Vivimos en la Sociedad del Conocimiento y hay un consenso generalizado a nivel mundial en considerar la educación como la llave del progreso, pues es el medio fundamental para combatir la violencia, aumentar la productividad, construir ciudadanía y lograr un desarrollo sustentable. A todos nos conviene tener más y mejor educación y que todos los demás la tengan. Con una pobre educación sólo lograremos un pobre país. Por ello, uno no entiende cómo es posible que por motivo de la crisis eléctrica, se esté violentando el derecho a la educación a millones de niños y de jóvenes. No fue suficiente con suspender prácticamente una semana de clases por diversas elecciones y alargar las festividades de carnavales y Semana Santa, privando a los niños y jóvenes de su derecho a la educación, sino que ahora se regula a tres horas el horario escolar y hasta se prohíbe y persigue a los que tratan de alargarlo. Incluso hay escuelas donde los niños sólo tienen seis hora de clase a la semana, es decir, acuden sólo dos días por tres horas. ¿Qué calidad educativa vamos a tener si el año y el horario escolar se reducen cada vez más y más, y a juzgar por las medidas que se toman, pareciera que la educación no tiene importancia alguna?
Se nos dice que estas medidas son para el ahorro de energía, pero ¿por qué extenderlas a lugares donde no necesitan luz o pueden tener clases sin ella? ¿No sería preferible que cada centro, en consulta con la comunidad educativa, decidiera el horario de acuerdo a sus propias condiciones? ¿Y por qué impedir y hasta amenazar con sanciones a los que, por pensar en el bienestar de los alumnos, se las ingenian, a base de creatividad y sacrificio, para extender el horario escolar más allá de esas tres mínimas horas a las que se les obliga? Que yo sepa, este es el único país en el mundo donde se persigue a las personas por querer trabajar.
Yo sé de muchas escuelas de Fe y Alegría y de otros movimientos comunitarios y sociales, que se iniciaron dando clases debajo de un árbol, en una enramada, o en un rancho y así, sin luz, sin agua, sin mobiliario, funcionaron durante meses, hasta que lograron, con el apoyo de la gente, unas condiciones más idóneas. Actuaciones así, ¿no merecen más bien reconocimiento y alabanza, en lugar de persecución y amenazas?
¿Dónde está el Ministro de Educación y el Defensor del Pueblo que no dicen nada ante estos atropellos y no salen a defender el derecho a la educación de nuestros niños y jóvenes, que está siendo violentado abiertamente?
Todos los países que lograron levantarse de situaciones precarias ocasionadas por guerras, tragedias o cataclismos, encontraron en el trabajo y la educación los puntales esenciales para salir de abajo e iniciar el camino hacia su prosperidad. En Venezuela, estos caminos parecen cerrados pues tanto el trabajo como la educación no son hoy medios de ascenso social y de progreso. Durante muchos años, los voceros del gobierno señalaban entre sus logros esenciales el contar con una educación de calidad abierta a todos. Hoy ya no está en peligro la calidad, que nunca la hubo, sino la propia educación pues escuelas, liceos y universidades se están quedando sin alumnos y sin maestros y profesores. Y para agravar el problema, hoy se prohíbe trabajar a los que se esfuerzan por garantizar a los alumnos un mínimo de educación. ¿Es así como se defiende la soberanía y se construye la Patria?
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