Córdoba, Argentina 1918, la mayor revuelta estudiantil protagonizada por inocentes muchachos de barrio, integrados en las diversas Facultades de las universidades sureñas. Consumidos en los fatigados recuerdos de un siglo que recién patentaba injusticias, burlas y represión.
Jóvenes apenas salidos de sus años de niños, donde borroneaban con vivos colores del ayer, ruedas gastadas y pabilos anudados, justo cuando no todas las cuerdas de sus violines estaban rotas.
Así nació la generación estudiantil que conquisto las primeras letras en “El Manifiesto de Luminar”, magnifico documento que esgrimió por vez primera el reconocer la distinción entre Poder Estudiantil y Reforma Universitaria.
Época marcada como “El día del advenimiento de la nueva universidad”, bajo un sólido manifiesto, dirigido “A los hombres libres de Suramérica”. La Revuelta de Córdoba marco los primeros pasos de un siglo estudiantil que se avizoraba como sangriento, y así se cumplió.
Años después, exactamente un 13 de marzo de 1957, otros jóvenes, esta vez al mando del cubano José Antonio Echevarría, Presidente de la Federación Estudiantil Universitaria, se perfilaba como un infatigable luchador en los decididos y difíciles años cincuenta.
Compañero del Che Guevara, Camilo Cienfuegos y Fidel Castro, cumplió la responsabilidad de arreciar en las principales ciudades de La Isla, contra la abominable dictadura de Fulgencio Batista.
Días antes de su muerte, sintiendo que esta le acechaba, escribió, “Si caemos, que nuestra sangre señale el camino de la libertad”. Triste y cobardemente, fue asesinado en las calles de Cuba, cuentan, que el mismo Fidel Castro sintió con profundo dolor la muerte de Echevarría, he hizo todo lo posible por acelerar el triunfo de la primera revolución en armas del Caribe.
Luego llegó el año 1968, cuando en México en una terreno que aun existe, el cual lleva por nombre “Plaza de las tres culturas” se desarrollo la más terrible operación militar contra el movimiento estudiantil de la época, la denominaron: La Galeana.
Era presidente de aquella nación el dictador Gustavo Díaz Ordaz, y justo, frente a la entrada de la iglesia que posaba frente a aquella plaza, era volada de un certero bazucazo una puerta perteneciente al siglo XVIII, solo porque cientos de jóvenes corrían a auxiliarse tras su marco envejecido.
Tiernos luchadores caían abatidos ante el clamor de sus raciocinios, tratando de detener un régimen militar oprobioso. Señalaron la historia política de su época, como la más condenable, al tener en su haber para mantenerse a cientos de muertes.
La rancia oligarquía preparo una operación militar llamada La Prepa, siguieron un programado cercado represivo, el cual consistió en vigilar celosamente una serie de eventos estudiantiles.
Dándose el 13 de septiembre de 1968 una multitudinaria concentración, llamada “La Marcha del Silencio”. Posteriormente, el día 18 el ejército invade la Universidad Nacional de México, lo mismo ocurre contra el Instituto Politécnico Nacional el 24 del mismo mes.
Entonces, el 01 de octubre, agazapadamente se retira el ejército, para regresar al día siguiente y realizar la más horrenda masacre estudiantil. Así, el dictador de este país azteca, Díaz Ordaz, inauguraba los XIX Juegos Olímpicos, bautizándolos como “Las Olimpiadas de la Paz”.
Todos los mandatarios asistentes sabían de los hechos que recién acababan de suceder, pero ninguno hizo nada, más bien le aplaudieron, brindaron y se tomaron fotos con él.
Años después, más abajo, hacia el corazón de Centroamérica, en La Catedral de San Salvador, siempre histórica para los sufridos salvadoreños, vieron en el amanecer de 1979 un 08 de mayo, como caían abatidos decenas de estudiantes universitarios, quedando registrado en la historia del fascismo militar centroamericano, como La Masacre de la Catedral. Gobernaba el general dictador, Carlos Humberto Romero.
En nuestro país, Venezuela, una elocuente película de la época del sesenta, titulada: “El Gobierno Dialoga” muestra al más cristiano de nuestros presidentes, Rafael Caldera, allanando universidades, esta felonía se vivió marcadamente en Mérida, en la Universidad de Los Andes y en Caracas, en la Universidad Central de Venezuela.
En las heladas montañas merideñas una semana antes, instalaron una compañía completa de los llamados “Cazadores”. Cuentan los viejos de aquella ciudad que dentro de las Facultades, después de aquella masacre, mas nunca volvieron a verse cantidades de niños que vendían café, pastelitos y empanadas.
Muchos viajes realizaron las dos únicas furgonetas que había en la ciudad, salían con sus carrocerías algunas veces pegando a los cauchos de aquellos lúgubres vehículos, llevaban estudiantes abatidos.
Aun se conserva la placa de mármol a las puertas del Centro de Estudiantes de la Facultad de Medicina, donde se señala, “Aquí fue fusilado Domingo Salazar un….” Era el mejor estudiante de medicina, con un promedio de 19.5 y ejercía la presidencia de la Federación de Centros Universitarios de aquellos años, cayendo herido fue fusilado sin temible contemplación.
Aun nuestras universidades latinoamericanas luchan por ver liberado el germen de su enseñanza, “sus estudiantes”, donde sus pasillos son testigos de las letras de Ali Primera: Alma Mater te quieren matar, los enemigos de adentro, los enemigos de la oscuridad….
Los nuevos enemigos de la universidad se sientan en su historia, sesionando en sus Consejos Universitarios, hoy, persiguiendo a quienes tomaron las enseñanzas y los pasos de sus lejanos compañeros.
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