Dicen que en la mayoría de la gente hay insatisfacción. Es pues, una emoción que cobija al pueblo venezolano negativamente, aunque también la insatisfacción puede ser positiva. Pero pareciera, sin ser yo un experto, que en este caso es una emoción negativa, aunque no se sienta, como una amenaza al régimen. La insatisfacción es un sentimiento que mueve al hombre y a la mujer a actuar positivamente para transformar la insatisfacción en satisfacción. Sin embargo, la insatisfacción pudiera desembocar en acciones negativas para un Estado, en un momento dado. Pareciera ser lo que estamos viviendo los venezolanos.
En efecto, ahora mismo, en este momento en que escribo, una buena parte de la población se queja de los elevadísimos costos de los productos, destinados a satisfacer la sobrevivencia. Es decir, la comida. Los especuladores no le han parado al gobierno y sus instituciones creadas para meterlos en cintura. ¿De quién es la culpa de los ladrones o del gobierno? Elemental, mi querido Watson. La culpa es del Estado, cuyo gobierno ha sido incapaz de hacer cumplir las leyes. En Europa las ganancias de los comerciantes tienen un límite. En los Estados Unidos también. Y quien se salga de la raya va preso. Pero eso es por aquellos lados, aquí no. Si no que lo diga Guaidó, quien hace y deshace y sigue como si nada.
En nuestro país el bolívar es la moneda creada para las transacciones económicas y financieras. Eso lo sabe Raimundo y todo el mundo. Pero resulta que el dólar, la moneda del imperio, es el que manda. Se negocia en dólares en la compra y venta de viviendas. Los comercios, a nivel nacional, venden en base a los billetes verdes. Se compran y se vende vehículos a base del dólar. Eso es público, notorio y comunicacional, como dicen los abogados. Las transacciones se hacen en las narices de algunos funcionarios de estas instituciones burocráticas que no hacen un carajo por hacer cumplir la ley. En otras palabras, el dólar, poco a poco, se fue adueñando del quehacer de nuestro pueblo, mientras los salarios no alcanzan para nada. Ahora mismo, cuando escribo, me informó mi compañera de ruta que un kilo de queso blanco cuesta 40 mil bolívares. Es decir, el salario mínimo. Para nombrar ese solo producto, no hace falta más nada.
Por eso es que la gente chilla. Y dice que el gobierno tiene que dolarizar los salarios. Ahora, no después, cuando el dólar nos haya tragado. El control de cambio viejo lo liquidaron. Hoy día se puede adquirir o vender divisas en los bancos públicos y privados. Pareciera una medida acertada, aunque tardía. Sin embargo, la escalada de los precios siguen campantes, sin que nadie les de un parado. Si el gobierno que preside Nicolás Maduro, no dolariza. Algo tiene que hacer para equilibrar el zanjón que existe entre salario y el costo de la vida. Para quienes patean la calle y van a los mercados, no les sorprenden el chillido de la gente. Tal vez, para los burócratas, ciegos y sordos, esas son vainas de Guaidó y del imperio. Ojo, o toman medidas complementarias y urgentes o la vaina se va a poner cada día más peluda. Aclaro que no soy economista, solo un periodista que opina. Pero algunos expertos del chavismo, afirman, sin dar la cara, que desde hace tiempo se ha debido dolarizar. ¿Por qué Maduro y sus economistas tienen miedo de dar el paso? Tal vez por el costo político.