Una simple constatación

De todos los artículos que regularmente escribo y envío a mi lista de contactos, y a algunos periódicos y revistas comprometidas, sólo muy pocos de ellos, van para los integrantes de la Facultad de Arquitectura. Entiendo perfectamente que, por su contenido, lejano a su centrada derecha, no son de su agrado ni interés. Sólo cuando es un tema que les concierne directamente dejo de lado estas precauciones.

Y miren que tienen sentido tenerlas, he recibido, por el último artículo donde critico duramente a los universitarios en paro, una desproporcionada andanada de adjetivos. En muy pocos había argumentos para la discusión, para la réplica inteligente, sólo insultos.

Uno de ellos, el de una profesora de apellido Marín, es lo más parecido a una reseña policial cuartorepublicana. Dado su contenido aclararé, para evitar comentarios inadecuados, que la única relación que he tenido con esa arquitecta, fue una discusión intrascendente, en enero de 1998, por el uso de los espacios expositivos de la Facultad de Arquitectura. Referí tal incidente en uno de mis escritos que colgaba de una columna de la Facultad. Allí decía que: el incidente con la citada directora viene a cuento porque ella bien podría utilizar los espacios expositivos que regenta para difundir en que consiste ese distanciamiento del purismo modernista que caracteriza al grupo, del cual dice, formar parte destacada… Pensé que eso fue todo.

Sin embargo, miren que cosa, la arquitecta Marín revienta ahora, después de estar durante 15 años cazándome, y derrama sobre todos sus contactos un balde de improperios contra mi. Ante la imposibilidad de discutirlos, recogí los que pude (por lo del agua derramada) para tratar de entender aquello del desquiciamiento opositor. Veámoslos.

Usualmente, cuando me llega un correo de José Manuel Rodríguez; sin abrirlo siquiera, hago uso irrestricto de la herramienta: trasladar a la papelera.

No hay que ensuciarse con la basura… lo indeseable desaparece… el barbudo Rodríguez no sale de su lodazal. Confundido y resentido, sólo porque él se siente rodeado de inmundicia, cree que todos los demás habitamos un pantano… el piso 7 de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, estaba habitado por cuatro barbudos… uno (de ellos) me parecía un tipo simpático, comparado con los otros peludos… a diferencia, de la mayoría de nosotros -profesores normales y corrientes-… fue designado para ir por las mañanas a sentarse cómodamente en la silla “Aeron”, de la oficina del piso 8, donde habitaba el poder. Allí se acomodaba él, con sus maneras torpes, su golpes al escritorio y su patanería… el profesor Rodríguez, sólo se dedicaba a “matar tigres” en su oficina de Bello Monte y estaba presto a ostentar otro cargo de poder, esta vez a nivel nacional.  Fue Presidente del Instituto del Patrimonio Cultural. Tampoco de esa gestión, existen registros memorables… una vida común y corriente, con familia, amigos, algunos conocidos, lugares que nos gustan, amores y demás relaciones normales… seguramente no lo es para alguien como José Manuel Rodríguez dada la imposibilidad  manifiesta que tiene… Y esto lo digo, sobre la base de la observación científica que se desprende de su bilis cada vez que escribe algo… no perdamos nuestro tiempo con tipos de tan mala leche, sigamos construyendo futuro… los chigüires que José Manuel representa, solo ven gamelote; nosotros -los normales- vemos el llano infinito… Ellos, al lugar que le corresponde: la basura.

He aquí una contundente explicación del paro universitario. Viva la derecha, muera la inteligencia.

 



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José Manuel Rodríguez


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