Nada es tan definitorio del concepto de socialismo como la fusión monolítica de la idea con la producción. El socialismo es el único sistema en la historia de la humanidad que sólo es posible construirlo a partir de un acto de conciencia colectiva.
Tanto el esclavismo, el feudalismo y el capitalismo se impusieron en su momento cada uno, por los movimientos históricos que dieron paso a hegemonías minoritarias que poseyeron y controlaron los medios de producción, incluida la industria bélica a partir de la cual se domina el poder político.
El camino para crear el socialismo es antagónico a todo ese proceso anterior y sólo se transita a partir de la decisión soberana que toman conscientemente las mayorías explotadas, para zafarse las cadenas que los oprimen y asumir por mano propia el presente y el futuro.
Por eso el socialismo no nace mecánicamente del desarrollo de las fuerzas productivas, como pretenden algunos interpretando dogmáticamente a los fundadores del socialismo. El capitalismo no se caracteriza precisamente por padecer psicosis autodestructiva.
El capitalismo es un sistema narcisista, que se ensalza a sí mismo, para eso cuenta con su industria cultural y con una intelectualidad servil que pregona sus bondades. El capitalismo tiene pretensiones de superioridad y eternidad; para eso tiene sus aparatos de dominación política y militar. El capitalismo no se inmola.
Cuando se nos acusa de que nadie sabe qué es el Socialismo del Siglo XXI, nuestros enemigos no están aportando nada nuevo, aunque si están pretendiendo que no inventemos algo alternativo a su sistema de más de tres siglos añejo.
El acto consciente colectivo que nos impulsa a inventar una nueva sociedad, es justamente la convicción de que la existente no sirve.
El sistema que oprime a las mayorías para privilegiar a grupos enfermizos de ambición, el sistema que empobrece y mata de hambre a millones de personas en el mundo mientras derrocha una inútil vanidad consumista, el sistema que destruye diariamente las condiciones de vida de la especie humana, el sistema que apela a las guerras para seguir acumulando poder en pocas manos, ese sistema no nos sirve.
Entonces, los socialistas de hoy si sabemos lo que no queremos, y eso representa la mitad de la respuesta a la cuestión de qué es el Socialismo del Siglo XXI.
Pero para que nuestro Socialismo del Tercer Milenio tenga éxito, no bastará decretar que equis empresa estatal, el Estado todo y hasta el cielo, sean “socialistas”. Tampoco podemos resbalarnos por el atajo de creer que el socialismo puede crearse como producto quirúrgico a partir de una disección territorial.
El Socialismo tiene un plano de realización político-ideológico y socioeconómico, y en estos campos no valen los aislamientos de laboratorio. La propaganda socialista tiene su razón política de ser, pero puede terminar siendo burda fraseología, verborrea jactanciosa como decía Mao.
Para hacer un socialismo de carne y hueso, hay que ir más allá, a la mera producción. La vulnerabilidad de una sociedad rentista es infinita ante un enemigo que domina los mercados. Socialismo y soberanía no serán posibles sin una adecuada suficiencia productiva. Para soñar hay que estar vivo.
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