Como aprendiz de revolucionario sé que lo sustantivo es
hacer la revolución. No me dejo sorprender por posiciones luminosas o
proféticas vengan de donde vengan, uso lentes oscuros para contrarrestar tanta
lumbrera cuando las tengo cerca. La formación ideológica revolucionaria debe
ser firme como para saber cuando las aguas permiten un respiro y cuando se
tornan procelosas y hay que ser “sagaces como serpientes” o correr el riego de
zozobrar. La fidelidad al proceso no puede pasar por personas sino por la
misión revolucionaria: conquistar una patria de paz, justicia y equidad,
hacerlo con diligencia, con el menor ruido posible y hacerlo bien.
Véase como la radicalización del proceso revolucionario, aún en estadios muy
incipientes, fue dejando cadáveres insepultos en el camino, cómo quedó la ruta
minada por deserciones y odios mellizales, que son los más consecuentes y
terribles, por cierto. Al modo de quinceañera provinciana se fue alcanzando
cierta madurez ideológica al costo de dolorosas desgarraduras en el alma.
¿Cuánto daño ha hecho y continuará haciendo el haber “creído” en tanto pequeño
burgués, amante del verbo ocasional grandilocuente y portadores del sarampión
revolucionarista? Pasemos lista: Miquelena, Olavarría, Arcaya, Alvarenga, Ismael
García, más todo un largo etc., y de último, el prócer ilustrado Henry Falcón,
quién vino a descubrir, -en plena campaña electoral y por los medios de
comunicación- casos de corrupción e inconsecuencias en la revolución.
El verdadero revolucionario tiene que saber esto. Tiene que saber que hay gente
que nos acompañará sólo una parte del camino. No necesariamente porque sean
traidores genéticos, -que muchos lo son- sino, especialmente, porque la idea
del proceso revolucionario que albergan tiene unos límites: sus ataduras con
los reflejos condicionados de la cultura capitalista y de estos límites ni
pasan ni se devuelven. No se, pero creo que el látigo de estas traiciones, en
algún sentido, sirve para purificar el verdadero espíritu revolucionario del
pueblo organizado. Lo que no puede la revolución, es aprender estas lecciones
de desencanto en desencanto, de desilusión en desilusión. Se necesita mucha
claridad para no salir mal herido de estas situaciones. No será así, si se
dispone de una base ideológica sólida; una conciencia capaz de trabajar con el
compañero para que continúe la ruta, pero inflexible para no permitir que haga
daño, si por sus limitaciones, pone en peligro el objetivo revolucionario.
Como historiador comprometido con el pensamiento revolucionario, siempre me han
parecido igualmente deletéreas las devociones incondicionales y entusiastas como
las condenas apresuradas. Si nos detenemos a otear un instante desde el balcón
de la sindéresis, veremos como fueron útiles, hermosamente útiles, los Mariño,
los Páez, etc., estos fueron patriotas valiosos, pero mientras Mariño sentía
que su “pueblo” (el de oriente) había sido emancipado, y Páez que su “nación”
(Venezuela) había sido liberada, y ambos
que la Revolución tenía una deuda con ellos por su “sacrificio personal”, el
americano universal, Simón Bolívar, sentía entre sus piernas el duro costillar
de Rocinante y la urgencia de combatir por la libertad de la patria grande. Una
patria grande y bonita que es Oriente, que son los llanos, que es Venezuela con
sus costas y sus mares, pero que es, además, la Nueva Granada, Ecuador, Perú y
la América toda con sus pueblos irredentos.
En los años en que el Che, otro “majadero” soñador, le decía a un intoxicado
mercenario: “Mírame a los ojos coño, que vas a matar un hombre” sonaba una
letra de canción revolucionaria que al referirse a Bolívar decía: "Primero
fue caraqueño, y después venezolano, para luego darse cuenta que era latinoamericano"…Ese
es el problema, la revolución independentista a muchos y muchas les quedó grande. Nuestra revolución bolivariana también
les queda grande a muchos y muchas, a demasiados tal vez. Cuando se profundice,
le quedará grande, muy grande, a muchos más.
Pues bien, o estoy perdiendo el olfato o se vienen nubarrones y tormentas de
cara a las elecciones de septiembre. Como el olfato creo que lo conservo fino,
la lectura de las condiciones me dice que se nos viene borrasca. La Revolución
en la Revolución, para ser verdadera, tendrá que pasar por encima de mucho
oportunista. La tormenta ahogará también a un que otro despistado, pero la
tormenta traerá agua clara y abundante, y el agua, esperada y canalizada, domesticada
y conducida, es buena, es fecunda, lava de sucio el rostro del asfalto, fecunda
la tierra y hace aflorar la verdad. La Revolución deberá tocar intereses y
sectores económicos que hasta hoy sólo han reaccionado ante la posible amenaza.
Cuando esto ocurra, arreciará el ataque del enemigo. Los primeros en alinearse
con estos sectores e intereses serán aquellos que, habiéndonos acompañado hasta
aquí, siempre tuvieron la cabeza, el corazón y el bolsillo allá.
No puede una revolución depender de la fidelidad de fulano o de zutano, ¡arreglados
estaríamos! Hay que ir más allá con paso firme. ¿De donde saltará el siguiente
traidor? No lo se, pero las actitudes agresivas del enemigo proporciona signos
inequívocos de sus marramucias conspirativas. Las próximas acciones de la
reacción pondrán a prueba al revolucionario de chequera, al revolucionario
cómodo, al conformista, al del acuerdo, al del pacto y el arreglo. El Plan
organizado por EEUU como estrategia durante la campaña y posterior a la
celebración del acto eleccionario está en marcha. Nuevas acciones conspirativas
y terroristas probarán el temple de esta Revolución y la formación ideológica
de sus cuadros. La mejor lectura la proporcionará la misma Revolución. Si los
tartufos y camaleones predominan el imperio atenuará su ataque, hasta podría convivirá
con la Revolución, sería una revolución (con minúsculas) tolerable y manejable;
si se profundiza, habrá llegado la hora de nuevos judas y saltadores de
talanqueras. Un buen número de “revolucionarios” habrá encontrado su límite. No
creo necesario, compatriotas, abundar en más detalles que conocen
perfectamente, estamos como las islas en relación con el agua: rodeados de ella
por todas partes. Uds., lo ven igual que yo. Al modo del general Gómez, el
hombre de la Mulera, aquí cabe decir: “Ah, rigors… ¡tanta gallina cantando como
gallo!”. Hay que templar el acero o conformarse con reformas de plastilina, hay
que salvar la Revolución o sentarnos, como el rey moro, a: “llorar como niños
lo que no supimos defender como hombres” Hoy habría que añadir: “como hombres,
mujeres, niños y niñas” porque la tarea es de todos.
La Patria es Socialista o no será Patria.
Chávez es Socialismo, Chávez es Patria
¡VENCEREMOS!
martinguedez@gmail.com