Leandro, mi amigo de la infancia, así como cada loco tiene su tema, tuvo el suyo y, la mayoría de nosotros también los tuvimos, pues además de jugar beisbol, futbol, bolivol, bañarnos en el río, jugar la salúa, hacer sancochos en la playa, teníamos el nuestro, que era pasarnos el tiempo que nos dejaba libre el tanto estudiar, porque el Liceo Sucre era demasiado exigente en los tiempos de Pérez Jiménez, tanto que ya en enero, a quien le raspasen en los exámenes parciales dos materias, quedaba fuera y perdido el año, y si perdías dos seguidos quedabas fuera del sistema, discutiendo de cuanto era digno de hacerlo y en lo de la política, pese la ausencia total de libertades para eso.
Pero Leandro era diferente, pese ser de allá arriba, del cerro "Pan de Azúcar", ese mismo que queda detrás del colegio de los Padres Paúles, bastante lejos de la orilla del mar y de Puerto Sucre, o quizás por eso mismo, su afición casi exclusiva era invertir su tiempo libre que era bastante en bajar hasta el muelles y allí esperar por los barcos que llegasen. En la noche, en el grupo de estudio, nos daba detalle de cada buque que había llegado durante el día, que tampoco eran muchos sino dos o tres, casi todos de puertos cercanos, como Porlamar, Pampatar, Carúpano y por supuesto La Guaira. Y todos, en los momentos de estudiar historia colonail de Venezuela, relacionábamos aquellos con la intensidad del comercio en la Provincia de Cumaná y enorme importancia que esta tuvo, tanto que la convirtió en importante espacio de la lucha por la independencia, que no sólo fue la cuna del Mariscal de América, tambien centro vital en la recepción no sólo de mercancías, producción y distribución de ideas por todo el territorio nacional. Cumaná, en un momento dado, llegó a estar por encima del puerto de Maracaibo y eso es bastante significativo. Porque las ideas, buenas y males, como las ratas van de un puerto a otro y donde llegan allí fecundan y se quedan y se van.
Lo de Leandro era pues, un ir y venir a Puerto Sucre, como si estuviese obligado a recibir los barcos y a ellos subía como si fuese alguna autoridad y, abordo, ya le dispensaban atenciones afectuosas por el conocimiento que de él tenían, lo que iba dejando el conversar y prestarse mutuamente favores. Y no era extraño verle bajar de aquellos barcos cargado de regalos que le traían los marineros de quienes, por su empeño, se había vuelto amigo. Y llegaban barcos italianos, gringos, franceses y Leandro se convertía en guía de aquellos marineros y viajeros que querían conocer la ciudad "primogénita de América", cuna de Antonio José de Sucre y los "secretos" no tan escondidos de la ciudad, pese como siempre se acostumbró en cada ciudad, mantenerlos alejados por allá, en los alrededores, en el ir saliendo al pueblo o la ciudad próxima, tal como en el Este del Paraíso", la novela americana de Jhon Steinbenk.
Y a Leandro, era casi frecuente, verle por las calles encabezando grupos de turistas o simples marineros, a quienes llevaba a conocer la ciudad y los "sitios apartados".
Y así, entre otras cosas, entre un ir y venir a Puerto Sucre, Leandro de pronto supo hablar varias lenguas, como también las habló su paisano, el poeta autor de "Las formas del fuego" y "El cielo de esmalte", José Antonio Ramos Sucre.
Y entonces él, por todo eso y nosotros por él, decíamos, "allá lejos, se mira la popa de un barco y encima de esta la chimenea y uno lo percibe por la humareda que trae y por esas señales mismas". Y Leandro sabía no sólo que venía un barco, sino hasta su procedencia y lengua, como si leyese y hablase con las trazas del humo.
Y Leandro entonces vivía buena parte del día, desde allá arriba, del cerro "Pan de Azúcar", un cerro blanco y pelado por la erosión y los abundantes chivos que allí se criaron, oteando el horizonte y leyendo las señales de humo y diciendo a quien le oyese, "allá lejos viene un barco, y es italiano; y en él viene Antero".
Años antes, cuando Leandro y nosotros no habíamos nacido, El Falke, un barco alemán, zarpó con rumbo a Venezuela. Traía a Ramón Delgado Chalbaud y hasta al joven caraqueño Armando Zuloaga Blanco. Cuando el buque apareció en el horizonte todo el mundo sabía, viendo aquellas señales de humo, que era el Falke, porque la gente de Gómez llevaba varios días esperándolo y lo vieron primero desde el "cerro Pan de Azúcar". Tanto lo esperaba Gómez que envió con anticipación a esa nuestra ciudad madre, a Edmundo Fernández a esperar la invasión. Y en la "Calle Larga", esa que muere llegando a Puerto Sucre y lleva a la orilla noroeste del Manzanares, quedaron los restos de los jefes invasores Chalbaud y Armando Zuloaga, en la "cabeza del puente" que lleva el nombre de este joven caraqueño. El Falke huyó dejando su carga de muertos y presos en la ciudad y su indiferencia y premura se leía en la volutas de humo de su chimenea.
Y por esas cosas y la cultura ancestral, originaria, que se forjó mirando al mar y la que nos vino de allá lejos, justo en barcos que remontaron desde el otro lado del horizonte y de quienes vinieron e hicieron descendencia y terminaron siendo de los nuestros, y por todo eso y la generosa pesca, quedamos mirando hacia la mar y soñando.
Cada loco tiene su tema. Los venezolanos de ahora estamos locos y como tal tenemos ahora un nuevo tema. Y es nuevo pese que tenga que ver con el mar y "Las tres Caravelas" y los tantos audaces como Miranda mismo y el Libertador llegando en la "Invasión de los Cayos". Nuestro tema marino de ahora es la gasolina, esa que llega en los barcos iraníes. Barcos que vienen desde el mundo Persa, se adentran en la inmensidad del océano por la puerta del Estrecho de Ormúz, bajan al sur del continente africano y toman rumbo noreste, por la vía atlántica para dirigirse a América y los puertos nuestros. Y nosotros contando los días porque la gasolina que llegó en los barcos anteriores, que según los cálculos debía alcanzar para 4 meses no duró ni uno, pese la precariedad de la distribución, uno de más de los tantos secretos que nuestra historia fecunda esconde y porque las refinerías nuestras, pese haber recibido los aditivos y los repuestos necesarios no arrancan, porque cuando lo hacen se rompe cada vez algo distinto a causa del deterioro y abandono, lo que pareciera no explicarse en las sanciones gringas sino en las auto impuestas.
Y cada uno de nosotros, quien tiene carro o no, porque por falta de gasolina la comida se nos pone más cara, no las pasamos todo el día viendo el mar, oteando hacia la línea del horizonte, como Leandro, desde el cerro "Pan de Azúcar", esperando la señal de humo, porque ya hasta sabemos leerles y hablar la lengua de los persas, que anuncie el ingreso a nuestro mar de sus barcos y que las volutas nos digan cuánto traen, para cuánto tiempo, de modo que cuando ella desaparezca sepamos cuánto de ella nos robaron. Y el mar mismo, para aplacar el hambre, poco nos sirve, pues la pesca, como el ganado, se la llevan a mercados donde se puede cobrar mejores precios y entonces vemos, con la nostalgia del hambre, como con ella que se va, se nos aumenta el deseo insatisfecho de comer.
Es verdad, no los dicen el mar mismo y las volutas de humo de los barcos que Trump es demasiado despiadado con nosotros. Es más, quiere ganar las elecciones en la Florida, lo que le es vital, a costa de acabar con nuestra vida y también porque en el fondo de la tierra nuestra y sobre ella hay bastante de lo que ansían para asegurar su futuro sin importarle el nuestro. Pero también es cierto que, la defensa y ofensiva de nuestro equipo están conformadas, casi de manera calculada, como para que el contrario gane el juego. ¡Los apostadores tienen sus mañas, trampas y el cuerpo muchas veces es débil!
Y en eso no la pasamos ahora, es nuestra maña, creada por esta tragedia que agobia, miranado al mar, buscando tras la linea del horizonte el barco iraní, esperando sacar de allí con él, nuestra salvación y esperanza.