La Revolución no es un proceso fácil, los revolucionarios deben entenderlo así. Se trata de un desgarramiento, de un separarse de sí mismo, de correr el riesgo de la soledad.
El que tenga miedo de la soledad nunca será revolucionario, siempre estará buscando el acompañamiento de una mayoría que es esquiva e ingrata.
Los revolucionarios, por definición, son la vanguardia de la sociedad. Son los que primero perciben y sienten la necesidad de un salto y, planteándolo, corren el riesgo de la incomprensión. Contra ellos se confabulan las fuerzas de la costumbre, de la parsimonia, el cambio perjudica a los acomodados, que son muchos, y es incomprendido por los beneficiados, intoxicados de manipulaciones de dominación.
Cuando finalmente las ideas de la vanguardia son entendidas, respaldadas, para esto pueden pasar muchos años, toda una vida, entonces llegó el momento de nuevas ideas que rompen con el nuevo acomodamiento. Surge nueva vanguardia, nuevas incomprensiones, nuevo aislamiento, otra búsqueda de mayoría.
Así el ciclo se repite interminablemente. Ese es el motor de una revolución, las revoluciones que se olvidan de esta fisiología, se adormilan, se pasman, perecen. No saben crear nuevas rutas de avance, al contrario, toman atajos al pasado.
La seguridad acostumbra, deja para después el salto indispensable para la salud revolucionaria, ve con malos ojos a quien pida correr el riesgo de seguir caminando, la seguridad aconseja permanecer en el terreno ya conocido, con las acciones que dieron resultado ayer, no salirse de la rutina, no inventar, no hacer olas. Frente al camino necesario siempre ven barrancos.
La pequeña burguesía en funciones de vanguardia revolucionaria se aposenta con facilidad, al primer éxito proponen teoría para justificar quedarse en el remanso, evitar la turbulencia, disfrutar lo alcanzado.
En estos países nuestros, donde las primeras etapas de la Revolución resuelven las reivindicaciones burguesas y por tanto son acompañadas por capas y dirigentes pequeño burgueses, es importante entender la necesidad de correr el riesgo de siempre estar avanzando. Si una Revolución se estanca, irremediablemente perece, ese es el principal enemigo.
Ahora bien, el avance de una Revolución no se mide por el avance económico, aunque por supuesto es importantísimo, el avance de una Revolución lo determina la elevación de la Conciencia del Deber Social. Sólo los pueblos con altos niveles de esta conciencia son capaces de resistir los embates de los enemigos que intentan yugularla.
La prosperidad económica debe estar al servicio de la Conciencia Social, o mejor, sólo la economía al servicio de esta conciencia será en verdad prosperidad. Los altos índices de economías capitalistas son ilusiones que producen miseria a su alrededor.
En nuestra Revolución, que es pacífica, convivimos con lógicas heredadas del punto fijismo, es necesario hacer grandes esfuerzos para con nuestras acciones elevar la Conciencia del Deber Social. Esto es fundamental: no podemos caer en la tentación de logros fáciles usando los métodos, las herramientas melladas, así obtendremos triunfos que siempre serán efímeros.
¡Chávez es Socialismo!
¡Socialismo es Conciencia!