S i algo caracteriza a la juventud es la espontaneidad, la frescura, la originalidad, la sinceridad. En sus actos y reacciones cotidianas, por lo general, los jóvenes son más rápidos y muy expresivos.
Sin estos elementos la juventud luce acartonada, prefabricada. Esto es lo que ha ocurrido en los últimos eventos en que han participado los jóvenes vinculados a la oposición venezolana. Este hecho se niega, por supuesto, ya que, según dicen, no son políticos.
En estas acciones de la juventud de las universidades privadas se han observado dos cosas: un considerable grupo asume el asunto como si de bajar a la playa se tratara, pegando salticos y griticos. Es como un juego, por ejemplo, pintarse las manos de blanco. El otro grupo, el de los aparentes dirigentes, con una retórica prestada, fácilmente desmontable, que luce hueca y artificiosa. En este pasaje de la oposición resalta la efervescencia con que los medios catapultan estos hechos.
Hemos visto tres textos en los que se percibe la misma autoría: el que leyó el alumno de la Universidad Metropolitana en la Asamblea Nacional; el que leyó la periodista de Globovisión llamando a una marcha, y el que leyó el presidente de la FCU en el evento que se realizó en el estadio de beisbol. Palabras, términos, frases, giros idiomáticos e imágenes remiten sencillamente a un laboratorio.
Movimientos así, que sepamos, no han tenido éxito, porque las bases son de anime, se resquebrajan; cualquier soplo de viento las pulveriza. Se ve el esfuerzo por gesticular sobre algo que no es propio. No se trata de leer, porque cualquiera puede hacerlo. No es un problema de forma, es de fondo.
¿Quién o quiénes venían preparando esta puesta en escena? Como se observa, el experimento se diseñó mayoritariamente en los espacios de las universidades privadas.
Develado el asunto, se olfatean de lejos y también de cerca los verdaderos objetivos de dichas protestas. Se habla de "ecos de libertad", se monta un show mediático, con todos los ingredientes faranduleros: tarimas, potentes equipos de sonido; requisa completa, como si se tratase de un show de Ricky Martin. Al final, oído el discurso central, un gran vacío. Son discursos a la carta.
Con un agravante: el que los encarga paga y pone la música.
Periodista/Prof. universitaria