El 28 de junio próximo José Manuel Saher Eljuri, el entrañable Chema que hoy nos honramos en honrar, arribaría a su 68° cumpleaños. Podríamos imaginarlo, como Andrés Eloy Blanco al Mariscal de Ayacucho, con la piel tersa aún, erguido en su dignidad de combatiente, rodeado del cariño de los suyos y marchando con la acción y la palabra al lado del pueblo al que amó hasta la entrega de la vida. Hoy, 43 años después de aquel infausto 23 de marzo de 1967, su imagen de muchacho de 25 se mantiene sonriente, y así perdurará, eternamente joven, vencedor de la muerte en la dialéctica del tiempo.
El dolor inenarrable de aquella muerte, acrecentado por la tanta crueldad, vileza y cobardía que la produjo, sigue sin duda crepitando en los corazones en los que se alojó, pero la inmensa grandeza humana contenida en ese breve trozo de existencia sirve para curar y transformar el dolor en orgullo y alegría. Héroe del pueblo, héroe de los obreros, los campesinos y los estudiantes revolucionarios, héroe de los hombres y mujeres humildes a quienes hizo la dación de su amor, no es posible sentirlo de otro modo. Las balas asesinas que destrozaron su cuerpo sólo abrieron surcos para el florecimiento de la causa que inflamó su pecho e iluminó su inteligencia.
Todos conocemos la historia. Su ingreso adolescente a la juventud de Acción Democrática, en esos momentos partido sedicentemente revolucionario y aureolado por la resistencia de diez años contra un régimen militar-policial ferozmente represivo; su rebelión al lado de los más aguerridos combatientes de esa resistencia cuando se reveló la traición de la dirección derechista; su actividad como fundador del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, en el Estado Falcón, y su ingreso a la lucha guerrillera cuando pensó junto con otros camaradas que era la hora del asalto al cielo y que el camino de la victoria se remontaba a las montañas.
Por cierto, el próximo 9 de abril se cumplirán 50 años del nacimiento del MIR, una efeméride revolucionaria de hondo contenido, porque esa organización política, forjada en doble batallar –al exterior del partido raíz, contra la dictadura, y al interior del mismo, contra el envilecimiento de los principios– tiene méritos históricos indudables: fue el primer partido antisistema que al desnudar la falsedad de la democracia representativa se planteó la toma del poder, y el primero en proclamar el socialismo como objetivo asequible para las luchas del presente, identificándolo como condición para la liberación nacional plena y la justicia social. La rememoración y revalorización del MIR es también parte del homenaje infinito que debemos al Chema.
La toma de las armas por el movimiento revolucionario en los años ’60 ha tenido interpretaciones controversiales y no es éste el momento de intentar un balance. Si hubo improvisación; si fue un error estrategicista como reacción al error tacticista del 23 de enero de 1958 –reacción producida cuando la Revolución Cubana nos puso en claro cuán mezquino había sido lo conseguido en aquella fecha cargada de tantas posibilidades no realizadas–; si careció de apoyo obrero-campesino; si se enfrentó al fantasma de la democracia que el pueblo asociaba con el gobierno posdictadura, y fue sectaria y reduccionista; si en las direcciones partidistas había discrepancias sobre la oportunidad y viabilidad de la acción; si ésas y otras apreciaciones son justas y en qué medida, ello no aminora ni un ápice, de una parte, el valor político de haber intentado por vez primera desde Ezequiel Zamora la creación de un gobierno popular, y de otra, la heroicidad épica de quienes en aras de la redención de los oprimidos y explotados no dudaron en darse enteros y en morir si así lo determinaba la suerte. Como el Chema, qué dolor, qué orgullo, qué gloriosa ambición de ser útil.
¿Qué posición tendría José Manuel Saher Eljuri frente al acontecimiento que con el nombre de Revolución Bolivariana y el liderazgo de Hugo Chávez Frías se desarrolla hoy en Venezuela? Quienes somos partidarios del mismo estaríamos sin más tentados a incluir al juvenil homenajeado a nuestro lado. Pero creo que sería indelicado e impropio, aunque dada la pureza e integridad de su espíritu, sí podemos alentar la seguridad de que no se encontraría en las filas enemigas, de que no se prestaría para servir a la oligarquía proimperialista. Y permítaseme expresar mi íntima certidumbre de su presencia en este lado del río, compartiendo con nosotros la convicción de que el hecho transformador en marcha es la continuación de las luchas históricas de nuestro pueblo, dentro de las cuales tiene él, el Chema, un puesto de honor. Al efecto de sustentar esa afirmación, trazaré algunas apreciaciones relativas al curso del proceso bolivariano y su propuesta de socialismo del siglo XXI.
La lucha de la mayoría bigenérica de quienes hoy respondemos al gentilicio de venezolanos tiene la marca de la persistencia, y en su curso ha erigido, para orgullo nuestro pero también como exigencia de responsabilidad y compromiso, pináculos de gloria. La estirpe originaria, con quince milenios largos de forja de coraje, sembró desde el inicio la semilla de la resistencia al poder extranjero avasallador, y al entrar en su cauce el vigor de los hijos de África, martirizados sus cuerpos pero con raíces espirituales hincadas en la génesis de la especie, y al confluir igualmente el temple innegable del conquistador, a su vez conquistado por las hembras que buscaban amansar su bravura, surgió la mezcla y conformó los conglomerados humanos que unieron a los Guaicaipuros, los Paramaconis y los Curicurianes con los Migueles de Buría, las Hipólitas y los Leonardos Chirinos, y con los Bolívar, los Mirandas, los Sucres, los Robinsones, las Luisas Cáceres, las Avanzadoras, las Joaquinas Sánchez, las Josefas Camejos, las Anas Campos, los Zamoras, los Píos Tamayos, los Gustavos, los Farías, los Ruiz Pinedas, los Argimiros, las Livias, las Olivias, los Loveras, los Fabricios, los Sotos Rojas, los Jorges Rodríguez, los Chemas y las multitudes que con ellos y ellas hicieron de esta
tierra –con expresiones similares en las hermanas latitudes del Continente– un manadero de ideas libertarias y libertadores.
Desde Colón los imperios no dominaron nunca en paz, y al afincarse a lo largo del siglo XX el más depredador, amoral y arrogante de todos, con sus taladros buscadores de dólares y sus procónsules agenciadores de dictaduras, seudodemocracias y venalidades, para mantener el “orden” tuvieron que multiplicar y tecnificar el gremio de los torturadores y los carceleros, engendrar la inhumana figura del desaparecido y desarrollar patrones de guerra sucia que dejan pequeñitos los rastros de la memoria histórica; pero no pudieron evitar el quebrantamiento del sistema entre nosotros, iniciado por los levantamientos de los años sesenta y siguientes, sacudido, tras la aparente quietud de la derrota insurgente, por aquel 27 de febrero que unió la ira popular con la vesania represiva mercenaria, y culminado hacia el final de la centuria con la crisis revolucionaria paridora de la Revolución Bolivariana y el liderazgo de Hugo Chávez Frías.
El reto revolucionario abrió las compuertas de la participación protagónica del pueblo, en pro del rescate del poder que sus enemigos le usurparon, y señaló la meta concatenada de la liberación nacional para cortar las amarras del imperialismo, y del rumbo socialista como condición para concretar aquélla y materializar el desiderátum de la mayor suma de felicidad posible, sobre la base de la extinción de la explotación de humanos por humanos.
El empoderamiento popular avanza por encima de tropiezos y en zigzags, pero ya nada podrá detenerlo. La oligarquía, que sólo tuvo capacidad creadora cuando de su seno salieron héroes, hoy muestra su caducidad con la pobreza interior que la caracteriza, y el imperialismo, en el cual cifra su apetito de sobrevivencia, no las tiene todas consigo. El ciclo crítico que atraviesa es prolongado y con ligazón estructural, y razonablemente no se avizora solución. Posee la predominancia militar, económica aún, de intriga, mediática y, a través de ella, de las posibilidades de agresión psicológica, cultural y material. Pero ya no puede hacer guerras mundiales para reparar el sistema como antes, las locales son insuficientes y la panoplia nuclear es inútil, pues su uso presupone el suicidio planetario. Ya no hay más colonias que conquistar, la unipolaridad jamás se consolidó, se agotan las fuentes de explotación de nuevos recursos y trabajo ajenos. La energía, el agua, los alimentos, la propia Tierra herida por la naturaleza depredadora del capitalismo, están en ruta de alarma y sólo pueden garantizar la vida si la irracionalidad cede ante la razón. El “gran satán”, bautizo iraní, ha perdido sus coartadas de libertad y democracia y ahora está desnudo, y su influencia política y social, como la piel de zapa de Balzac, se reduce a la vista del mundo.
Nuestro pueblo, con la doctrina bolivariana, el liderazgo del Presidente, su creciente conciencia, su unidad cívico-militar y sus nexos con los pueblos hermanos y los gobiernos amigos, tiene abiertas sus “grandes alamedas”. Claro, con mucha brega, pero para eso está listo.
La discusión sobre el tema del socialismo es una cuestión de permanente interés, y a lo largo de los debates realizados hemos visto aparecer posiciones que van desde quienes afirman que el nuestro no tiene nada de común con el histórico hasta quienes parecen sostener la intangibilidad de éste y propugnan la admisión acrítica de sus formulaciones y ejecutorias. Creo conveniente echar una ojeada desde los comienzos para ver si nos podemos orientar.
El presidente Chávez proclama el socialismo como objetivo de largo aliento cuando comprueba que las tareas patrióticas o de liberación nacional planteadas –soberanía política y cultural, manejo independiente de la economía y atención preferente a las necesidades del pueblo– no pueden ser resueltas a plenitud sino trascendiendo los límites del capitalismo. A esa conclusión llega luego de pasearse por las posibilidades de una “tercera vía” o de dar “un rostro humano” al capitalismo salvaje, y tras chocar de frente con el imperialismo, que no quiere saber nada de patriotismos o insumisiones. De modo que lo proclamado es un socialismo auténtico, una negación y superación dialéctica del capitalismo y no su hermoseamiento con nombre bonito y reformas gatopardianas.
Pero el socialismo a que el Presidente nos convoca es el del siglo XXI, lo cual implica a su vez la superación del socialismo del siglo XX, así mismo dialéctica (es decir, incluyendo en lo nuevo lo racional y vivo de lo viejo, con el examen crítico de esas experiencias, el rechazo de sus inconsecuencias y errores y la asunción de sus logros de justicia y redención social), más la incorporación de las ideas que la praxis revolucionaria destaca y de los legados liberadores procedentes de las luchas populares de todos los tiempos; especialmente los hondamente humanos del cristianismo originario, los vislumbrados por los afanes utopistas y los emanados de nuestra propia historia, cuya parábola arranca de Guaicaipuro y las tribus insumisas, sigue con las numerosas insurrecciones de indígenas, afros, mestizos y “blancos de orilla” que atraviesan los siglos XVI a XVIII e inicios del XIX, alcanza su cumbre con Bolívar y los libertadores y, luego de la traición, recobra con Zamora y otros muchos el espíritu que hoy desemboca en la Revolución Bolivariana.
El socialismo persigue liberar al ser humano de la alienación o “amputación de la conciencia social” (Einstein) a que lo condena la explotación capitalista. Significa la búsqueda del “reino de la libertad”: es, por tanto, una incomparable empresa ética, la más alta posible. Su construcción exige superar la indicada explotación, para lo cual es necesario pasar los medios de producción, por lo menos los principales, a propiedad social, y planificar su uso. Pero ello sólo puede conducir al objetivo si se abroquela contra la confiscación del poder por una capa burocrática. El no haber podido resolver este problema es, no cabe duda, la razón cardinal de la quiebra de la URSS y el “socialismo real”. El logro de ese propósito requiere, creo que tampoco es dable tener duda al respecto, el desarrollo de la democracia participativa y protagónica, la democracia revolucionaria, la cual da al pueblo el señorío de su destino y cuya praxis debe asumir las conquistas democráticas –políticas, sociales y de toda índole– arrancadas en los combates de clases a los factores dominantes. Por eso no puede haber socialismo pleno sin democracia, ni democracia plena sin socialismo.
El planteamiento socialista busca, como lo ha señalado el Presidente, desestructurar en nuestro ámbito el entramado ideológico que, en interés del bloque histórico de poder, predomina como falsa conciencia sobre el conjunto de la sociedad, falsificación que viene conformándose globalmente desde la división en clases y alcanza bajo la égida del capitalismo imperialista su mayor expresión. La característica básica de esa ideología es la ruptura psicológica que cercena la condición social del ser humano y realza el individualismo, dando a las manifestaciones egoístas la primacía de la personalidad. Es el hombre lobo para el hombre, la negación de la fraternidad natural posible, del amor en términos cristianos, de la humanidad como verdad existencial.
Ciertamente, del fondo de la unidad original, de la comunidad primitiva, persisten rasgos genuinos que han ido alimentando el reclamo de los dominados (oprimidos y explotados) en el transcurso de las luchas de clases, hasta configurar en nuestro tiempo la reivindicación de la vuelta a la unificación de la sociedad y de la conciencia que le corresponde, ahora sobre el plano superior de todo lo creado y aprendido, con capacidad para eliminar las condiciones que propiciaron la ruptura y garantizar el derecho general a la felicidad. Esa reivindicación configurada es el socialismo. Así, la lucha planteada busca restablecer la conciencia social, que significa solidaridad, amor, justicia, humanidad, en lugar del egoísmo y de las formas de explotación, opresión e inhumanidad que de él se derivan y lo retroalimentan.
Lo dicho indica que hay una percepción universal del socialismo, en cuanto superación dialéctica del sistema capitalista de explotación, cuyo estudio es esencial para iluminar y acerar la eficacia de la lucha; y una expresión nacional, que responde a las experiencias propias, al análisis crítico de otras, a los avances del conocimiento, a la naturaleza del orden social existente y a la maduración de sus contradicciones. Ello le da su fisonomía y originalidad. Por eso el nuestro es el Socialismo Bolivariano, el cual se sitúa en la perspectiva del siglo XXI y cuyos atributos, con la visión inclusiva de todo eso, bajo la guía del líder del proceso y al calor del pueblo que los convierte cada vez más en fuerza material, van al mismo tiempo definiéndose y acometiendo la transformación revolucionaria en desarrollo.
A la luz de estas expresiones sintetizadas del proceso bolivariano y su planteamiento socialista, ¿no es dable abrigar la convicción íntima de que el Chema Saher lo compartiría? De todos modos, para nosotros el Chema, y todos los que lucharon y murieron como él, serán siempre paradigmas de dignidad y nombres entrañables en la memoria inmortal de nuestro pueblo.
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