La tragedia de John Fernández consistió en que estando con su bella esposa, a la cual no amaba, pues su corazón le pertenecía a la frívola Marícorina, tuvo que fingir toda la pasión que le imponía la tarea de hacerle el amor diariamente, ante millones de personas que observaban el reality show, dueño de los derechos que le permitían exhibir, por las pantallas de la TV, su vida intima durante los doce meses que contemplaba el contrato. Y lo peor vino cuando tuvo que festejar, con bombos y platillos, el nacimiento de su primer hijo, como cláusula adicional, bonificada con creces. Mientras su otra vida, la pública, se derrumbaba entre las borrascas que agitaba su desalmada amante.
A estas alturas, su inocente esposa, no se ha enterado de lo que casi todo un continente, y mas allá, ha consumido como un teleculebrón exitoso. Jhon tiñó de virtualidad la inexorable realidad de su hogar, apostando en el fondo a su fracaso, para tener al final, una oportunidad con la ambiciosa Marícorina y su mundo sustituto. Pero paradójicamente, en casa de John, reinó la felicidad que trajo consigo el primogénito aunque él no pudiera disfrutarla.
Marícorina es una ferviente escuálida, no por lo disociada y lo fascista, dos cualidades que profesa ante las cámaras de televisión con la misma naturalidad con que las derrocha en las tertulias íntimas (por ejemplo ha dicho en los espacios de opinión, en mas de una oportunidad, que “Las hordas chavistas, sempiternos parásitos, han predestinado con su revolución, la extinción de la “empresa” privada, léase Venezuela, por su estirpe mestiza”), sino por alimentar con el mismo denuedo racista, al “escualidismo”. Y es que esta tendencia, se disocia a la vez, de sus orígenes, para crear un nuevo tipo, que tiene más de moda y de estilo, de postura, de forma de malgastar la vida, que de la ideología que le da sustento.
Estas últimas semanas han sido lo suficientemente elocuentes en ese sentido. Hemos visto como se afila el prototipo del escuálido en el negocio mediático. Espasmódicas marchas de estudiantes privados que han amenazado más, desde el punto de vista publicitario, que desde la atmósfera neofascista que se mueve como animal herido tras bastidores, van dándole imagen al “estudiante burgués” que a la postre será, según sus aspiraciones, imagen y semejanza del joven medio venezolano, cuyo sumo ideal está encarnado en Yon Goicochea, híbrido entre el dirigente estudiantil y el pichón de empresario del cual se aprovechará la industria de la mentira para vender cuanto producto pueda. Apátridas programas de televisión, donde las brujas ponen al servicio de las procaces aprendices de hechiceras, el odio con que ofenderán al pueblo, al mas puro estilo de la Majo. Divos y divas del periodismo, antiguos militantes del sifrinismo ultroso que destilan usos y maneras, y van alimentando con sus presentaciones el comportamiento del parcial escuálido. Como la cátedra de exquisitez que dicta Ana María Fernández cada vez que aparece en pantalla o por lo menos como lo hizo ante Vanesa Davis en su programa “Contra Golpe” cuando al defender la posición del grupo de comunicadores que protestaban por la no renovación de la concesión a RCTV, hizo gala de un desdén redundante, no tanto por lo que decía, sino por la actitud. Parecía desprovista de todo vigor, desanimada, arrastrando una profunda debilidad física y moral, mostrando poco interés por su entorno, como para no tocar la mortalidad de los mortales. Egoísta con las palabras como cuando no se quiere pronunciar el nombre del adversario para no tocarlo ni con el pétalo de una rosa. Como si el no recordar las cosas cotidianas, nos promocionaran a un estadio superior. Debilidad al hablar para trasmitir en sumo grado, la elegancia, condición natural de la aristocracia. Falto de fuerza y de alegría como otrora la estampa lánguida, pálida de la tuberculosis, era sinónimo de nobleza. Con una altanería barroca al modular las palabras, tanto para vaciarlas de contenido, como para darle el toque sifrino inevitable.
Cuentan que alguien en el set, le tiró una flor: “Si así como hablas, caminas…” parafraseando a ese popular piropo que dice: “Si así como caminas cocinas, yo me como hasta el quemao”. Porque pareciera que esta mujer no quisiera pisar la tierra y solo pretendiera posar sus delicados pies sobre el mundo sustituto de Marícorina. Peligroso paradigma anoréxico, abúlico que modela las formas de las delicadas niñas que aplauden tres veces y muestran las palmas de sus manos pintadas de blanco.
John no creó el escualidismo, pero estuvo sumergido en sus contradicciones como, a propósito de La Copa América, pudiera ocurrirle a un futbolista disociado que al enfrentarse a la oportunidad de errar un penal, a favor de quienes apostaron en contra de su propio país, lo convirtió a pesar de su propia torpeza. John ahora padece la felicidad de su esposa quien tomó distancia de las ambiciones y las aberraciones de este.
“Lo que brilla con luz propia/ nadie lo puede apagar/ y su luz alcanzará/ la oscuridad de otras cosas”, dice el poeta cubano. Las contradicciones de la derecha la exteriorizan los payasos y las brujas que aparecen por la televisión. Ellas y ellos son exorcizados por los embates de la realidad, el contacto cotidiano con esta y las trincheras que se han apostado en la avanzada contra la guerra mediática, cuya bandera la porta combativamente, La Hojilla. Pero el animal feroz que es el dueño del circo y quien convoca el aquelarre, está herido y atrapado en su propia trampa imperial, contra el es la verdadera lucha, la gran vigilia, venga como venga, ni un tilín, rodilla en tierra. ¡Patria, socialismo o muerte! ¡Venceremos! ¡Hasta su derrota final!