“El dinero es el Dios de este mundo”
M. Lutero
“El dinero es el Dios visible”
W. Shakespeare
Hace cien años, Walter Benjamin escribió una nota titulada “Capitalismo como religión”: el capitalismo funge religiosamente porque se presenta como “experiencia de la totalidad”. Pero es una religión sólo de culto: sin dogmas ni moral. Ese culto se lleva a cabo mediante el consumo, empalmando con la tesis marxiana de la mercancía convertida en fetiche mientras al trabajador se le convierte en mercancía. Es además una religión de culto continuo en la que todos los días son “de precepto”. Y de un culto culpabilizado (en alemán Schuld significa a la vez deuda y culpa: por eso, según Benjamin, vivir con una deuda equivale a vivir con una culpa. En el arameo de Jesús sucedía algo parecido: la palabra schabq significa a la vez el perdón de los pecados y la remisión de las deudas).
Toda religión tiene un dios. John Maynard Keynes, en su Teoría general del empleo, el interés y el dinero, habló del dinero como dios: todas las funciones que antaño desempeñaba Dios las desempeña hoy el dinero. Keynes subraya que no habla simplemente de la riqueza sino del dinero contante y sonante (la liquidez), que permite la disponibilidad inmediata y la especulación. Ese dinero: a) da seguridad y garantiza el futuro: valen de él aquellas palabras del salmista (Salmo 17): “Te amo, Señor, tú eres mi roca, mi fortaleza”. b) Da seguridad porque es todopoderoso y omnipresente: no hay nada que no pueda conseguirse sin él. Finalmente c) el dinero es fecundo: en el capitalismo financiero el dinero ya no se usa como medio para crear riqueza sino que él mismo produce más dinero: “Especular resulta entonces más lucrativo que invertir” (por eso los bancos ya no dan créditos). A todo ello podríamos añadir d) que hoy que el dinero también es invisible, como Dios, a pesar de su poder y su omnipresencia. Resumiendo: si el dinero es el último punto de referencia, bien se puede hablar de él como “el ser necesario” (Dios)
Todo eso pone de relieve la no-neutralidad del dinero que ya no es un mero instrumento práctico de intercambio, como pretenden los teóricos neoliberales. Plantea además una pregunta muy seria sobre la legitimidad del préstamo a interés, cuya historia tiene tres etapas:
a) Tanto en la Biblia como en el mundo grecolatino era considerado inmoral: para Aristóteles la usura era el más bajo de los vicios, comparándola al proxenetismo que aprovecha la necesidad del otro para el enriquecimiento propio. Si pido prestado un kilo de papas no es lícito que me obliguen a devolver kilo y medio. ¿Por qué habría de ser lícito si pido dinero en vez de papas?
b) En los albores del capitalismo, el dinero se convierte en una ocasión para crear riqueza: si te presto un dinero evito comprarme con él un campo que podría cultivar, o montar una pequeña industria. El préstamo me priva de un beneficio y parece legítimo que, al devolverlo, se me dé alguna compensación por esa ganancia perdida.
c) Con la economía especulativa financiera, la cosa vuelve a cambiar: el dinero ya no es una oportunidad para que yo cree riqueza, sino que él mismo es fecundo, con menos riesgos y con porcentajes de ganancia más altos. Eso será una gran mentira, pero funciona hasta que estalle la crisis. Pues bien: así como, en los comienzos del primer capitalismo no se vio que el préstamo a interés cambiaba de significado y siguieron prohibiendo, así ahora tampoco se ve que, en el capitalismo financiero, el interés vuelve a cambiar de significado, y se lo sigue permitiendo. Según la tesis de Benjamin del capitalismo como religión de culpa, ahora el interés viene a ser respecto del préstamo lo que es la penitencia respecto de la culpa. Benjamin deduce que el sistema capitalista tiene dos grandes defectos: es incapaz de crear empleo y reparte injustamente la riqueza y los ingresos. ¿Dos defectos o dos desautorizaciones totales?
Todo lo antedicho nadie lo percibió con tanta claridad como Martin Lutero, cuando ya iba amaneciendo el capitalismo. Creer en Dios es confiar en él, pero nosotros hemos sustituido la confianza por el culto: confiamos nuestro futuro al dinero, y a Dios le hacemos procesiones y templos que “no llegan hasta el cielo”. Por eso, en su Gran Catecismo, Lutero trata del dinero al comentar no el séptimo mandamiento sino el primero: porque el dinero es “el ídolo más común en la tierra”. Según Lutero, la comunidad cristiana debería ser un ámbito donde no rigen las leyes de la economía monetaria. Los cristianos deberían manifestar al Dios verdadero con su conducta en cuestiones económicas. Por eso dice Lutero : “Siempre he dicho que los cristianos somos gente rara en la tierra”. Pero esa rareza permite comprender que la frase de Jesús “no podéis servir a Dios y al dinero” tiene una traducción laica bien clara: no puedes servir al hombre y al dinero.
CODA
“El dinero es tanto una religión como la negación de la religión, porque el complejo del dinero está motivado por nuestra necesidad religiosa de redimirnos (llenar nuestro sentido de carencia). En términos budistas, los resultados demoníacos del sentido del yo que intenta hacerse real (es decir, objetivarse) aferrando lo espiritual en este mundo. Esto sólo puede ser hecho inconscientemente, es decir, simbólicamente. Hoy en día, nuestro símbolo más importante es el dinero. Schopenhauer remarca que el dinero es la felicidad humana en abstracto; en consecuencia, la persona que ya no es capaz de ser feliz concretamente, pone todo el corazón en el dinero. Es cuestionable si realmente hay algo como la felicidad en abstracción, pero la segunda mitad es cierta: en la medida en que uno se preocupa por la felicidad simbólica, no vive para la felicidad concreta. La dificultad no es con el dinero como medio de intercambio conveniente, sino con el "complejo del dinero" que surge cuando el dinero se convierte en el objeto deseado – es decir, deseable en sí mismo. ¿Cómo sucede esto? Dado nuestro sentido de la carencia, ¿cómo podría dejar de suceder?”( David R. Loy)