era observar el civismo de los haitianos que, muchas veces y como nosotros, sin entender claramente lo que había sucedido, trataban de cuidar de los heridos, rescatar a quienes todavía estaban vivos bajo los escombros y hacerse cargo de sus muertos. Lo que vimos fue, por un lado, solidaridad, por el otro, la ausencia casi total y absoluta de las fuerzas de la ONU y de la ayuda internacional.
¿Por qué? Al final de cuentas, la Minustah [la misión de la ONU en Haití] ¿no estaba ahí hace casi seis años y no decía que actuaba para la estabilización del país y la reconstrucción del Estado haitiano? Cuando nos preguntábamos sobre el por qué de la demora en la distribución de comida y medicinas que estaban en el aeropuerto de Puerto Príncipe para los centenares de millares que se aglomeraban en los campos de refugiados improvisados por doquier, la respuesta era que no existían canales locales capaces de movilizarse para estas tareas.
Hombres y mujeres que habían venido a ayudar, así como las cosas que traían con ellos, se aglomeraban en un aeropuerto controlado por las fuerzas militares estadounidenses, como si se tratara de una operación de guerra.
Después de seis años en Haití, quienes decían que estaban ahí para reconstruir el país no habían entendido nada o muy poca cosa. Cuando fuimos a las plazas y campos de futbol transformados en campos de refugiados, eras las “dame sara”, mujeres que controlan las redes comerciales existentes en el país, quienes garantizaban el acceso de los haitianos a productos; eran aquellas que cocinaban en la calle, “chein jambe”, que ofrecían gallina, espagueti, arroz, frijol y verduras a los haitianos y haitianas aglomerados; eran camiones pertenecientes a empresarios locales que distribuían agua potable. Haitianos ayudando a haitianos.
¿Por qué no aprovechar esta energía y estas redes existentes para hacer llegar la ayuda? Por desconocimiento, tal vez, o puede ser por dudar de su eficacia, o de la posibilidad de que una víctima sea más que una víctima pasiva a la espera de ayuda.
El desconocimiento, mientras tanto, es dudoso. En nuestra visita al batallón brasileño de la Minustah, horas antes del terremoto, pudimos ver en la presentación del coronel João Bernardes un gran conocimiento del funcionamiento de la sociedad haitiana. Desgraciadamente, la falta de ayuda parece estar ligada más a las disputas internacionales por el control del futuro del pueblo haitiano de que a la emergencia de la situación. Sí, los haitianos son víctimas, pero están lejos de la pasividad: por arriba y por abajo, entre las “dame sara” y “chein jambe”, vimos jóvenes scouts removiendo escombros, jóvenes pidiendo ayuda con altoparlantes, médicos haitianos dando atención a los heridos en las calles, monjas haitianas dando los primeros auxilios cuando era posible. Paralelamente, el aparato de la Minustah, cerca de 5,500 militares de diferentes nacionalidades, o estaba parado, o movilizado en la atención a los propios cuadros de la ONU. Los haitianos ayudan a los haitianos, la ONU ayuda a la ONU.
Culpas internacionales
Dos reacciones fueron recurrentes en los días que siguieron a los terremotos. Una, tal vez la más primaria, era responsabilizar a la naturaleza. La otra, responsabilizar a los propios haitianos por el caos que ocurrió después del cataclismo. Finalmente, fueron incapaces de construir un Estado y, por eso, son incapaces de reaccionar.
Ambas reacciones son perversas. No estamos sólo frente un cataclismo natural sino también de una catástrofe social. Y el desmantelamiento del Estado haitiano no es responsabilidad exclusiva de los haitianos, muy por el contrario. País con poco margen de maniobra en el contexto caribeño a lo largo de las décadas de la Guerra fría, vio a las grandes potencias apoyar una dictadura reaccionaria y especialmente violenta; concomitantemente, y especialmente a partir del fin de los años 1970 y a los largo de los años 1980, Haití, como tantos otros países, fue víctima de profesionales encorbatados que aplicaban la misma receta en cualquier lugar: desregulación, Estado mínimo, libre comercio.
Fueron las presiones del FMI y del Banco Mundial que obligaron a Haití a desproteger la producción de arroz al inicio de los años 1980. Haití era, hasta entonces, autosuficiente en arroz. En poco tiempo, no sólo se vio obligado a importar este producto sino que masas de campesinos fueron expulsados del campo hacia la capital del país, aglomerándose en casas precarias, las mismas que se derrumbaron con el terremoto. Tal como ocurrió con el arroz, el cemento también fue afectado. Antes era producido en el país, y desde finales de 1980 fue importado de los EU, lo que obligó a los haitianos a hacer uso de ladrillos pobremente construidos con arena. Loa ladrillos son frágiles y acaban afectando la propia condición de las construcciones. Y podemos seguir adelante para demostrar que el desmantelamiento del Estado haitiano fue obra de la “comunidad internacional”.
Sólo una crítica sistemática del propio carácter de la ayuda internacional en las últimas décadas podrá ayudar a Haití a salir de un atolladero que no fue construido sólo por él. Lo que podemos observar, además de la pasividad de la propia comunidad internacional, capaz de movilizar mundos y fondos, pero incapaz de conversar con las “dame sara” para imaginar una salida creativa para la distribución de ayuda, fue un movimiento más que preocupante.
Millares de soldados estadounidenses ocupan, una vez más, el país, como si hubiese una situación de guerra civil, y Brasil, inmerso hace seis años en todo ese fango, entra en el circo de las potencias que quieren “ayudar” a Haití. Si no tenemos presente el hecho de que Haití es un país soberano y que los haitianos no son víctimas pasivas de catástrofes naturales, difícilmente saldremos del círculo de pobreza y miseria creada por la propia “comunidad internacional”, en la cual Brasil ocupa un trágico lugar central.
(*) Especial para Folha de São Paulo, en Puerto Príncipe
Folha de São Paulo, lunes 18 de enero de 2010.2