¡Fue memorable su discurso del 15 de enero de 2011! Una voraz y hermosa tormenta de ideas. Una gran capacidad para hilvanar una idea con la otra. Para contextualizar históricamente su pensamiento. La memoria de hechos recientes, desde el 4F de 1992 a la fecha. La conexión de cada palabra con la ética. ¡Cuántas verdades! El gran discurso que reivindica a la verdadera política como ese espacio indispensable para el debate ideológico. Sin concesiones. También la habilidad y la astucia política honesta, la palabra precisa, que no es ajena de la gran política… La oposición atónita. Sus diputados habían, sin duda alguna, preestablecido una “estrategia”, si es que se le puede llamar “estrategia” a una postura bobalicona. ¡Nada de aplausos, nada de sonrisas! ¡Ni siquiera la sonrisa por acto reflejo! Sólo, se observó, en algún momento, unos leves y dignos aplausos del diputado Juan José Caldera. No correspondidos, y casi inhibidos, por el mutismo de los demás…
Nuestros diputados también en actitud seria, fuera de los usuales aplausos automáticos. ¡El gran discurso del Presidente avanzaba con sobriedad absoluta y con una impecable capacidad expositiva! Con un eje argumentativo preciso, y pasando, con fluidez, de un tema a otro: la inseguridad y su verdadera realidad, la crisis eléctrica, las estafas bancarias, bursátiles e inmobiliarias, la voracidad del capitalismo, la crisis económica mundial, los nuevos bancos estadales, la protección de los depositantes, la cárcel para los Directivos de PDVAL, las fallas en la política de vivienda y su impulso actual, la hermosa solidaridad de Cuba, las mentiras sobre Venezuela, la ignominiosa política petrolera pasada, los refugiados, la violencia y los medios, los indicadores económicos, etc. Verdades innegables. Y, finalmente, una gran conclusión que pudiera resumirse en esta frase: “¡Seamos leales al país, a nuestro pueblo, con nuestras diferencias!”, y el llamado a ¡La ética del discurso! y al ¡ejemplo!…
¿Qué vendrá después? ¿Estas palabras tendrán correspondencia? ¿O sólo se quedarán en la memoria y en las páginas de algún texto? ¿Seremos capaces de llevar la discusión al debate de ideas, fuera de la acostumbrada diatriba estéril y el voceo de consignas? Esto último, la discusión fútil, es lo que pareciera prevalecer hasta ahora. Salvo, es necesario decirlo, en Fernando Soto Rojas. ¿Dejaremos de tenerle miedo al Presidente? Es lo que apreciamos en nuestros ministros y diputados. Es algo que callamos. De lo que nunca se habla. Mientras tanto la revolución espera más de nuestra dirigencia. El miedo y la disciplina revolucionaria son cosas muy distintas. No se “hace política” a la espera de las “señas” del Presidente. ¡El pueblo, por el contrario, le habla a Chávez, sin miedo y con total desparpajo! ¿Qué actitud asumir ante eso? ¿Callarnos? ¿También debemos callarnos, cuando vemos a dirigentes nuestros, sobretodo a gobernadores y alcaldes, comprando votos, al mejor estilo “adeco”, con la entrega de neveras, cocinas o dinero en efectivo? ¿O debemos enfrentar esas prácticas?
Las revoluciones no se construyen con miedo. ¡HAGAMOS POLÍTICA! Es el camino ético que nos señaló el Presidente Chávez, en su memorable discurso…
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