¡Qué tal, camarada! Un abrazo del alma de un amigo del camino… revolucionario, emocionado con el devenir de nuestra Revolución, golpeada y autogolpeada.
No salimos del asombro de lo acontecido, tristemente acontecido, con las importaciones y la distribución de alimentos. En el pasado artículo nos preguntamos cómo y quiénes eran los encargados de tal ineficiencia criminal y vagabundería corrupta.
Una vez demostrada su culpabilidad, se les debería exponer al escarnio público, sean amigos de quien sea. Porque, entre otras cosas, nuestra imagen pública como gobierno serio, exigente por demás y luchador contra las injusticias sociales, ha sido golpeada en el mero corazón al someter al pueblo a una variante de escasez y ridiculizar nuestra evolución hacia la soberanía.
Mientras tanto seguimos haciendo proposiciones a quienes gubernamentalmente dirigen los cambios necesarios para equilibrar nuestra sociedad. Sociedad -que incluye a chavistas- mayormente con una mente distorsionada ideologizados por una estúpida visión consumista.
Todos estamos bien claros en que para que esta Revolución se consolide, es necesario, como factor fundamental, que se incluya un cambio de mentalidad. Cambio para todo. Políticas del buen ciudadano, del buen vecino, solidarias, nacionalistas, y sobre todo desmontar, poco a poco, el esquema de consumismo excesivo.
Tarea harto difícil porque en este capitalismo, como en cualquier otro, pesan los medios de comunicación –ahora al alcance de todos los niveles económicos– invitándonos, conminándonos, exhortándonos hasta el envenenamiento a consumir, a consumir, a consumir.
A consumir lo que sea, con tal de que aparezca engañosamente barato: mira este aparatico para destapar conchas de almejas y ¡zás! lo compramos; esta olla que permite cocinar afuera cuando está lloviendo, y pasa ocupar un espacio en la cocina donde reposan, enmohecidas las más, otra ollas y aparatos que no utilizamos jamás.
Esta es una variante sencilla, residual, de aquel esquema de regalar por “listas de bodas para quedar bien” en los matrimonios de clase media hacia arriba. Es que hasta esa hermosa situación, comprometedora por demás, de unirse dos personas… hasta que la muerte los separe, se transformó en un pesado acto gastivo –desde la elaboración de las tarjetas hasta la entrega del regalo– con la excusa de no repetir los regalos familiares.
Simplemente porque las ceremonias en las clases pudientes, la high life, indujeron a la clase media en casi todos sus estratos, a copiarlos poniéndolos a parir “para cumplir”. Desde las familias organizadoras, los causantes, hasta los invitados, los exigidos.
Se puso de moda hacer grandes fiestas y que cada quien pague su entrada con buenos regalos, seleccionados de una lista, o ahora, que, para menos complicaciones, te incluyen junto a la tarjeta de invitación una desagradable tarjetita que dice: Agradecemos tu regalo en dinero, en otras, más atrevidamente, te exigen que sea en dólares.
En estos días escuché en un programa de radio que para abaratar costos se podían enviar tarjetas de matrimonio virtuales, vía Internet.
Ah, y todos a no comer ni beber por varios días para hartarse en la fiesta de la boda y así compensar la inversión en el regalo: ya bebí champaña, como 3 copas; llevo casi mitad de botella de whisky y comí el pasapalo parejo –todavía con tequeños y bolitas de carne en el mantel de la mesa–, igual mi mujer, o sea que si nos vamos ahorita, ya cubrimos lo que nos costó el regalo. ¡Salud, hip hip!
Vaya triste esquema consumista.
¿Cuándo se entenderá que celebrar una boda, que es un acto para la familia y amigos cercanos, debe significar la festividad de una unión donde se consolidarán ilusiones y deseos; donde los padres, junto a los contrayentes, invitan para compartir esa alegría?
Solamente eso. “Los invito, fulano y fulana, a que nos acompañen a disfrutar de un rato con los muchachos que se nos casan”; y hasta dónde el dinero alcance, sin comprometer economías domésticas, porque hay más de uno, que por no sincerar su situación económica, se endeuda hasta los tequeteques con tal de quedar bien… pero limpio.
Deberíamos tratar de cambiar, mediáticamente y progresivamente, esa perversa visión de unión matrimonial especulativa y gastiva, para que unos invitados, justificándolo o no, se “rasquen”, se embriaguen, a costillas de un recurso que pudiese ser para los novios.
Debes invitar a quien crees disfrutarán, compartiendo un rato, esa emoción familiar y que los que tengan mucho billete lo sigan haciendo opulentamente. Cero sacrificios, cero pantallerías. Dígame aquellos matrimonios que, después de larguísimas ceremonias rituales y fiestas donde los padres botan la casa por la ventana, apenas duran un par de años, a veces uno, o unos meses.
Me extendí en este comentario para que algunos nos veamos reflejados en el botaratismo social. Al igual que con otras herencias gastivas como son las “fiestas de quince años”, donde las familias, hasta las más humildes, tienen que dotar a su hija con una costosa vestimenta -claro, algunos las consiguen “enchivadas”- y hacer una fiestecita con sillas alquiladas.
Esas celebraciones fueron inventadas en otras épocas, especialmente para las clases sociales altas, económicamente altas, ya que eran para “presentar en sociedad” a la niña que comenzaba a ser mujer y salía linda con sus zapatos de taconcito y medio maquillada. Ahora desde carajitas andan en la calle, días y noches, y las conoce medio mundo.
Ah, pero surgió otra variante, comercial también: pagarle un viaje a Europa con un grupo, cuando generalmente a esa edad no se tiene mentalidad para asimilar un viaje de esas características culturales. Pienso.
No se nos puede escapar la famosa “Primera Comunión”, esta vez ropa para niñas y niños y zapatos, etc. Gasto y gasto. Me refiero especialmente para los integrantes de la clase media, de media hacia abajo, y de las clases populares, que no se quieren quedar atrás.
Confieso que mi hija me acompañó en no hacer ninguna de esas celebraciones, ni la fiesta de grado. Es tremenda mujer, tremenda madre, tremenda gerente. Tremenda hija.
Deberíamos, estimo, promover una campaña concientizadora para ir reduciendo estas imágenes antieconómicas, para los que no tienen mucho, repito.
En esa onda de tratar de ayudar cambiando viejas tradiciones de alta sociedad, o litúrgicas, que no consideran los gastos de la gente, así como de nacionalizar celebraciones, propuse crear un personaje popular que sustituyera a Santa, Santa Claus o San Nicolás. Imaginé a un gordo bonachón con alpargatas, un sombrero de cogollo, vestido de liquilique ¿se acuerdan? y un poncho andino.
Esto porque nos cambiaron la figura del Niño Jesús como la de quien traía los regalos para los niños –para los que tuvieran Niño Jesús–, el día 24 –exacto o no– cuando se conmemora su nacimiento: el propio día de los niños. Recuerdo perfectamente cuando los fabricantes de juguetes se reunieron en El Poliedro para resolver un problema capitalista de ¿cómo vender juguetes por cantidades sin tener que esperar a diciembre? La solución: crear el día del niño. ¿Cuál fecha?: la más segura para las ventas, cuando termine el período escolar.
¿Qué padre se niega a comprarle un juguete a su hijo cuando exitosamente pasó de grado? Y ¡zás! hasta en los colegios públicos lo promueven. Qué tal si fomentamos la fabricación artesanal de juguetes de madera, o metálicos, armables, más duraderos.
Y los gastos para carnavales con costosos disfraces. Antes nos pintaban bigotes y patillas, y chivita, con corchos quemados, y unos trapos y un sombrerito, y a gozar; de casualidad una antifaz.
Ni pensar en la idea de imitar el día de Halloween -muy criollito por cierto, ¿no?- en las escuelas. Prohibirla aunque se escuche: con nuestras brujitas y calabazas no se metan.
Camaradas, el capitalismo nos obliga a gastar, es contrario al ahorro. Nos trae infelicidad por no poder comprar lo que otros –peor en las barriadas que alimenta el desasosiego y la intención de robo para adquirir– y angustias por endeudamientos de todo tipo. Recuerdo la frase que me decía mi padre: Hijo, arrópese hasta donde le alcance la cobija… y de jalarla que sea máximo a que asomes la punta de los dedos.
Los salarios de nuestra gente popular, de la media y la de todos, apenas alcanzan para seguir endeudándonos con los comerciantes –desde el abasto cotidiano a los turcos y sus muebles y electrodomésticos de elevado costo por ser a crédito– con las tarjetas de crédito, muchas a reventar –deudas impagables como la externa de los países tercermundistas–, compra de cosméticos y perfumes, y trapos, etc.
Vivimos, por lo menos en las ciudades, un necio mundo de comprar y vender. Ninguno tiene una actividad realmente productiva en función de los aspectos fundamentales. Cientos de miles de carros se desplazan a diario, de un extremo a otro, y gente caminando por doquier, para ver quién le vende a quién y quién le compra a quién.
Ojalá nuestra Revolución genere unas excelentes condiciones de vida en el campo, desarrollando sus actividades, y que todos nos fuésemos a trabajar productivamente, sin contaminaciones, con beneficios para una vida digna en urbanizaciones campestres con hábitat armónicos. Y distracciones, y vacaciones planificadas.
Proponemos, también, iniciar una verdadera solución a lo que la presencia de desechos sólidos, hoy día, hacen ver como un problema: el problema de la basura. Cuando es bien sabido por todos que los desechos sólidos son todos negociables.
En algún artículo propuse iniciar las actividades de reciclaje. Casi todo es reciclable. Pudiésemos abaratar costos en comestibles reutilizando envases a ser llenados, entre algunos: aceites, vinagre, margarinas y mantequillas, aliños, sal y azúcar, salsas, jugos, leche en latas, etc. Ud adquiere una vez, se le agota y lleva su envase para que se lo llenen en los Mercalitos, Pdvales, etc., que lo almacenan en grandes envase distribuidores.
Nos ahorraríamos en el transporte hasta los almacenes y en los costos de envases, letreros, comercialización, etc. Cada cual velará por las condiciones de higiene de sus envases, bajo una campaña al respecto.
Por cierto, que todos los venezolanos, más a los de las clases populares, deben saber que es sumamente costoso la compra de productos embutidos. Alos más humildes que consigo comprando jamón les hago ver que un kilo les cuesta entre 70 y 80 bolívares, que no lo notan porque en la panadería o en los chinos, compran de paqueticos con su plastiquito. Y les sugiero que compren carne de primera, la preparen tipo rosbif (roast beef, porsia), lo congelan y lo cortan en finas lonjas y se meten tremendos sanduches de carne, con la salsa que quieran.
Recuerdo la anécdota referida a una empresa productora de cremas dentífricas que quería aumentar sus ventas. Se estuvieron matando el coco, y cuentan que la señora que servia el café intervino y dijo: lo importante es que se consuma más, y ello se puede lograr gastando más crema dental para lo que bastaría aumentarse el hueco d los tubos. Y ahí nos lo metieron, más con la propaganda que casi obliga a que llenemos las cerdas del cepillo de banda a banda, hasta que cuelgue la crema. Lo que limpia son las cerdas. Y un poquito de crema.
Ahora vemos que hay que cambiar los cepillos cada tres meses porque le salen bichos malos. Una vez propuse construir cepillos a los que s le puedan cambiar las cerdas, que es lo que se daña.
He tratado de diseñar una barrita de desodorante, sustitutiva de las gastadas y con ello reciclar los envases, que cuestan más que las barritas.
Lo jabones de lavar, sólidos o en polvo, se venderían por peso. Más baratos, también. De paso, que se debería realizar un estudio para volver a los jabones tradicionales, sin tantos aditivos que lo hacen más caros y son más complicados para desalojar en las tuberías de los edificios (espumas) y para tratar en las plantas de tratamiento de aguas servidas.
Ocurre con los envases para el aceite de los vehículos. Los dueños de catanares gastan más en aceites –de motores que lo pasan hasta en potes– que en gasolina, que habrá que ir pensando en aumentarla. He dejado de comprar agua en botellita desde que aprecié que el costo de la más pequeña (que es un robo) es equivalente al llenado del tanque de mi corollita. El agua me la bebo en un minuto con lo que ruedo casi toda la semana. La botellita la lleno en la casa y me la llevo.
El mundo capitalista, el excesivamente comercial, mide las condiciones de vida en función de las ventas. Si venden mucho, las vainas van bien –aunque no reconocen que es por el circulante en manos de la gente porque el movimiento económico colectivo-, y si venden poco –habiendo tiendas por coñazos en todas las calles y centros comerciales, que venden lo mismo, y caro- la vaina está arrecha, muy mal, y por ende el gobierno no sirve.
Y me perdonan los términos, pero qué coño nos puede interesar que a todo el que se levanta abre su negocio, trata de vender cualquier tipo de vainas y cierra, le vaya mal. Además, en la mayoría de los casos, pagan mal a sus trabajadores y les exigen demás.
Deberíamos hacer como en las escuelas: todos los trabajadores con uniformes. Sin tener que gastar en tanta moda importada, aunque sea más cara por comprar malas imitaciones. Así veíamos a los chinos. Y la ropita llamada “de salir” bien cuidada para cuando sea necesario. Por cierto, eliminar la gastadera de las utilidades en diciembre en “muditas para todos”, aunque sea tradicional. No le alcanza el dinero a nadie y llega a enero pelando.
Para no alargarme más, me perdonan lo extenso, ocurre con la calidad de los repuestos. Nos encarecen la vida, además con mecánicos que no han sido evaluados. Repuesto que se venda debe llevar calidad Norven y los mecánicos con certificados de conocer de marcas de carros y especialidades. Igual con las reparaciones de electrodomésticos.
Deberíamos promover por los medios de comunicación métodos de mantenimiento preventivo para evitar tanta costosa reparadera de los carros y otros equipos.
Con relación a las medicinas, venderlas sin las cajas, sobres de protección solamente. Y frascos. Por cierto, al aprobar modificaciones en la Ley de Seguros, -vale la de no pedir clave-, en cierta manera aupamos la ineficiencia en el servicio médico público. Si contáramos con buenos servicios, la “millardaria inversión” en seguros se trasladaría a nuestras instituciones y al personal. Y se traduciría en más economía para todos, gobierno y trabajadores.
Y demostraríamos eficiencia revolucionaria.
¡Camaradas, lucha contra el consumismo excesivo! ¡Cuidemos nuestro dinero! La mayoría de los comerciantes nos ve cara de billetes, bolívares o dólares, más nada, y con especulación vivir ellos una vida holgada, sin importarles la miseria.
Por supuesto, casi todos están contra Chávez, como es lógico.
edopasev@hotmail.com