Aguardé hasta donde fue posible para escribir esta parte del informe de la autopsia a la agricultura venezolana. En cada diálogo con colegas y con personas haciendo sus compras de los alimentos, las opiniones emitidas tienden a un patrón común, el gobierno no le da importancia debida a la agricultura, y esto tiene varios años, casi 8 años. Un poco antes de agravarse la situación de salud del Comandante Chávez, la agricultura tocó techo histórico en varios rubros o encadenamientos priorizados por el Estado venezolano. De haber seguido esta tendencia creciente, las penurias para obtener alimentos vegetales y proteínas de origen animal no hubiesen tenido las características sádicas que adquirieron con las tropelías de la oposición y la injerencia internacional. Denunciamos con fuerza una guerra, pero no nos preparamos para que la agricultura contribuyera a un desenlace triunfal. Nos comportamos como aprendices del manejo de autos sincrónicos, cuando creímos que lo estábamos haciendo bien, en la primera exigencia de habilidades, el auto nos corcoveó y se apagó.
Entonces, con sentido crítico propositivo creo que la agricultura menguada que tenemos al cierre del 2019 es obra trágica de nuestro gobierno que generó desinterés, desaliento, desconfianza e inacción de una masa relativamente grande de personas con conocimiento y vocación para las diversas agriculturas posibles en nuestro territorio. En algunos momentos cruciales llegué a pensar que algo de traición al proyecto político revolucionario se estaba gestando, especialmente cuando el campesinado avanzó hacia Caracas y fue evitado por algunos líderes del alto gobierno y burlados por otros. Ese diálogo con el Poder Popular campesino era necesario para levantar la moral caída por el abandono en que están sumidos. Pero hay otras evidencias en la prensa nacional y regional. Algunos campesinos y comuneros han sido vejados por autoridades cuya dirección depende del alto gobierno y de la seguridad del Estado. En otros casos la justicia se transformó en injusticia al generar regresividad en lo que fueron avances en los rescates de tierras ociosas. Además es evidente que las comunas como parte del proyecto transformador de la agricultura, y a pesar que cientos de estas tienen un perfil dominante agrícola en sus actos constitutivos, fueron dejadas de lado, y son pocas las resilientes que han soportado y sobrevivido a las tensiones y mal trato por parte de organismos oficiales. En adicional, ante el quiebre con el Poder Popular Campesino, la ruta escogida por el gobierno fue dar muestras de una amplitud a prueba de todo con el sector que domina la agricultura empresarial, la cúpula dueña del capital agrícola, de la tierra y promotora con aires esclavistas del abandono del campo, para transformar el campesinado en asalariados. Esto repercutió en un éxodo de campesinos hacia otros países de América Latina. Hoy recogen café y hasta hoja de coca en Colombia.
No se sientan ofendidas las personas que no han podido sortear estas dificultades como las organizaciones campesinas resilientes, profesionales diversos, el movimiento agroecológico venezolano, algunos burócratas que han querido hacer lo mejor y han sucumbido. La responsabilidad sobre lo que escribo es del gobierno, tristemente.
Ante esta causa probable de la muerte de la agricultura por abandono, mengua y desamor, es primera prioridad llamar la atención para que un "gran sacudón" ocurra en los órganos del poder público que a simple vista han sido los responsables de generar esta apatía productiva. Solo una política radical del gobierno hacia la agricultura haría posible su resurrección, hablaríamos entonces de una revolución en la agricultura. El momento histórico exige mayor profundidad en la organización y valoración social de la agricultura, es también el momento de rendir cuenta y demostrar con indicadores apropiados la eficacia y eficiencia de nuestra agricultura.
Todo eso significa hacer de la agricultura motivo de orgullo, alegría y bienestar. ¿Será posible?