Luis Aparicio...el pequeño

Los comentaristas de temas deportivos de VTV, han venido hablando últimamente del premio "Luis Aparicio", premio que se le otorga al atleta venezolano más destacado en el año. En relación con este premio quiero recordarles a estos señores lo siguiente:

Con motivo del juego de estrellas de este año, 2018, en las grandes ligas, los organizadores de ese evento invitaron, como siempre lo hacen, a un grupo de jugadores de beisbol. celebrado en los Estados Unidos entre los jugadores más sobresalientes de las grandes ligas, los organizadores de ese evento invitaron, como siempre lo hacen, a un grupo de jugadores de beisbol. La mayoría de ellos ya retirados pero con una brillante actuación en la `práctica de esa esa disciplina deportiva.

Sin embargo, para sorpresa de muchos, este ex-pelotero declinó la invitación, es decir, se negó a asistir a ese importante evento. Utilizó como excusa para justificar su ausencia, algo verdaderamente impropio de una persona respetuosa de su destacada trayectoria como beisbolista y de su condición de ídolo para un numeroso grupo de aficionados que ven en él un ejemplo digno de imitarse. Utilizó la mentira. En efecto, en la correspondencia enviada a los directivos de la Major League Beisbol y sin pensar mucho en el daño que le hacía a su propia patria –los adecos no tienen patria- les dijo que él no podía asistir al espectáculo para el cual había sido invitado, mientras en las calles de Caracas se estuvieran masacrando a los jóvenes de su país (sic).

Sin embargo, ¿quién es Luis Aparicio, hijo? Aparte de pelotero y adeco convicto y confeso, es un sujeto con un prontuario policial que lo descalifica para honrar y enaltecer una actividad tan noble como el deporte y todo lo que con éste se relacione; es más, para que con su nombre se bautice indebidamente un premio que, al llevar el nombre de Luis Aparicio h, en lugar de honrar deshonran. En relación con la mencionada correspondencia es conveniente señalar que la misma fue leída durante la transmisión en español de un encuentro de beisbol efectuada a través del canal 57 de los EE.UU. Por lo que no fueron pocos los habitantes de este continente los que escucharon semejante infamia contra Venezuela y contra su gobierno. Pero decíamos indebidamente, porque esos premios son para exaltar y promover valores y principios. Y Luis Aparicio, por lo anterior y porque además es un redomado embustero, está muy lejos de contribuir con ese elevado objetivo del deporte y de los premios. De allí que no pueda ser tomado como ejemplo para nada. O por lo menos, para nada digno, honorable y decente.

Pero, ¿en qué consistió el delito que colocó fuera de la ley a Luis Aparicio, ? Consistió en que un hijo suyo, valiéndose de quién sabe de qué falsas promesas sedujo y embarazó a una menor de edad, a una muchacha de origen muy humilde de nuestro pueblo; embarazo que dio como fruto nueve meses después un robusto varoncito.

Al enterarse Aparicio del afortunado acontecimiento, espera un tiempo prudencial, al cabo del cual le hace conocer a la joven madre algo que no deja realmente de sorprender: sus deseos de quedarse con el niño. Ante estas torcidas intenciones de alguien que tenía muchas y poderosas influencias, incluso, políticas, la muchacha se alarma. Sin embargo, no se amilana y le da como respuesta una contundente y categórica negativa. Le dice que ella es muy pobre, pero que trabajará hasta el sacrificio si fuera necesario, pero que a su hijo nunc a le faltará nada.

En vista de esta rotunda e inapelable negativa de la muchacha, una negativa que expresaba su firme voluntad de no desprenderse jamás de su precioso tesoro, Aparicio empieza a pensar en un plan que le permita vencer la indoblegable voluntad de la madre. Y lo primero que se le ocurre es amenazarla con acudir a los tribunales para que fueran éstos los que, en vista de la manifiesta incapacidad de la progenitora de garantizarle al vástago una crianza acorde con su elevado linaje, se lo quitaran y se lo entregaran a él. Pero esta perversa maquinación, como los anteriores esfuerzos, tampoco le da ningún resultado; no logra cambiar la inalterable decisión de la muchacha de no renunciar a lo que se había constituido en la única razón de su vida. Por el contrario, la reafirma aun más en su decisión de defender con mayor fiereza lo que tan arbitrariamente se le pretende arrebatar.

Fracasada, pues, esta primera ofensiva contra aquella sólida e inexpugnable fortaleza que era la madre del pequeño , Aparicio no se da por vencido y, decidido a lograr lo que se proponía, maquina un nuevo plan. Se trata de un cambio de actitud. De sustituir la amenaza y el trato arrogante y despreciativo que venía empleando, por uno más amable y amistoso. De allí que en lo adelante, ya no sería el mismo tipo hosco y altanero que hasta no hacía mucho le había hablado, sino otro muy distinto; uno que en un tono mucho más cordial, le hablaría para tratar de convencerla de lo conveniente que sería para todos y, especialmente para el pequeño, que ella aceptara ponerlo bajo su protección y cuidado. Así, tendría, se decía para convencerse de las excelencias de su plan- todo lo que necesitara su nieto, y que ella, por ser tan pobre ni en sueño le podría dar. Tendría -le explicaría- cosas de las que muy pocos privilegiados podrían disfrutar. Como la posibilidad de estudiar en los mejores colegios, una excelente y abundante alimentación y una vivienda digna, ubicada en la mejor zona residencial de la ciudad, y no en ese barrio de pobretones donde actualmente vivía. Y mientras iba enumerando todas estas cosas, la emoción se iba apoderando cada vez más de él, hasta llegar al paroxismo cuando empezó a pensar en otros beneficios. "Y no sólo eso –continuó elucubrando- porque también tendría la posibilidad de viajar al exterior, de conocer a Disney World, al pato Donald y a Pluto. Incluso, presenciar algunos juegos de las grandes ligas". Pero el ofrecimiento de oro, el que se gún él produciría el mayor impacto en el ánimo de la madre, sería la que su hijo sería reconocido. Lo que le permitiría al niño llevar con orgullo un apellido tan pre, que además de asegurarle un futuro prometedor, un futuro muy distinto al que ella podría asegurarle, le serviría para que se le abrirán muchas puertas en el exterior, especialmente en los Estados Unidos, que ya es mucho decir.

Sin embargo, fallan de nuevo los cálculos de Luis, porque la joven a la que tanto subestima, no cede un milímetro en su decisión irrevocable de no separarse por nada del mundo de su hijo. De manera que mientras el ex-pelotero más insiste su obcecable empeño de apoderarse de la inocente criatura, mayor y más firme era la férrea voluntad de la madre de quedarse conella. Y mientras más fuerte y arraigada era la decisión de la joven, mayor era el empeño de Aparicio de quedarse con el chamito.

Así se encontraba la tensa situación entre estas dos personas: un tenso pugilato entre el abuelo que quería arrebatarle el hijo a la madre, por una parte, y ésta en no permitir que se lo arrebataran por la otra, cuando una noticia sorprende a los desprevenidos habitantes de la ciudad. La misma daba cuenta de que un nieto de Luis Aparicio había sido plagiado. La noticia no daba cuenta de quien o quienes podrían ser los autores de tan condenable hecho ni como ocurrió el mismo. Se limitaba sólo a informar sobre lo acontecido, pero no sobre las circunstancias en que se produjo el suceso; un suceso que produjo casi de inmediato una intensa ola de repudio en la colectividad, la cual no podía entender cómo podría haber alguien tan degenerado como para atentar contra un niño de tan corta edad, contra un niño de apenas dos años. Y aunque las investigaciones apenas comenzaban y todavía no se había dado con los autores del secuestro, el dedo acusador de la opinión pública apuntaba a un personaje. Por eso empezaron a aparecer en las paredes y muros de la ciudad letreros que señalaban a Aparicio, con expresiones muy duras, como el verdadero responsable de la desaparición del niño.

Pese a esto, lo cierto es que nadie sabía nada en concreto acerca del tan incalificable hecho. Había, como dijimos, muchas hipótesis, pero aún no se sabe nada en firme sobre el particular. Entrevistada la desesperada madre, ésta no supo o quizás por instrucciones de las autoridades que investigaban el caso, quiso suministrar mayor información, limitándose a decir que el asunto estaba ya en manos de las autoridades policiales. Por su parte, éstas dijeron que las investigaciones estaban muy adelantadas, por lo que se esperaba que de un momento a otro el caso estuviera totalmente resuelto. Y tenía razón el vocero policial, porque en el lapso de unas veinte horas después de esas declaración, se anunciaba la feliz aparición del niño, que afortunadamente se encontraba sano y salvo, lloroso, eso sí, pero bien de salud.

Como consecuencia de la desaparición del niño, hecho que los familiares de la muchacha se lo atribuían a Aparicio, éste, temiendo alguna reacción violenta por parte de esos familiares, había fijado su residencia en Barquisimeto, y fue allá, en su casa, donde la PTJ había encontrado al pequeño.

Para gran parte de la opinión pública lo sucedido no tenía ningún sentido, porque… ¿qué necesidad tenía el ex-jugador de beisbol –se preguntaba incrédula la gente- de apoderarse subrepticiamente del niño? Ya que si era porque pensaba en el bienestar del chico lo que lo hizo actuar de esa manera tan cuestionable –razonaba- ¿qué le podía impedir que le suministrara al nieto todo lo que le había prometido darle sin tener que separarlo de la madre? Por supuesto que nada le impedía velar por su bienestar, si eso era lo que quería, sin necesidad de separarlo de su progenitora. Algo que, de haberse producido, le hubiera causado al niño no sólo grandes sufrimientos, sino tal vez también irreversibles trastornos psicológicos.

Entonces, ¿por qué lo hizo? Sencillamente, porque de haber estado el niño bajo su protección sin haberlo separado de la madre, significaba tener que permanecer en permanente en contacto con ella y eso era, justamente, lo que no quería; lo que lo aterraba era tener prácticamente que convivir o tener una relación muy estrecha y hasta familiar con alguien que no era de su misma clase, que no poseía ninguna categoría social y económica como para codearse permanentemente con él. Era entonces una razón de clase lo que a él, que nació y creció en el seno de una familia muy humilde pero honorable y muy apreciada por la colectividad, lo que le hizo comer el delito que cometió.

Ahora, con esos oscuros antecedentes policiales, resulta por lo menos una in explicable incongruencia que un premio como "El atleta del año", que se estableció, no sólo para premiar el esfuerzo y dedicación de nuestros deportistas, sino también para exaltar también virtudes como la disciplina, la constancia y la moral deportiva y ciudadana, lleve el nombre de una persona con los antecedentes tan repudiables de Luis Aparicio. Por eso, proponemos el cambio de nombre de ese galardón. Sustituir ese nombre con el de otros deportistas que, además de haber brillado en el desempeño de sus especialidades, llevaron una vida rigurosamente ejemplar, sin tacha de ninguna naturaleza. Con lo cual, además de contribuir a la dignificación de la actividad que practicaron, a darle un gran prestigio al deporte nacional. En tal sentido, quien esto escribe propondría para tal fin, los nombre de Alfonso Chico Carrasquel, Victor Davalillo y José Trinidad Carrao Bracho. De los tres, quien esto escribe se quedaría con el último de los nombrados, porque además de haber escrito desde la lomita páginas realmente gloriosas e imperecederas –de hecho tiene el record de más juegos ganados en la pelota venezolana-, fue, como muchos otros, un mártir del beisbol.

De este extraordinario jugador recordamos una actuación monticular que tiene todas las características de una hazaña épica; una hazaña como no se ha vuelto a ver ni como tal vez tampoco se vuelva a ver jamás en Venezuela. Se trata de un duelo a muerte entre Emilio Cueche y Carrao Bracho. Estos dos colosos del picheo se enfrentaron un sábado por la noche en el viejo estadio Alejandro Borges de Maracaibo. El primero de los nombrado, o sea, Emilio Cueche, en representación de Gavilanes. Y el segundo, es decir, Carrao Bracho por Pastora. El resultado de aquella memorable batalla, disputada a sangre y fuego por estos dos titanes, fue el de una carrera por cero a favor de Pastora, con Carrao, como dije, lanzando toda la ruta, por Pastora. Al día siguiente, domingo en la mañana, se volvieron a enfrentar estos dos equipos, con los mismos protagonistas del duelo del día anterior. El encuentro, como era de esperarse, fue igualmente espectacular, pues ambos lanzadores se trenzaron un duelo de leyenda, que hizo recordar el protagonizado por estas mismas novenas, hace ya mucho tiempo, y que después de mucho bregar por espacio de veinte inning, culminó con la mínima anotación a favor de Pastora. Ahora los aficionados se encontraban viviendo una situación parecida, cuyo desenlace fue igual al de la noche anterior, con la diferencia que esta vez favoreció a Gavilanes, que venció al Pastora una carrera por cero.

Pero regresando al tema que veníamos tratando, se nos ocurre sugerir que en beneficio del beisbol, del prestigio de un deporte que cuenta con millones de aficionados en Venezuela y el mundo, las autoridades que rigen el deporte en este país, debían dirigirse a los directivos de Major League beisbol para plantearles el caso de Luis Aparicio. Y hacerlo para expresarles la opinión en el sentido de que no luce muy coherente y racional el hecho de que en un mismo salón se encuentre este personaje compartiendo honores con jugadores que, además de haber sido excepcionalmente buenos en su profesión, se distinguieron también por su calidad humana y por su intachable comportamiento fuera del terreno de juego, es decir, como ciudadanos ejemplares. Nos referimos, por supuesto, a Roberto Clemente y a Lou Guering, cuyos ejemplos han servido de inspiración y guía las nuevas generaciones de deportistas.



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Alfredo Schmilinsky Ochoa


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