A los jóvenes que le pedían consejos literarios, el gran novelista Julio Cortázar les respondía: “Maten papá”. Esto tuvo que hacer su generación con su padre literario, el genial Jorge Luis Borges. En literatura, pues, para caminar con pies propios, es necesario el parricidio literario. A los estudiantes oposicionistas de hoy, igual urge recomendarles que “maten” al guionista que les han impuesto.
No he subestimado las acciones de los universitarios anti chavistas. Me sorprendió el empuje inicial que los llevó a hacerse oír ante la Fiscalía y el TSJ, hasta que un guión los reprobó en la Asamblea Nacional y acabó con todo lo que habían avanzado. Se descubrió que detrás estaban la oposición con todas sus proverbiales torpezas, unas oportunistas autoridades universitarias sobrevivientes de la cuarta república y empresas publicitarias y de espectáculos. Además de.
Un error, sin embargo, no acaba con un movimiento juvenil, si éste es auténtico. Seguí con interés político la convocatoria a una gran asamblea en el estadio universitario. Era, sin duda, una iniciativa ambiciosa. Obviemos el aparatoso revés cuantitativo. Cuando las banderas de RCTV tomaron las tarimas, respiré políticamente tranquilo. Por la vía de la farandulización cuaja cualquier cosa, menos un movimiento estudiantil.
El dirigente político Stalin González (ex Bandera Roja, ex Comando de Campaña de Rosales, hoy de Un nuevo Tiempo, según propia confesión) de nuevo leyó un guión de frases hechas. El mismo que un superficial análisis del discurso revela como una burda pieza publicitaria. Grave error de marketing porque remite a un garrafal error que se quiere hacer olvidar: el de la fuga de la Asamblea Nacional.
La lona que cubrió toda la grama del estadio, las tarimas y el sonido en su santo lugar, la requisa minuciosa de la seguridad a todos los muchachos, evidenciaban la presencia de una empresa de espectáculos, con sus elevados costos (ay de los movimientos estudiantiles de otros tiempos con que se les comparó, ay de las batidas para unas pancartas caseras o un multígrafo).
Para colmo, de sopetón se les lanza a los jóvenes de las universidades privadas y de una que otra pública, la canción “El Elegido”. No hubo manera de conectarlos con una vocalista de los años 60, ni siquiera porque ésta dedicara su interpretación al supuesto héroe de estos chicos, el ya no tan joven e inefable Nixon Moreno.
Algo raro ocurría en el estadio que sobrepasaba a la cantante. La bella trova del camarada Silvio Rodríguez se negaba a enlazarse con aquellos muchachos de derecha y a los jóvenes esta letra y esta música nada les decían. Para completar el teatro del absurdo, por las gradas vacías desfiló una pancarta que decía “Somos la revolución”, y con la misma velocidad desapareció. La trova cubana del comunista Silvio Rodríguez y la palabra “revolución” parecían una herejía o una provocación del mismísimo Ionesco.
Así terminó el show de aquella noche surreal y pensamos, desde la acera de enfrente, que si estos jóvenes no “matan” al guionista y a sus padres publicitarios, terminarán siendo víctimas del filicidio político de una oposición que ya se comió a sus viejos y ahora, insaciable, va por sus hijos.
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