Uno llega al final del largo camino de la Gran Sabana, sintiendo que volvió a las minas del centro de Bolívar. Hay quien dice que Santa Elena de Uairén se convirtió en una gran mina, con todo lo malo que conlleva la extracción sin visión ambiental. No es difícil imaginar, al caminar apenas la primera calle, que estamos en un centro de explotación de papel moneda: nada se vende si no es en efectivo; hace tiempo que las tiendas hicieron desaparecer, bajo cualquier excusa, los puntos de venta electrónica; el comercio, forma inmediata de vida en Santa Elena de Uairén, ha impuesto las máquinas contadoras de dinero, antes que cajas registradoras. Para obtener billetes, hay que buscar quien haga el famoso "avance de efectivo" (que puede oscilar entre el 15 y el 25% neto) en los pocos puntos de venta electrónica que han dejado en servicio.
La destrucción del sistema de vida en el sur de Bolívar es el impacto producido por la más intensa y mejor diseñada estrategia de guerra económica, cuya eficiencia, lejos de dejar sólo "daños colaterales", afectó el centro del modo de vida en estos pueblos del sur. Ya cerca de Tumeremo, las mafias dominantes han logrado recrear las películas postapocalípticas, dando carácter protagónico a quienes compran las enormes cantidades de alimentos que pueden verse en Las Claritas, o en el villorrio siguiente, llamado "El 88", en una suerte de babilonia en mayor degeneración: almacenes con enormes lotes de arroz, harina de trigo, leche completa, granos,… Ninguno de estos almacenes de contrabando al aire libre y por la calle del medio, usa puntos de venta electrónico: toda transacción debe darse en billetes de cien o cincuenta bolívares, a la vista de cualquiera. Las personas entregan sus pacas de dinero que son contadas en las máquinas y que no generan ninguna factura para retención de impuestos. Los billetes son empacados para su venta fuera de la frontera, y otra parte es vendida a los cambistas ambulantes que ofrecen este producto para el intercambio, llamado "Billete", por 140 bolívares o más, cada uno. Un poco más allá, en la frontera con Brasil, la primera población carioca decidió cambiar su tradicional economía de puestos de venta de carnes y chorizos, calzado y ropa, por la fabulosa ganancia que produce la reventa de productos venezolanos regulados que han sido hasta allí trasladados, a precios astronómicos que, además, se rigen por el Realtoday.
Resulta desmoralizante observar los enormes bultos de dinero venezolano, tratado como mercancía acaparada, envueltas las pacas de billetes en bolsas que han buscado formas cómodas para su traslado hasta cualquier punto donde los recogerá, seguramente, un avión que se llevará nuestro papel moneda, con el mayor énfasis colocado en lograr que el país entre en quiebra. Hubo gente que me comentó, "hemos pedido que nos paguen el cestatiket en efectivo, porque aquí no hay dónde pagar con la tarjeta". Por alguna razón en Santa Elena de Uairén no existe el transporte público, y todos dependen de los taxis, cuyas tarifas, astronómicas, pueden exigir el pago de entre 2000,00 y 5000,00 bolívares. La explotación de los precios de la gasolina logró un incremento de mototaxis, hasta llegar a unos seiscientos de ellos, sin descontar que cobran exactamente igual que un vehículo tradicional. Esto último es de gran impacto ambiental, por su baja necesidad y alta contaminación, además del desbanque monetario a la región, que hacen trasladando a gran velocidad cantidades de gasolina a la frontera.
¿A quién hay que contar que los bachaqueros tienen enormes vitrinas llenas de todas las medicinas que no es posible encontrar, sin ninguna garantía de su contenido; y que vendedores ambulantes, como si se tratara de pregoneros de periódicos, andan con cestas plásticas, vendiendo en las calles de Las Claritas, medicinas casi imposibles de conseguir en otro lugar? No hay registro ni supervisión posible a estos vendedores de medicinas en cestas, que no pierden oportunidad de recomendar cualquier cosa como si ellos tuvieran alguna lejana formación farmacéutica.
He aquí, en ese arco entre Tumeremo y Santa Elena de Uairén, la verdadera minería depredadora de países fronterizos, ahora en manos de gobiernos enemigos, que se han sumado a la acción perniciosa de Cúcuta; y que ya ofrece visiblemente, algunos indicadores de destrucción del sistema de vida: el trabajo no tiene retribución posible, pues el dinero no guarda relación con el valor de las cosas; el transporte público, de grandes distancias en estos lugares, no tiene relevo intermedio; los jóvenes no desean sostenerse en las aulas, sino en la labor de obtener dinero que no vale si no es en grandes cantidades; el sistema de salarios y pensiones es inoperante debido al abandono del pago electrónico y la obligación del uso del efectivo; disminución del comercio, servicios y salud a los locales y, por lo tanto, disminución de la fuerza relacional de la sociedad;…
No será fácil recuperarnos, ¡¡pero lo lograremos!!
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