Ser laico es ser independiente de cualquier organización o confesión religiosa. La escuela o enseñanza laica es aquélla que prescinde de la instrucción religiosa. El artículo 7 de la recientemente aprobada Ley Orgánica de Educación versa sobre la educación laica. “El Estado mantendrá en cualquier circunstancia su carácter laico en materia educativa, preservando su independencia respecto a todas las corrientes y organismos religiosos. Las familias tienen el derecho y la responsabilidad de la educación religiosa de sus hijos e hijas de acuerdo a sus convicciones y de conformidad con la libertad religiosa y de culto, prevista en la Constitución de la República”. Este artículo ha sido repudiado por el clero. No hay que olvidar que, inmediatamente después del terremoto que destruyó las cuatro quintas partes de nuestra capital aquel 26 de marzo de 1812, la Iglesia Católica calificó este fenómeno de la naturaleza como “un castigo de Dios hacia el pueblo venezolano por haberse sublevado a la corona española”. Obviamente, tal declaración fue hecha “en nombre de Dios”. Nuestro Libertador y Padre de la Patria Simón Bolívar, respondió al sacerdote que decía tal infamia, “Cállate insensato” y aludiendo a la corona española y a la Iglesia Católica, continuó: “Si la naturaleza se opone a nuestros designios, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”. Evidentemente, estas palabras fueron calificadas de herejía por el clero.
Cuando se inició el año escolar en España en septiembre de 2007, las niñas y niños tuvieron una nueva clase de educación cívica secular que levantó en armas a la Iglesia Católica Romana. "Educación para la ciudadanía" incluye ética, educación cívica y derechos humanos. Basada en los valores consagrados en la Constitución de 1978 del Reino de España, se diseñó para preparar a las y los estudiantes de las escuelas elementales y del primer ciclo de secundaria del ámbito público para convertirse en ciudadanas y ciudadanos autodeterminantes, responsables y tolerantes de una democracia moderna y plural.
La Iglesia Católica Romana tomó dicha asignatura como un reto contra su monopolio moral y lanzó contra élla una furiosa campaña. El episcopado advirtió a los padres católicos que las clases de educación cívica violan su derecho constitucional sobre la "formación moral" de sus hijos y que debe ser enfrentada por todos los medios legales. El arzobispo de Madrid amenazó con apelar ante la Corte Constitucional de España para detener este "programa educacional ético-moral que niega a la religión". Pero el gobierno no se dejó impresionar. "Ninguna creencia puede imponerse sobre la ley", dijo el Primer Ministro José Luis Rodríguez Zapatero en un discurso ante un congreso juvenil. "España es un país laico, y sus principios de laicidad garantizan el pluralismo y la tolerancia".
Para los obispos, lo más explosivo del nuevo programa era el hecho de que incluyera, entre muchas otras cosas, los temas de género, sexualidad y familia. Una de sus metas declaradas es enseñar a los niños a rechazar "la discriminación existente por razones de sexo, origen, diferencia social, afectos sexuales, o de cualquier otro tipo" y a ejercitar “una evaluación crítica de la división social y sexual del trabajo y de los prejuicios sociales racistas, xenófobos, sexistas y homofóbicos”. Según los obispos, esto significa “adoctrinar a los niños con la ideología sexual y la agenda social de la izquierda”.
Los temas de la religión y de la iglesia fueron arduamente analizados por Ludovico Silva en su libro Humanismo clásico y humanismo marxista (publicado por Monteávila en 1982). Ante ambos emitió vehementes críticas cuando éstas confundieron su rol profético en pos de una humanidad más justa, por convertirse en instrumentos ideológicos de los regímenes que justifican la pobreza y la explotación de los seres humanos en beneficio del capital y la propiedad privada, transformándose así en meras ideologías al servicio del sistema capitalista. Para Ludovico Silva, la iglesia expresa un mensaje religioso que pretende santificar la pobreza, amparada en la promesa de que la verdadera riqueza no es de este mundo sino aquélla que nos depara la fe en gozar de la eterna presencia de Dios, una vez se realice el juicio final. Paralelamente a este mensaje, y de manera paradójica, ciertas “organizaciones religiosas mantienen grandes negocios -en especial en el ámbito educativo- en los que ganan gruesas sumas de dinero, se recuestan en los brazos de los poderosos y no admiten en sus colegios selectos a los estudiantes pobres” (página 87). Podríamos por analogía afirmar que esta situación los hace similares a los mercaderes a quienes Cristo echó a latigazos del templo.
Esta acertada crítica a numerosos miembros de la corte eclesial, que desvirtúan la idea de Dios, no le impide reconocer los aportes que los grandes Padres de la Iglesia han hecho al pensamiento cristiano sin poner en riesgo la fidelidad a la palabra auténtica de Cristo. Entre ellos destacan -afirma Ludovico- las figuras de San Jerónimo y San Agustín, quienes libres aún del dogmatismo religioso, escribían libremente, y sus doctrinas no eran aún una ideología al servicio de los poderosos, sino al servicio de los humildes, los desamparados, los desterrados de este mundo, tal como lo quería Cristo (página 87).
La alta dirigencia del catolicismo en Venezuela históricamente ha estado caracterizada por sacerdotes extremadamente arrogantes, con una sensación de impunidad y un insufrible sentido de superioridad, derivados del hecho de que administran "verdades superiores". Cuando critican la Ley Orgánica de Educación, desafían a las autoridades legítimas, a la Constitución y al poder popular, intentando imponer sus criterios anticristianos y son responsables de la agitación que dificulta la paz social. Muy lejos están estos Mefistófeles de sotanas del padre colombiano Camilo Torres, del salvadoreño Arnulfo Romero, del brasileño Hélder Câmara o del nicaragüense Ernesto Cardenal. Sacerdotes pertenecientes a un movimiento cristiano, conocido como Teología de la Liberación que surge a la luz de las innumerables injusticias a las que el sistema capitalista mundial ha sometido a los pobres de la tierra. Se trata de una nueva manera de hacer teología que requiere un clima de libertad y creatividad que ningún tribunal eclesiástico o civil debería sofocar. De ser así se estaría sofocando a su vez el dinamismo del evangelio y su fuerza transformadora.
Esta perspectiva teológica hace énfasis en la figura histórica de Jesús, destacando de él su postura política en contra de las injusticias del imperio romano y la inclinación preferencial de su obra a favor de los pobres, para luego, desde el contexto de nuestro continente extraer del evangelio las orientaciones necesarias para un proyecto emancipador y liberador del sujeto latinoamericano. Es una teología que se construye al lado de los excluidos y explotados por el sistema capitalista, que interpreta los signos de nuestro tiempo e intenta encontrar luz en las enseñanzas de Cristo. Es una propuesta que toma conciencia de la situación de dependencia y subordinación de los pueblos habitantes al sur del río Grande y que asume el compromiso de acompañarlos en el peregrinaje a su liberación. Se trata en definitiva de una iglesia capaz de escuchar el clamor de un pueblo, el cual día a día padece las injusticias de un sistema construido sobre el sacrificio y la muerte de millones de seres humanos.
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