Soy un confeso comedor de sardinas. Toda la vida lo he hecho con placer al margen de mi salario o ingreso y la crisis o tragedia económica que ahora nos embarga. Es un problema cultural y por mis orígenes. Pues nací casi a la orilla del mar y siempre llevo pegado a mis oídos y olfato el ruido de las olas y olor de las algas. Fui o soy un "playero", cuando vivir cerca del mar era estar de último en la cola o en la parte más baja de la pirámide social. No como ahora, cuando los pudientes se apoderaron de las orillas del mar. Ser "playero", era ser un desdentado y tierrúo. Y eso he sido siempre. Cumanés que no lleva la sal marina pegada del cuero no ha vivido y sentido lo que es su pueblo y todo su espacio.
Puedo ofrecerle a quien pueda interesarle varias recetas para preparar esa deliciosa especie marina que forma parte de las tantas riquezas con las que la naturaleza o Dios, escoja el lector, dotó a nuestro país. Por todo eso, puedo hablar de lo que ahora haré. Que no será de la sardina propiamente dicha, sino del salario, especulación y en fin de las diabluras que se cometen alrededor de nuestra economía.
Debe saber el lector, donde ahora se encuentre, que Venezuela y particularmente el oriente isleño y costero donde nací y habito, como ya sugerí, es un espacio donde abunda esa especie marina. Hasta de eso tenemos en abundancia, como tantas cosas que no sé por qué Dios nos la dio y hasta ahora nunca un gobierno bueno. Tanto que, desde hace años, tantos como cuando era niño, aquí se instalaron numerables enlatadoras cuyos productos eran de los mejores y más baratos del mundo*. No obstante, ella por su abundancia y bajo costo, solía ser despreciada. En ciertas casas cumanesas de la entonces clase media, cuando llegaba una visita a la hora de la comida y estaban ingiriendo sardinas, lo que pocas veces sucedía, la ama ordenaba a todos los comensales tapar los platos para que aquella no se enterase. ¡Era pasar una pena enorme y exponerse al desprestigio! Pero los momentos de crisis también suelen traer milagros. Y uno de estos es que hoy ha crecido para bien, por el valor como alimento de la sardina, el consumo de la especie, tomando en cuenta su abundancia y bajo precio.
Bueno, lo de "bajo precio"* es relativo. Pues pese su abundancia que al parecer continúa siendo la misma, su precio ha crecido como lo ha hecho todo. Quizás se deba al crecimiento del consumo o aumento de la demanda, como dicen los economistas, aunque crea también por la ineficacia del gobierno.
El domingo, aprovechando una cola, pues mi pequeño vehículo se quedó desde tiempo atrás estacionado por falta de cauchos y batería, adquisición imposible para un docente jubilado, salí a comprar varias cosas y entre ellas sardinas.
En una calle abigarrada de gente, de un barrio muy nombrado en la ciudad que habito, hallé un vendedor de sardinas. O mejor, eran dos, el regente o manejador del negocio y uno más joven que hacía la labor de arreglar el pescado al gusto del comprador. Como suele suceder ahora en Venezuela, lo que parece no tener arreglo, pues ni el gobierno mismo eso interesa, tenía dos precios. Bs. 45 mil si el comprador pagaba en efectivo y 95 por débito o transferencia. Pero si era de esos que no sabe arreglar las sardinas, no quiere tomarse ese trabajo o acarrearse lo que esto comporta, si lo quería en filete, el precio subía a Bs. 180 mil. Por supuesto, conociendo los precios del mercado, no estaba dispuesto a comprarle, pero para fortuna mía, dicho así por lo que pude informarme, cuando llegué, ya había vendido el último kilo y en filete.
Entablé conversación cordial con el manejador del pequeño negocio, dándole a entender que le "hubiese comprado, pero para mala suerte la mercancía se le había agotado", con el propósito de sacarle información. Más o menos sé al día cuánto puede costar el kilo de sardina al menor. Por ejemplo, ese domingo, en el mercado minorista oscilaba entre 20 y 25 mil bolívares en efectivo. Él lo vendía, en un sector de la ciudad lejano a los sitios donde se puede comprar al mayor, donde lo venden por cajas de 10 kilos, a no más de 100 mil bolívares la caja, lo que es lo mismo a 10 mil bolívares por kilo. Sabiendo lo difícil de conseguir efectivo, sin que él me lo dijese, calculé discretamente que vendió un tercio de su mercancía con ese medio, otro con electrónico y un tercero en filete. Esto último, porque en esos espacios y en esta ciudad donde vivo, la gente no tiene muy arraigada las costumbres de cumaneses y margariteñas. Uno puede arreglar hasta cinco kilos de sardinas, "en tronquitos", como ahora dicen o en filete, en quince o veinte minutos. Es fácil deshacerse de los desechos y hasta sirven para alimentar a los animales, con lo que se matarían dos pájaros con la misma piedra. Pero se requiere cierto entrenamiento y mañas de crianza.
En la conversación, a una interrogante mía, el joven del negocio me respondió que había vendido 150 kilos y eran apenas las 10 y media de la mañana. Esa cantidad representa 15 cajas de sardinas. Que él puede adquirir fácilmente pagando en efectivo con el dinero que le entra diariamente, pues los cálculos conservadores que manejamos corresponden a una cifra casi al doble de la que necesita para comprar su mercancía. Sacando cuentas y en base a los promedios arriba considerados, muy conservadores, el invierte 1 millón 500 mil bolívares en su mercancía y de ella obtiene cerca de 16 millones. Y esto lo hace tres veces a la semana, según él, lo que significa que vende 48 millones de bolívares con una inversión de apenas 4 millones 500 mil. También que de eso obtiene un beneficio de 43 millones 500 mil semanales. Supongamos que debe pagar transporte, eso no lo pregunté para no pecar de imprudente, pero supongamos que paga a quien le trae la mercancía unos dos millones por viaje, tomando en cuenta que se trata de un cliente fijo. Eso dejaría su ganancia semanal en 37 millones 500 mil bolívares semanales o lo que es lo mismo que, se ganaría la bicoca de más de 160 millones de bolívares mensuales. Supongo, porque lo más probable y por lo visto, no se trata de una madre de la caridad, al ayudante no debe pagarle, lo que sería demasiado generoso, más de dos millones por jornada. En todo caso, su ingreso, con apenas tres medias mañanas de trabajo semanal, no bajaría de 150 millones de bolívares mensuales. Tómese en cuenta que usa la calle para vender su mercancía, no paga local ni impuestos.
Mientras que un profesional, de los bien pagados en empresa pública y privada, por mucho que perciba de salario, no llega a los quince millones. Si es docente del más alto nivel, no llega a ocho.
Pensar que sí por la sardina fuera, por su abundancia, que en mi niñez nada nos costaba, aquí no habría dificultades para construir el socialismo.
¿Quién entiende de economía o de esta economía nuestra? Dicen quienes trataron de cerca a Chávez o con él trabajaron, que éste a cada instante y por cualquier propuesta, solía preguntar: ¿Dónde está el socialismo?
Entonces es mejor no estudiar y sí vender sardinas u otra cosa que resulta más rentable. ¿Entonces, para fortalecer el bachaquerismo por qué, en vez de estudiar medicina, docencia, enfermería y hasta ingeniería, no hacemos lo que la gente del grupo de más arriba, estudiar del cómo hacer negocios? De eso se ocupó y ocupa esencialmente la escuela de las grandes universidades. ¿Para qué coño una de mis nietas lleva cinco años en la escuela de medicina, las otras dos haciendo baile clásico y yo su abuelo, pese los trabajos que pasamos, estoy aquí escribiendo bolserías?
Claro, "yo digo lo que veo", el negocio de las sardinas. Pero ¿qué dicen quienes les conocen sobre el de otras cosas? Pónganles nombres y según dicen hasta charreteras. Y este es sólo un comerciante del más bajo nivel.
¡Viva este socialismo extraño!
*Ayer casi me muero de un infarto, ver cómo una pequeña lata de sardinas, creo de 140 ml., que sólo contiene tres sardinas muy pequeñas, tenía un precio de más de 250 mil bolívares. Y algo peor aún, gente eso compraba.