Parte I

¿Qué puede aprender la revolución Bolivariana del testamento de Lenin?

Entre las “pequeñas anécdotas” de la historia de las revoluciones, puede llegar a ser significativo pasearse por el llamado “Testamento de Lenin”; documento indispensable para un balance crítico de inventario de las transiciones históricas al socialismo, incluyendo la llamada “revolución bolchevique”.

 

Mientras en Venezuela se siguen repitiendo en algunos espacios, los estribillos de la “gloriosa revolución bolchevique”, parece olvidarse la historia de sus sombras, lunares, tragedias y desastres. Se calca y copia una “fraseología revolucionaria”, asumiendo la impostura ideológica como señal de identidad política. Algunos “loros” refractan ecos y frases de Lenin a los cuatro vientos, otros del Che, otros círculos rociados de cierta metástasis organizativa, rinden tributo a Trotski, y algunos sinvergüenzas copian a Stalin. Eso es lo que llaman “formación ideológica revolucionaria”, Camaradas.

 

La falta de seriedad y rigor del pensamiento es parte de nuestra fauna política, de derecha y de izquierda. En algún momento del espectáculo teatral, han sido los loros de la derecha: Von Misses, Bohm-Bawerk, Hayek o Friedmann; los copiones de frases y fieles seguidores de la economía marginalista austriáca y de los Chicago Boys en Venezuela, tipo CEDICE o IESA, por ejemplo.

 

Pero ahora tenemos una nueva escena, otra pretensión de pensamiento único: repetidores de Lenin, Trotsky, Stalin, Fidel y el Che. Y sigue el teatro de sombras. No hay signos contundentes de alguna renovación crítica del pensamiento anti-capitalista. ¡Seamos como el Che!, dicen unos. A mi esto me huele a pose.

 

Por el camino que vamos, en algún momento se llegará a la siguiente escena: el famoso informe secreto de Nikita Khrushchev al XX Congreso del PCUS-1956. Uno espera esta escena con cierta expectativa. ¿Estará en el guión de quienes construyen los debates socialistas? ¿Se aprenderán las lecciones críticas, en pleno socialismo del siglo 21, en nombre del “autentico leninismo”, de los abusos de poder del camarada Stalin? ¿Se abrirá el debate crítico al “culto a la personalidad”, el modo soviético de cuestionar el personalismo-caudillismo? ¿A nadie le llama la atención que detrás de tantas siglas de derecha y de izquierda en Venezuela, exista una inveterada búsqueda del caudillo redentor? ¿Por qué nadie le paro bolas al aniversario de Simón Rodríguez? Cito: Napoleón quería gobernar el género humano: Bolívar quería que se gobernara por sí y Yo quiero que aprenda a gobernarse”.(Simón Rodríguez. Sociedades Americanas)

 

Que el pueblo aprenda a gobernarse. Ese planteamiento se lleva por los cachos a Lenin, Trotstki, Stalin, Fidel y el Che. Un amigo mío cuyo nombre es paradójicamente Stalin (ni Rivas ni Borges), me dice que ese momento de debatir el personalismo caudillismo de la dirección política no llegará. El guión parece ser otro. El culto reaccionario a los héroes, por un lado, y a masas arrastradas por la audacia y genialidad del caudillo, sigue presente en el imaginario político. Se dirá que es parte de nuestra inmadurez política. Otros dirán: ¡el informe Khrushchev nunca existió!, siguiendo la tesis del simulacro de nuestro camarada posmoderno Baudrillard.

 

Lo comprendo. Llamarse Stalin y tener que leer ese “informe secreto” puede ser un trago amargo, una cuestión de “identidad” para las victimas, y de “identificación” para los victimarios: ¿Y por que carajo a mi me pusieron ese nombre?, repite mi amigo Stalin.

 

Sin embargo, entre el Testamento de Lenin y el “auténtico legado leninista” del informe secreto, hay también algunas trampas interpretativas, o si se prefiere, hermenéuticas. El maoísmo, en aquel entonces, cuestionó a Nikita y a toda su banda de “revisionistas” por poner en entredicho, obviamente, la línea y cadena de mando que dictaba la formula: Líder-Comité Central-Partido-Estado-Masas. Se disputaba la línea correcta del “Movimiento Comunista Internacional”. Desde otra vertiente, también el trotskismo planteó que aquel informe secreto era solo para echarle la culpa a Stalin, y mantener incólume el verdadero “aparato estalinista”.

 

No es poca cosa comparar las valoraciones contrastantes entre lo que se dice de estos acontecimientos en la oficiosa “Historia del partido comunista de la URSS”, por ejemplo, y en el análisis de un trotskista como Pierre Broue en su obra: “El partido bolchevique”. La historia tendrá “hechos”, pero cada enunciación los relata desde su punto de vista. ¿Cómo comprender no simples diferencias entre “camaradas marxistas”, sino incluso contradicciones que llegaban al antagonismo y a una línea militar “de baja intensidad”, si era preciso?

 

En la oficiosa “Historia del Partido Comunista (Bolchevique) de la URSS”-1939 no se menciona siquiera el “Testamento de Lenin” como tal. Esas cartas nunca existieron, hasta que Nikita las desenterró. Se trataba ciertamente de un “silencio sintomático” que duró hasta 1956. Dos años antes del derrocamiento de Pérez Jiménez. ¿Qué les parece?

 

A lo que si se refería este texto oficioso de 1939, que Stalin quería atribuirse en la autoría, es a la “nueva agresión contra el Partido y contra su dirección”, en momentos en que Lenin “se veía clavado en el lecho”, por la llamada “conspiración trotskista”. A mi me luce que nuestra izquierda cavernaria no ha superado ni los manuales de “comunismo científico”, tipo Asanasiev, que se repiten encubiertos en clave guevarista, ni esa vulgar “sociología burguesa de la desviación”, que enceguecida de la pasión paranoica del estalinismo, asume un macartismo en clave de izquierda; donde detecta cualquier potencial de critica y creación, solo etiqueta “conspiraciones, conspiraciones”.

 

La izquierda cavernaria venezolana ha mostrado ser la refracción de ecos ideológicos, con una fuerte dosis de “efecto demora” de mediana duración. Es como si afirmáramos que el debate entre el Che y Bettelheim sobre el “calculo económico” fuera el quid del asunto para construir el socialismo en las actuales circunstancias. Si así fuese, ¿que es lo que pasó y pasa en Cuba con el legado teórico del Che y con la política económica de la revolución cubana? En vez de un “análisis concreto de la realidad concreta”, tendremos una suerte de “volver al futuro”. Así leen la realidad algunos sectores. Con esquematismos, con estereotipos vetustos, como si estuviésemos en 1963-1965.

 

Otros círculos la leen como la leía Stalin: “En la lucha contra el Partido leninista, se unieron todos los grupos de la oposición: los trotskistas, los "centralistas democráticos", los restos de los "comunistas de izquierda" y de la "oposición obrera". En su declaración, estos elementos profetizaban una terrible crisis económica y el hundimiento del Poder Soviético y exigían, como única solución, la libertad de existencia de fracciones y grupos. Era una lucha encaminada al restablecimiento de las fracciones, que habían sido prohibidas por el X Congreso del Partido, a propuesta de Lenin.”

 

¿Monolitismo de partido en torno a la figura del Gran Líder (y padrecito de Rusia) ó reconocimiento de tendencias, corrientes y matices para construir la conducción colectiva del proceso, ahora llamadas “fracciones divisionistas”?

 

En el fondo, el problema seguía siendo un viejo problema de la historia de las revoluciones leninistas: la disyunción entre democracia y socialismo, justamente el problema que no se quiere enfrentar en la práctica en Venezuela, por la inercia de los prejuicios de una izquierda cavernaria que siguen diciendo que la democracia es “un valor e idea pequeño-burguesa”. Y agragan: la Constitución de 1999, ¡un papel toilette!.

 

En eso les llevan una morena histórica los que fundaron el PRV en México, los que construyeron el PRP o el primer PDN en el país. Aquellos sabían que significaba una Asamblea Constituyente. A nosotros parece que se nos olvidó ya. Digan lo que digan, esas generaciones al menos trataron de configurar rupturas intelectuales y ético-políticas. Construyeron cierta fuerza hegemónica, cierto arrastre de multitudes. Pero, ¿cuál revolución se construirá repitiendo fraseologías, esquematismos, doctrinarismos que ya no hacen vibrar esperanza revolucionaria alguna?

 

Incluso, hay quienes suponen que el término “revolución democrática” fue un invento de Betancourt para distraer a la izquierda revolucionaria. Pero no camaradas, fue el propio Lenin quién le metió a este asunto. Hay que decirlo. Sin embargo, en el “Testamento” el problema para Lenin era otro: el problema de la posible escisión del CC del Partido bolchevique, la implosión del prestigio del aparato entre las masa obrero-campesina de Rusia. ¿Cómo salvar al partido-aparato? No será con más aparato, como efectivamente termino haciendo Stalin. 

 

Leamos el testamento de Lenin. Allí hay claras indicaciones contra el burocratismo, hay muchos reconocimientos que enseñarían a nuestros cavernarios, como problematizar que cosa es una revolución sin una dirección política en la cuál se haga presente la fuerza organizada de una clase trabajadora, del pueblo trabajador, al menos, que no sea ni aparatero, ni esté llena de los prejuicios, ni ambiciones de privilegios ni sumisiones al "partido-maquinaria" (¿How are you Iturriza?).

 

Leamos la Carta de la plataforma de los 46. Leamos la condena oficiosa del estalinismo al trotskismo como desviación pequeñoburguesa del marxismo, para aprender de donde carajo surgió ese estilo de condenar y liquidar “desviaciones ideológicas” (¡Del estalinismo, camaradas!). Leamos "Las enseñanzas de Octubre" de Trotski. Luego, comprenderemos la magna conclusión de la historia oficiosa estalinista: “El camarada Stalin desenmascaró la tentativa de Trotski de suplantar el leninismo por el trotskismo.” El camarada Stalin replicó con "Sobre los fundamentos del leninismo", que vio la luz en 1924. Esta obra era la “exposición magistral y una fundamentación teórica muy seria del leninismo, que pertrechó entonces y sigue pertrechando hoy a los bolcheviques del mundo entero con el arma aguzada de la teoría marxista-leninista.”

 

Leamos con otros ojos lo mal que hemos leído las tradiciones de todos los marxismos. El archivo enterrado no es el mismo archivo de los manuales y recetarios de hacer revoluciones hechas en la URSS, hechas en China o hechas en Cuba. ¿Cuándo comprenderemos que cada transición post-capitalista es específica y particular, que sus respuestas requieren crítica y creación, y no “calco y copia”?

 

Estamos en pleno 1924. Allá muere Lenin. Aquí, mandaba como le venía en gana, el más caudillo de todos: Juan Vicente Gómez. Grandes contrastes históricos. Pero, ¿cuál fue el archivo de prácticas y discursos con los cuales se construyó la idea de izquierda revolucionaria en Venezuela?

 

Mientras estallaban las disputas por la sucesión de Lenin, se trastocaba la política de la Internacional Comunista y del propio partido comunista de la URSS, aquí se ensayaba una particular apropiación-recepción del marxismo. ¿Cuál marxismo? Ciertamente, no el de Marx, por cierto. Pequeño detalle. Luego nos enteraremos de la complejidad del Continente Marx. Obra abierta, crítica e inconclusa, además insuficiente y en aspectos centrales: ya sin vigencia. Oh, terror…

 

Léase bien. Hay que ir más allá de Marx y de toda la tradición de los muertos. Hay que apostar por saberes y teorías críticas para imaginar y pensar transiciones post-capitalistas De eso tratan las revoluciones. Ya no basta decir de manera grandilocuente: “Sin teoría revolucionaria no habrá praxis revolucionaria”. Malas noticias. El asunto es preguntarse, ¿Y ese archivo de prácticas y discursos, del que tanto nos jactamos? ¿Es hoy revolucionario? Continuará…

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Javier Biardeau

Articulista de opinión. Sociología Política. Planificación del Desarrollo. Estudios Latinoamericanos. Desde la izquierda en favor del Poder constituyente y del Pensamiento Crítico

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