El gran fracaso de Venezuela ha sido su pésima educación. Tenemos contenidos, planes de evaluación y currículos que desde los años 70 se convirtieron en depósitos de ácaros. Ni docentes, ni estudiantes, ni padres y representantes, tienen por norma leer y menos analizar los contextos políticos, sociales y culturales que les rodean en su geometría comunitaria.
El escaso dominio que presentan nuestros estudiantes de secundaria en relación con el conocimiento de la matemática, historia, la geografía, las ciencias sociales, las ciencias naturales o de cultura general, aunado con la prácticamente nula formación de técnicos en el país en áreas vitales como el desarrollo industrial, tecnológico, agrícola, la fitotecnia o la zootecnia, nos indican que la educación, aunque vengan a mostrarnos cifras de crecimiento en matrícula estudiantil, la realidad es otra.
El país ha sufrido un enorme retroceso en todos los ámbitos de la sociedad. Esa “sociedad” está degradada en toda su moral. Mucho se habla de educación y de “logros” educativos. Sí fuera de esa manera, no tendríamos malandros ni asesinos. La delincuencia sería mínima, pero es lo que aumenta día a día en el contra-sentido del quehacer que estamos viviendo en esta putrefacción humana.
Entre 16 y 17 años existe un número importante de jóvenes infractores que amparados en una equivocada interpretación de la Ley Orgánica para la Protección de los Niños y Adolescentes (Lopna) por parte del ministerio público y tribunales han convertido a muchos liceos en espacios para que éstos “estudiantes” actúen al margen de la ley imponiendo sus códigos de amenazas y vandalismo. ¡Esa no es la vía! Tales infractores no sólo deben ser sancionados con las expulsiones correspondientes, sino llevados a juicios por sus tropelías jurídicas que violan los derechos colectivos y difusos de otros adolescentes y la sociedad.
Igualmente, la mayoría de delincuentes oscilan entre 18 y 25 años. Lo irónico es que estos individuos son fáciles de identificar en la sociedad. Por lo general, se desplazan en motos o vehículos infringiendo normas básicas de tránsito. Visten con ropa deportiva costosa y de marcas reconocidas. No se les conoce profesión u oficio definido, y es una constante su aparición por las comunidades en horas a partir de mediodía, porque en las mañanas duermen. Su vocabulario es propio de una “jerga” de pandillas muy asociado con palabras soeces de una semántica asesina, y por supuesto, su oralidad para nada demuestra que haya recibido un mínimo de educación literaria, y menos, poder escuchar en esa lexicografía un verbo que consiga la lectura de algún libro o ensayo.
Hay que convocar a una Asamblea Nacional Constituyente no sólo para transformar el Estado, y sustituir a quienes nos han llevado por esta pesadilla social. Es necesario replantear otra educación. Hay que eliminar la carrera docente como está establecida. Hacer de ella la profesión más exigente con los más altos niveles de promedios de notas para que quienes terminen siendo (re)creadores del pensar, no sólo perciban la más alta remuneración por derecho sino por hecho y comenzar a transformar la podredumbre educativa que vivimos. Cuando el país comprenda que el principal problema que tenemos es la educación, ese día podemos estar seguros que vamos a tomar la vía correcta. A propósito de ser ciego. Quien tenga ojos que vea.