En los últimos días a raíz de los anuncios efectuados por el ministro Adán Chávez, sobre los posibles cambios que pudieran realizarse en el área educativa, han comenzado los detractores de siempre a criticar lo que según ellos sería nefasto para los niños, niñas y adolescentes, en virtud de que éstos serían “adoctrinados” y en consecuencia “ideologizados”.
Ahora bien, bastaría hacer una encuesta en la población para corroborar que la mayoría diría que el actual formato educativo venezolano, además de anacrónico resulta contraproducente y negativo para el proceso de aprendizaje, lo cual se hace innegable cuando tenemos que la mayoría de los estudiantes de primaria, bachillerato y universitarios carecen de destrezas y habilidades en áreas de lectura, comprensión lectora y cálculo matemático, esto sin tomar en cuenta la deformación y casi nulo conocimiento de factores geo-históricos y de valores esenciales en la vida de cualquier republicano.
Pero por si esto fuera poco, tenemos algunos programas educativos que datan desde los años `80 del siglo pasado, década en que nos impusieron el sistema de escuela básica sin consulta alguna, y cuyos programas sólo fueron distribuidos a los “propulsores” de tales propuestas, ya que los docentes y ni siquiera el propio Ministerio del Poder Popular para la Educación, ni las zonas educativas poseen en sus archivos estos contenidos, lo que ha obligado a los docentes a utilizar “textos”, muchas veces descontextualizados, para realizar las planificaciones correspondientes. Por supuesto de eso nada se dice, sino que se repite el “cliché” del entonces ministro de educación Antonio Luis Cárdenas (1995) de que la educación es un fraude, para dejar constancia por “analogía” que sigue siendo un fraude sin aportar soluciones concretas, coherentes y efectivas, lo que coloca a los detractores de la reforma en una situación poco convincente; entonces: ¿cómo oponerme a que se realicen cambios en algo que no funciona?.
Otro punto sobre el que se han planteado críticas inconsistentes, está relacionado con el posible cambio en el calendario escolar, para ello han llegado al extremo de sacar a relucir un decreto de Bolívar (1827) en donde éste regulaba el funcionamiento escolar por razones “estacionarias” entre el 1º de septiembre y el 31 de julio, y según tales voceros, de hacerse tal cambio sería “antibolivariano”. Resulta risible tal planteamiento, máxime si vemos como otros países bolivarianos como Bolivia y Colombia desde hace mucho tiempo han adecuado su programación educativa a la par del año fiscal, con resultados más favorables que los nuestros y con una distribución que alcanza los 200 días hábiles, y el cual desde una perspectiva particular, es el principal obstáculo que presenta la educación venezolana para la formación en valores y de trabajo responsable, ya que el mismo está concebido para ir de “puente en puente” con una pérdida considerable de días escolares que atenta contra el proceso de aprendizaje, y que poco a poco ha ido tomando aspectos de una mal llamada “transculturización” (que si resulta ideologizante) que incluso atenta contra la idiosincrasia y la Identidad Nacional.
La reforma educativa resulta impostergable. Negarse a estos cambios resultaría no sólo anti-educativo, sino sería continuar transitando por el mismo camino de descomposición pedagógica y ciudadana. En los últimos años hemos construido una sociedad consumista e individualista sin apego a las cosas esenciales que deben identificarnos como seres humanos, y cuyos principios de amor, solidaridad, tolerancia y respeto mutuo, así como del conocimiento integral hace tiempo se quedaron en los “programas” realizados hace más de 20 años. El debate apenas comienza.
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