“El hombre que ha consentido una vez beber en la copa de la autoridad sin límites, es un tirano y lo será siempre. La libertad está perdida en sus manos, puesto que él se sitúa por encima de las leyes, y en el país en que se ha hecho una revolución para la libertad, una tal creación no importa que se le llame gobierno revolucionario, es la contrarrevolución misma.” (Babeuf: Gobierno revolucionario. Talismán que oculta todos los abusos)
Hay qué pensar e imaginar un nuevo tipo de revolución, donde la forma-Estado y su imaginario dominante, no sea dueña de la estrategia de transformación.
Pues los grandes acontecimientos revolucionarios se hacen contra toda “forma-Estado” (por ejemplo, Lenin escribió un texto no como “personaje-inserto en un rol funcional a la razón de Estado: “el Estado y la Revolución, sin escribir un solo sintagma textual sobre el llamado “Estado Socialista” ni el “Estado Revolucionario”… ¡pequeño revelador! Ni una sola frase sobre el “Estado socialista”. Lenin aun no se contaminaba del ejercicio de la gobernabilidad de la camarilla minoritaria siempre burguesa, del comité que resuelve los asuntos comunes del Capital.
Lo más explicito de la “fase política de transición”, y siguiendo literalmente a Marx fue la frase explosiva inmersa en el contexto histórico del siglo XIX europeo: “Dictadura revolucionaria del proletariado”. De allí la fórmula leninista: “un Estado democrático de una manera nueva (para los proletarios y los desposeídos en general) y dictatorial de una manera nueva (contra la burguesía)” (El Estado y la Revolución; p 21).
Pienso que Marx lo planteó con mejor disposición liberadora: que el proletariado insurgente, que la multitud popular se constituya en clase política gobernante. Este es el desafío de la democracia socialista. Trastocar la gobernabilidad burguesa, aún la gobernabilidad “liberal-democrática” burguesa. Y a la vez, combatir la impostura del “gobierno revolucionario”, que funcione como pantalla que encubre un cogollo burocrático, un centro político burocrático.
Todo esto lleva a pensar e imaginar la forma-Comuna, repensando para el siglo XXI, la nueva democracia: sustantiva, participativa, deliberativa, protagónica y bajo la idea, ahora sí, del siglo XXI, de la pluralidad radical, distanciándose de la tentativa despótica (totalitaria si prefieren) de uniformar el sujeto popular, como pueblo-homogéneo sin diferencias, sin diversidades, singularidades o alteridades.
Esta diversidad precisamente lo fecunda, lo enriquece; y que por tanto antagoniza con la idea del colectivismo despótico, lo que Marx llamó muy tempranamente: “comunismo grosero”: el comunismo de los envidiosos; en fin, posición simétrica-invertida de los codiciosos, de las máquina de deseo de acumulación capitalista, vía “explotación-dominación” del pueblo trabajador.
Por tanto, una cosa es estar con el “proceso”, otra cosa es estar con la “forma-Estado”. Entre revolución y razón de la forma-Estado, hay antagonismos. Democracia socialista y socialismo burocrático son como agua y aceite. Entre los términos “revolución” y “estado”, no hay acoplamiento posible, sin convertir a la revolución en una estafa ideológica, abriendo las compuertas a los síntomas de alienación política: a la naturalización de la separación entre gobernantes/gobernados, condición indispensable para la reproducción ad infinitum de la estructura de mando y explotación.
Donde hay sobre-codificación (Del Estado sobre la Revolución), hay cercos, estriaciones y capturas contra el movimiento radical instituyente. Los procesos de subjetivación revolucionaria implican mas bien, la articulación de micro-políticas con un carácter molecular expansivo, que se propagan y contagian, para evitar no solo una “revolución traicionada”, sino su antesala: “la revolución congelada”.
El ciclo de luchas abierto por la coyuntura mundial post-1968 anuncia nuevos axiomas y maquinas de lucha contra-hegemónicos. Atrás quedó la enfermedad senil del “comunismo de estado”, el estatismo autoritario, sus funcionarios y sus mentalidades de aparato. Sabemos que significa “revolución congelada”: cristalizada hasta el punto de “necrosar” el tejido vital de la revolución, su espíritu constituyente, que contrasta con la inercia de masas, con el valor-cero en el flujo de multitudes, con la propensión al reflujo popular, con la saturación, agotamiento y caída de la iniciativa política y autónoma de las clases trabajadoras, del pueblo oprimido.
Nada de domesticaciones electorales ni representativas. La revolución democrática ininterrumpida utiliza y desborda estos dispositivos. Nada de parlamentarismo aburguesado y capturado desde la tentación de un ejecutivo centralizador, vertical y exclusivamente descendente del mandato imperativo: mandar sobre el pueblo trabajador, sobre los condenados de la tierra. El poder se ejerce desde abajo y por los de abajo. Mandar obedeciendo al pueblo. Auto-gobierno popular.
Nada de estrategias de sobre-codificación de las organizaciones-aparato contra el flujo revolucionario, por el intento de “administrar la revolución”. Una “revolución administrada” es una revolución congelada, amaestrada, amansada, antesala siempre propensa a cualquier Termidor, a cualquier regresión contra el pueblo-en-liberación.
Por cierto, las revoluciones son primero acontecimientos, y no primariamente conceptos. Los conceptos son utensilios, accesorios, herramientas, pero los acontecimientos efectivos se muestran en la revolución del cuerpo y la palabra, en cambiar la forma de la vida misma, en la insumisión de los cuerpos sometidos despóticamente como “fuerza de trabajo” explotada-dominada; insumisión de la palabra domesticada, para decirlo en términos de Ludovico Silva, palabra como “plusvalía ideológica”, como depauperación psíquica de masas, como excedente semiótico, como pasión-afecto metabolizado por la lógica del capital.
Sin mutación, sin transfiguración, sin rupturas, sin metamorfosis ni torsiones, no hay revoluciones, solo suaves continuidades históricas. Como aquella de la subcultura rentista, populista y clientelar, sedimentada en la “adequidad” aún hegemónica; por cierto, en nuestra sub-cultura de burócratas pumarrosas: ¡rojos-rojitos, por fuera; blancos-blanquitos bien adentro, como gramática profunda de una subjetividad no solo reformista, sino oportunista y transformista!
Tampoco es alternativa a esta “adequidad”, la nostalgia del gendarme benevolente, el “militarismo perez-jimenista”, ni la nostalgia del “estalinismo de partido-único”, como observamos, componentes de los viejos ropajes que se abalanzan sobre el espíritu constituyente del proceso revolucionario. Ni populismo militarista ni estalinismo tropical. Se trata de concretar la medula del ejercicio directo de la soberanía popular: Democracia socialista.
La ruptura de viejos marcos mentales e imaginarios es justamente la oportunidad de hacer y decir revolución para el siglo XXI en Venezuela. Una revolución siempre instituyente anuncia formas políticas que escapan a las capturas del aparato de Estado, que escapan a las máquinas económico-financieras (grandes grupos económicos) y bélico-asesinas (dictaduras militares y bandas paramilitares). Para evitar las capturas, sus disciplinas y controles, solo hay indicaciones: mutación de los agenciamientos, nomadismo revolucionario. No dejarse encasillar ni sobre-codificar, ni por la patronal capitalista, ni por la patronal burocrática (que en fin de cuentas, como decía Engels, es un “capitalista colectivo ideal”). Ni burócratas ni capitalistas…ni chantajes sobre la lealtad incondicional a la jerga del “mande-comandante”. Nada de imposturas socialistas, seamos más serios. La revolución es cosa de multitudes populares, conscientes, organizadas, movilizadas y dispuestas a luchar por un proyecto estratégico de liberación.
Allí reside el verdadero arte de desmontar la lógica de significaciones imaginarias que rodean la forma-Estado, desmontar la confusión entre democracia socialista y la “mascarada socialista del Capitalismo de Estado”. Pues el socialismo burocrático hoy, todavía recoge el legado de ilusiones y agonías de los “nietos de Lenin”.
Entre el jacobinismo burgués y el marxismo bolchevique, hay algo más que afinidades electivas ó aires de familia. No olvidemos que el verdadero padre de la criatura, léase enunciado: “Dictadura del proletariado”, no fue originariamente Marx, sino Blanqui. De allí que Marx, colocara el acento diferenciador en la “revolución de la mayoría inmensa y autónoma”, en contraste con las conspiraciones de minorías esclarecidas. Todavía hoy, nuestros “bien-pensantes” revolucionarios omiten esta “pequeña diferencia”. Habrá que decirlo hasta el cansancio: Marx no era blanquista.
El imaginario jacobino-blanquista, es aún el legado no reconocido de quienes suponen que la multitud popular debe subordinarse a los mandatos de las “vanguardias esclarecidas”, con su obsesión por el “control-del-centro-del-poder-de-decisión”, de quienes han in-visibilizado los deslindes marxianos frente al jacobinismo y al blanquismo.
Pero ante la amenaza de la revolución congelada, está llegando la hora de las direcciones colectivas, de movimientos instituyentes de colectivos auto-administrados y auto-gobernados. Bajarle la “santamaria” a los contrabandos ideológicos: cesaristas, militaristas y leninistas de partido-único, se ha agotado el tiempo de las imposturas, de los teatros, de los “potes de humo”, del espectáculo, de cantinfladas revolucionarias y el Cha-Cha-Cha de la adequidad. O democracia socialista o barbarie.
En este orden de ideas, Lenin se re-apropia mucho más del imaginario jacobino-blanquista, de la democracia dirigida desde el “comité central”, que de las tesis del aquel Manifiesto y de aquella frase de la AIT: La emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos.
A partir de lo acontecido en la recepción del socialismo revolucionario en América Latina y el Caribe, es comprensible que el siglo XX haya sido presa del imaginario leninista. De los jacobinos de la independencia a los jacobinos revolucionarios, hay afinidades. Pero todavía hoy no se recorrido el camino de desprendimiento del lastre del “marxismo-leninismo ortodoxo” (así lo califico Bujarin en el VI congreso), invención estalinista de cabo a rabo (con el perdón de las mentalidades de aparato), hacia una apropiación crítica del “pensamiento revolucionario marxiano”, del autonomismo de multitudes, de las revoluciones de la mayoría inmensa por los intereses de la inmensa mayoría.
Allí Marx coló la palabra “autonomía”, palabra que aterroriza a las tiranías y despotismos de todos los pelajes. El espíritu-Marx le queda grande al jacobinismo estrecho, a sus conspiraciones de minorías, a sus “Estados Revolucionarios” sin proletariado insurgente.
Todavía hoy impera un “pensamiento revolucionario” domesticado, sobre-codificado por los aparatos-partidos, curtidos por el legado de la III Internacional (ya estalinista) sobre Nuestra América, o por las traducciones posteriores del “marxismo soviético”, desde las triangulaciones de tendencias ideológicas conservadoras de las llamadas “revoluciones triunfantes” en Nuestra-América.
¿Dijo usted, por ejemplo, sociedad socialista en Cuba? Fetichismo jurídico del Estado Socialista. Caligrafía constitucional, tal vez. Proclamaciones a viva voz del Comandante-Presidente-Partido-Frente de Masas. Sin embargo, no hay Socialismo realizado alguno en un solo país, menos en un país periférico, dependiente, bloqueado criminalmente por el Imperio. Nominalismo mágico tal vez. Transición al socialismo, con mayor certeza. Pero… ¿Socialismo Realizado? Eso es terreno de propaganda permanente y de psicología de masas.
Hay por supuesto proceso de revolución socialista, pero todavía hoy el pueblo-cubano en liberación tiene la tarea de edificar y defender las conquistas de la revolución, profundizarlas sin perder el horizonte de que cualquier socialismo nacional a fin de cuentas depende no solo de revoluciones parciales, sino de una revolución a escala mundial. Sin apologías estrechas. También en Cuba será imprescindible recorre el camino del espíritu-Marx, recorrerlo en sentido crítico y no apologético, como la critica heterodoxa de los primeros tiempos… Sin tanta parafernalia ni sobre-codificación del aparato, de estructuras, de mitos tranquilizadores, de campañas de silencio administrado. ¡Quien duda que hay contradicciones en Cuba sobre el devenir del socialismo! Esta bien, camarada, hagamos como si no existieran…
Hoy sabemos que el socialismo burocrático que prevaleció en la URSS era totalitario: Entre 1917 y 1930 ocurrieron muchos acontecimientos que trastocaron cualquier imaginario socialista complaciente con los hechos consumados, cuestión que aún prevalece en ciertos espíritus de corrección política. A partir de los años 30, por ejemplo, Victor Serge utilizará numerosas veces el término totalitario en sus escritos para caracterizar el estalinismo.
No será entonces la canónica Hanna Arendt, tan manoseada por los que hacen apologías a la opción “totalitarismo ó liberalismo-democrático”, sino las polifónicas voces criticas de la contra-revolución burocrática en la propia URSS, las que habrían detectado el despotismo en el seno de la propia revolución. Pues no hay un solo lugar de enunciación crítico del totalitarismo (como quienes les gusta citar a Arendt, Talmon, Friedrich o Brzezinski), omitiendo a Trotsky, Rizzi, Neumann, Marcuse, Fayé, y tantos otros.
Será necesario revisitar la genealogía del término totalitarismo, pues se encuentra en los antifascistas italianos, aunque los fascistas también la utilizaron en sentido apologético. Mussolini, por ejemplo en 1925, reivindicaba la “feroz voluntad totalitaria” de su régimen. El totalitarismo era ante todo, la absorción completa de la sociedad por el Estado, al que, por supuesto, los fascistas no lo definían como un Estado capitalista. Según el propio Mussolini: “Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”.
Contrástese esta visión con una frase del republicano español Manuel Azaña: “por encima de la Constitución, está la República, y por encima de la República, la Revolución”. Reivindicación del espíritu constituyente. Cuando hay revolución el espíritu constituyente anda suelto por las calles. Cuando domina la contra-revolución, el espíritu constituyente habita, en el mejor de los casos, las cárceles. Es la vieja lucha de lo instituido frente a lo instituyente, de la tradición frente a la innovación, del poder constituido y del poder constituyente. Quien supone que el proceso popular constituyente es cosa del pasado, funge como operador de una postura reaccionaria, de una mentalidad de aparato, de una nueva clase o nomenclatura privilegiada.
Una pequeña lección de la historia para los que confunden Revolución con la forma-Estado, que obviamente no hacen memoria ni del nazi-fascismo-falangismo (el totalitarismo de derecha), ni del estalinismo (el totalitarismo de izquierda). Será necesario recordar que la llegada al poder de Hitler, instaura un totalitarismo de carácter racista, donde el Estado es la transposición de la voluntad del Jefe (Führer), del principio del Líder.
No por casualidad, en aquellos años de ascenso del fascismo, Gramsci escribió un pequeño texto que deslindaba las aguas del marxismo revolucionario frente al totalitarismo enmascarado de “socialismo”. Decía Gramsci (El Jefe):
“En la cuestión de la dictadura proletaria el problema esencial no es el de la personalización física de la función de mando. El problema esencial consiste en la naturaleza de las relaciones que los jefes o el jefe tengan con el partido de la clase obrera, y de las relaciones que existan entre ese partido y la clase obrera. ¿Son relaciones puramente jerárquicas, de tipo militar, o lo son de carácter histórico y orgánico? El jefe, el partido, ¿son elementos de la clase obrera, son una parte de la clase obrera, representan sus intereses y sus aspiraciones más profundas y vitales, o son una excrecencia de ella, una simple sobreexposición violenta?”.
En este escrito, Gramsci defensor consistente del “rostro leninista” del “PRINCIPE MODERNO”, antagonizaba al rostro de la captura totalitaria: Benito Mussolini y la clásica tríada totalitaria: fusión del Movimiento-Estado-Pueblo. Continúa Gramsci:
“¿Es posible hoy, en el período de la revolución mundial, que existan "jefes" fuera de la clase obrera, que existan jefes no-marxistas, que no estén ligados estrechamente a la clase que encarna el desarrollo progresivo de todo el género humano? En Italia conocemos el régimen fascista, y en cabeza del fascismo está Benito Mussolini, y hay una ideología oficial en la cual se definía al "jefe", declarándolo infalible, preconizándolo como organizador e inspirador de un renacido Sacro Imperio Romano. Vemos impresos diariamente en los periódicos decenas y centenares de telegramas de homenaje de las vastas tribus locales al "jefe". Vemos sus fotografías: la máscara endurecida de un rostro que conocimos en las concentraciones socialistas.”
En este texto además hay un párrafo revelador, una distinción que funda el abismo entre democracia socialista y cualquier totalitarismo burocrático:
“Benito Mussolini ha conquistado el gobierno y lo mantiene con la represión más violenta y arbitraria. No ha tenido que organizar una clase, sino sólo el personal de una administración. Ha desmontado algún mecanismo del Estado, más para ver cómo era y hacer prácticas del oficio que por una necesidad originaria. Su doctrina está enteramente contenida en la máscara física, en el rodar de los ojos en las órbitas, en el puño siempre dispuesto a la amenaza...Estos espectáculos no son nuevos para Roma. Roma ha visto a Rómulo, ha visto a César Augusto y ha visto, en su ocaso, a Rómulo Augusto.”
No es lo mismo una multitud popular organizada desde la perspectiva anticapitalista, que una masa reaccionaria organizada desde el cesar-populista, desde una mentalidad de funcionarios para la veneración supersticiosa del Estado, con su lógica y su policía, como planteaba el viejo Engels.
Por otra parte, en el momento del triunfo del estalinismo, el escritor Victor Serge utilizó el término “totalitario”. En una carta que envía desde Moscú a principios de febrero de 1933 a sus amigos franceses, Serge afirmaba que este Estado estalinista es “un Estado totalitario, castocrático, absoluto, embriagado de poder, para el que el ser humano no cuenta”. En 1939, Trotsky, que caracterizaba al Estado soviético como un “Estado obrero degenerado”, define a este Estado, como un “Estado totalitario”.
Pero no sólo se alzaron muy temprano voces críticas contra la figura del “Socialismo burocrático”. En plena guerra mundial, el viejo comunista austriaco, Franz Borkenau, publicó un libro titulado The totalitarian enemy donde Rusia era caracterizada como un “fascismo rojo” y la Alemania nazi como un “bolchevismo marrón”. Es la misma idea que aparecía formulada por el comunista de los consejos Otto Rühle.
Rühle, en una obra con un sugestivo título: Fascisme brun, fascisme rouge (Fascismo marrón, fascismo rojo), afirmaba que el totalitarismo no era sino una tendencia universal hacia el “capitalismo de Estado” que se había manifestado, en particular, en Rusia y en Alemania. No olvidemos estos pequeños detalles de análisis crítico de la Estadolatría. Entre democracia socialista y socialismo burocrático, hay un abismo. Es como agua y aceite.
Según Rühle, existía una “concordancia interna de las tendencias hacia el capitalismo de Estado” en estos dos países, “una identidad estructural, organizacional, táctica y dinámica, cuyo resultado fue el pacto político y la unidad de acción militar”. En 1918, Ossinskij analizaba la posibilidad del capitalismo de Estado en Rusia. Afirmaba en plena consistencia con el pensamiento marxiano que: “El socialismo y la organización socialista deben ser construidas por el propio proletariado, pues si no es así, no habrá ninguna edificación; surgirá otra cosa: el capitalismo de Estado”.
Para despecho de nuestros neo-estalinistas tropicales y caribeños, fueron los anarquistas y los comunistas consejistas, los que primero definieron a Rusia como un Estado capitalista, donde el Estado dirigiría orgánicamente, como un cuerpo colectivo, el conjunto de la vida económica. Más que leer dogmáticamente a Lenin, hay que aprender mucho más de las advertencias de Rosa Luxemburgo, de la oposición obrera y de la oposición de izquierda, que hacerle guiños a un estalinismo disfrazado.
En un escrito aparecido en 1921, el anarcosindicalista alemán Rudolf Rocker concluía su obra con un llamamiento “al socialismo, y no al capitalismo de Estado”. Simultáneamente, los comunistas de izquierda alemanes y holandeses (KAPD, Gorter et Pannekoek) proclamaban, en 1921, que “Rusia soviética y proletaria del Octubre rojo comienza a transformarse en Estado burgués”.
El anarquista ruso Piotr Archinov anotaba en 1927: “No hay ninguna duda que la ‘misión histórica’ del partido bolchevique se vacía de todo contenido y que intentará conducir la Revolución rusa a su objetivo final: el capital de Estado...”.
Así mismo, Víctor Serge intentó comprender el interior de esta evolución, apoyándose sobre su propia experiencia vivida con el estalinismo. Serge, tal y como explicita en sus Memorias, nunca se despojó de una visión del mundo libertaria, opuesta a una visión autoritaria de la revolución. Y es que este abismo ya fue tratado por el propio Babeuf en su valoración de aspectos poco visibles de la revolución francesa, casi un siglo antes:
“El hombre que ha consentido una vez beber en la copa de la autoridad sin límites, es un tirano y lo será siempre. La libertad está perdida en sus manos, puesto que él se sitúa por encima de las leyes, y en el país en que se ha hecho una revolución para la libertad, una tal creación no importa que se le llame gobierno revolucionario, es la contrarrevolución misma.” (Babeuf: Gobierno revolucionario. Talismán que oculta todos los abusos)
Babeuf acierta en la medula del titulo de su panfleto. Hay que evitar que en nombre del “gobierno revolucionario”, del talismán del “gobierno revolucionario” se oculten viejos y nuevos abusos. Antes de los sucesos de Kronstadt, Victor Serge denuncia la represión a la que son sometidos los anarquistas rusos en 1920; los artículos que escribe sobre esto sólo serán publicados por la prensa anarquista francesa. Proclama claramente su hostilidad hacia toda autoridad dictatorial: “Anti-autoritario lo soy tanto como siempre, irreductiblemente”.
Según Serge, el estalinismo constituía un Termidor. Perteneciendo a la Oposición trotskista, Serge fue excluido del partido bolchevique a principios de 1928. Este mismo año fue detenido, después deportado de 1933 a 1936, fecha en la que pudo salir del “país de la gran mentira”, gracias a una intensa campaña internacional. URSS, país de la gran mentira (Serge). Gobierno revolucionario. Talismán que oculta todos los abusos (Babeuf). No olvidemos estas enunciaciones, que desafían las lecturas cómodas de las mentalidades de aparato.
Después de su ruptura con Trotsky debida a la cuestión de Kronstadt, y luego de su adhesión al POUM español, Serge toma una orientación que le conduce a una visión del sistema totalitario como un nuevo fenómeno histórico. Toma, incluso, un cariz filosófico personalista, bajo la influencia de Emmanuel Mounier, y de la psicología social con Erich Fromm. Quien haya leído a Fromm, le costará no incluir el miedo a la libertad como un capitulo adicional del manifiesto contra la tiranía, al igual que la psicología de masas del fascismo de Reich.
Para Serge, que vuelve sobre el fenómeno en 1945, el totalitarismo se cristalizó entre 1927 y 1930. Lo definió de forma negativa como:
* un Estado dirigido por la policía secreta y basado en los campos de concentración, llenos de deportados y condenados sin juicio;
* un régimen de partido único;
* la ausencia de “libertades democráticas elementales”: prensa, opinión; la ausencia de elecciones libres y del voto secreto.
La experiencia histórica de los totalitarismos mostraba la impostura de una “emancipación nacional-socialista”, si esta apalancaba la dominación de un partido de masas, alimentado de pasiones autoritarias, dirigido por el culto al personalismo carismático, con una ideología que oficializaba mitos nacionales reaccionarios, bajo el monopolio de medios de propaganda de masas, bajo control monopólico de las fuerzas policiales y armadas, un control policial-terrorista, y una centralización dirigista de la economía con apoyo de las grandes finanzas y el capital monopólico. Todavía hoy se omite que Mussolini y Hitler también utilizaban la palabrería socialista con fines estatistas.
Serge se esforzó, sobre todo, en proporcionar elementos de reflexión, para el debate, sobre todo en “Destino de una revolución 1917-1937”, donde aporta algunos elementos capitales que alimentan su concepción de un “colectivismo totalitario” en el plano económico. En 1944, en un trabajo titulado “Economía dirigida y democracia”, Serge descubre similitudes entre la economía dirigida nazi y la colectivización estaliniana, que se desarrollan “al interior de un marco nacional... que es autárquico”.
Al igual que Otto Rühle, Serge plantea la posibilidad de una tendencia general al capitalismo de Estado, por las nacionalizaciones y estatalizaciones que “permitirán responder durante un periodo a las necesidades de reconstrucción”, pero que no tienen nada que ver con la real socialización de los medios de producción”. Es decir, que no tienen nada que ver con la socialización marxiana, con el socialismo revolucionario de Engels.
En fin, el debate democracia socialista contra el socialismo burocrático, contra el capitalismo de Estado o contra cualquier restauración de signo capitalista, implica desprenderse de la idolatría del “marxismo soviético de corte estalinista”. De hecho, Serge opera una praxis de deconstrucción de todas las certezas proyectadas como pantalla encubridora de la experiencia totalitaria soviética, de toda huella de ideologización de la realidad social.
Por tanto, el desmontaje necesario del socialismo burocrático como impostura socialista, y afirmando la teoría crítica radical post-capitalista, se produce un proceso de subjetivación y un régimen de signos para la liberación del viejo archivo histórico del mito del socialismo realizado, evitando la captura tanto del capitalismo liberal o neoliberal, como de la burocracia estalinista, el marxismo soviético y sus derivados ideológicos. Pues hay que afirmar la potencia del alzamiento ante lo intolerable.
No hay adoctrinamiento posible, no hay amansamiento posible. El “Estado revolucionario no existe”. Lo que puede llegar a existir es la revolución permanente del poder constituyente. La revolución contra toda forma-Estado. Donde fracaso Lenin, hay que insistir en la forma-Comuna. Una nueva forma-política debe enterrar la forma-Estado.
¡Comuneros y comuneras del mundo, uníos! ... si la burocracia no se los impide…
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