LA ESPIRITUALIDAD EN EL SOCIALISMO DEL SIGLO XXI
(I) Qué es la ideología
Miguel Paz Bonells
Nota
importante: al desarrollar este enfoque en tres entregas, hemos
asumido, por razones metodológicas, que el proceso de cambios sociopolíticos
que vive nuestro país, es de Venezuela y para Venezuela, pero ello,
en rigor, no es correcto, porque Venezuela no es una isla y lo que está
ocurriendo en Venezuela sólo puede ser comprendido dentro del
contexto global o - mejor dicho -
planetario (la palabra global se ha contaminado), en el sentido de
que la realidad social que ha motivado esos cambios, no sólo no es
exclusiva, sino que exigiría que esos cambios sean considerados,
una vez demostrada su viabilidad, como ejemplo para otras naciones,
tal como ocurrió durante el proceso de la primera independencia
liderada por Bolívar, teniendo en cuenta que la necesidad más importante
que los países latinoamericanos deben satisfacer es su unificación
en un solo bloque cultural-político-económico solidario.
Antes de enfocar la esencia de lo que podría constituir un debate sobre la espiritualidad en el Socialismo del Siglo XXI, preguntémonos qué se entiende por Socialismo y qué define la palabra revolución.
Sólo que no es posible, tan siquiera, definir estos dos términos, socialismo y revolución, sin tener lo suficientemente claro qué es la ideología; hace cierto tiempo un jerarca de la Iglesia Católica Venezolana, sostuvo que su iglesia no tenía ideología y, en otra oportunidad, el Sr. Leopoldo Castillo hizo lo propio, afirmando algo así como “siempre he adversado la ideología de la Izquierda, porque esa ideología representa un fracaso histórico”... así que – pensamos – conviene analizar, en alguna medida, el significado de este polémico vocablo, antes que los de socialismo y revolución, para entrar de lleno en el tema de esa espiritualidad que los denominados “socialismos reales”, predominantes durante unos 70 años en el pasado Siglo XX, decidieron negar, animados por el Marxismo-leninismo,
La dialéctica y la ideología,¹ enfocada ésta última en cuanto justificación auto sostenida de una estructura social dada, pueden verse como herramientas contrapuestas: mientras la Dialéctica, bien manejada, expone plenamente la verdad a la luz del entendimiento, la ideología, aún mal manejada, puede ocultarla, por siglos, dentro del saco de las apariencias engañosas… de hecho nuestra historia está plagada de esas ocultaciones que – normalmente – impiden que nos veamos a nosotros mismos como somos en verdad y al mundo como realmente es. La verdadera Dialéctica, según Gurvitch, debería ser tan sólo una herramienta depurativa (el Método Dialéctico), que nos permita conocer lo real, haciendo a un lado las apariencias engañosas, apariencias que generalmente resultan de una manipulación consciente o preconsciente, por parte de los grupos que operan para ocultar la verdad, favoreciendo sus intereses creados.
El autor
“Los ideólogos son seres que hieden a falsedad como a algunos les hieden las axilas”…Parafraseando una frase del poeta y ensayista colombiano Jorge Gaitán Durán
“Sólo el todo es la verdad”…
Hegel
El enfoque inicial que hemos elegido,
lo ensamblamos pensando en el estilo desenfadado y riguroso de un pensador
y filósofo venezolano muy especial: Ludovico Silva, prematura y desafortunadamente
fallecido y de cuya labor nos hemos empapado releyendo atentamente su
arte, el arte de hacer cirugía con las ideas cuando de descubrir la
verdad se trata, especialmente en el ámbito de lo social. El
presente trabajo nos permite recordarlo y las palabras o frases
en cursiva han sido transcritas literalmente de algunos ensayos filosófico-literarios
suyos, publicados por la Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela
(“De lo Uno a lo Otro”, Colección Temas, 1975, y “La Plusvalía
Ideológica”, UCV, 1970).
Volviendo a Ludovico Silva, deberíamos
calificarlo de intelectual en lugar de pensador, porque él distinguía
claramente entre intelectual y trabajador intelectual
y le habría gustado, con seguridad, ser reconocido como un intelectual
a secas, pues era un disidente, alguien que utilizaba el poder subversivo
de la razón, es decir, la crítica total y no mutilada,
para hacerle continuas vivisecciones a la sociedad de su tiempo.
Un trabajador intelectual, por el contrario, representaría una especie
de conciencia-títere, integrada al sistema
y a su servicio, a fin de mantener el orden “necesario”…
Hemos puesto esas comillas para señalar que todo orden social forma parte de una realidad cultural sustentada en una estructura de pensamiento, mejor dicho, en una superestructura, dentro de la cual subsiste, bien nutrida – generalmente – por sus beneficiarios, eso que es la ideología, que debe parecer natural para todos los elementos adaptados a ese conjunto social. Hablamos aquí de la cultura como todo el universo de signos y mensajes mediante los cuales una sociedad se explica, se comprende y se presenta a sí misma. Con la palabra “natural”, traída del uso que le da Ludovico Silva en sus ensayos, queremos señalar que toda ideología funciona en una sociedad dada, principalmente como pensamiento que “explica” las relaciones de poder y la definición de los valores que caracterizan esa sociedad, logrando que sea percibida, por el mayor número posible de sus integrantes, como un orden propio o natural inmodificable.
La ideología no está enfocada en este trabajo en cuanto sistema de concepciones ni ideas, sean estas de la naturaleza que sean, sino en cuanto falsa conciencia, es decir, en cuanto orden ideológico específicamente destinado a defender y preservar, mantener y justificar en las mentes mismas de los hombres la “necesidad” de aquel orden material, orden que actúa, algunas veces, en las mentes conscientemente, como doctrina impuesta, a guisa de teorías que se muestran como “explicativas” del orden de cosas y que encuentra siempre lugar y justificación para todo cuanto ocurre dentro de ese orden; aunque, en la enorme mayoría de los casos, el orden ideológico no se impone al nivel de la conciencia, sino como un sistema de representaciones e imágenes sensoriales, preferentemente audiovisuales, que a su vez son el soporte de un sistema de creencias y valores que se instalan en la zona preconsciente del individuo, ejerciendo, desde allí, un control social sobre aquel, con lo que la conciencia del individuo pasa a no ser autónoma ni crítica, sino conciencia-títere, conciencia falsa…
Todos sabemos que ciertos análisis de
laboratorio exigen, a veces, aislar el objeto a fin de que pueda ser
examinado. Pues bien, para ciertos “analistas” y “asesores”,
la tarea de aislar partes de la realidad para “explicarlas” y justificar
el orden establecido que las determina, orden que constituye
la llamada estructura en el ámbito de lo social, es parte de
su trabajo rutinario, para lo cual relegan hábilmente sus conexiones
con la totalidad social e histórica. Sin embargo sólo teniendo en
cuenta esa totalidad, es decir, todas las relaciones de causa y efecto
adscritas al hecho por analizar, más la historia de esas relaciones,
es posible conocer la verdad de ese hecho y sus implicaciones en los
demás elementos que constituyen esa realidad y su periferia.
Es por esta razón que a la gran mayoría de los trabajadores intelectuales,
que en el siguiente párrafo Ludovico define como los sustentadores
acríticos del orden necesario para la perpetuación del sistema,
no les interesa para nada el pasado, sencillamente porque la historia
les incomoda en cuanto puede delatarlos: así comenzó Colin Powell
una de sus intervenciones en Alemania, después de su extraordinaria
“victoria”, después de mentir descaradamente para justificar en
el ensayo bélico contra el pueblo Iraquí: “no quiero hablar de la
guerra pues eso es pasado, vamos a hablar del futuro”…
Al trabajador intelectual no le interesa la relación estructural de las partes con el todo, ni la prioridad lógica de este sobre aquellas… todo esto ocurre cuando la conciencia (del) intelectual es falsa, cuando se abandona la crítica y se pierde el sentido de la totalidad histórica y cuando toda “teoría” es manejada ideológicamente para “explicar” y “justificar” el sistema de explotación y de privilegio.
Debe llamarse intelectual, por eso, al hombre que utiliza su conciencia para relacionar cada hecho con el conjunto, para denunciar la relatividad de las “verdades” parciales, la falacia de ciertas estadísticas y, en general todo presupuesto ideológico que tienda a oscurecer la percepción de la totalidad.
La dialéctica y la ideología,¹ enfocada ésta última en cuanto justificación auto sostenida de una estructura social dada, pueden verse como herramientas contrapuestas: mientras la Dialéctica, bien manejada, expone plenamente la verdad a la luz del entendimiento, la ideología, aún mal manejada, puede ocultarla, por siglos, dentro del saco de las apariencias engañosas… de hecho nuestra historia está plagada de esas ocultaciones que – normalmente – impiden que nos veamos a nosotros mismos como somos en verdad y al mundo como realmente es. La verdadera Dialéctica, según George Gurvitch, debería ser tan sólo una herramienta depurativa (el Método Dialéctico), que nos permita conocer lo real, haciendo a un lado las apariencias engañosas, apariencias que generalmente resultan de una manipulación consciente o preconsciente, por parte de los grupos que operan para ocultar la verdad, favoreciendo sus intereses creados.
En la historia de la colonización de América se conoce un episodio que no deja de llamar la atención y que podríamos, simplificando, citar como ejemplo de la respuesta ideológica a un problema concreto: la necesidad de mano de obra para explotar las minas y la tierra por parte de la cultura invasora, en este caso representada por los españoles. Ante el desacuerdo de algunos sectores minoritarios de la Iglesia Católica, que – por lo demás – se había solidarizado totalmente con todas las conquistas habidas y por haber y, ¿por qué no?, de lo que podía quedarles de conciencia a los conquistadores, la cultura avasalladora comenzó a “justificar” el hecho cruel de tener que utilizar a los indios como esclavos, principalmente porque, acostumbrados como estaban a la libertad, sencillamente se morían al verse reducidos a trabajar sin descanso ni esperanza.
Fue así como surgió “naturalmente” una discusión muy curiosa: se dudaba con respecto a la humanidad de los aborígenes, llegando a afirmarse que eran animales, careciendo, por lo tanto, de alma. Manejando el Latín, ignoraron que la palabra animal proviene de la voz anima, de donde proviene precisamente también la palabra alma, es decir, que hasta los mismos animales, a cuya categoría los avasalladores pretendían reducir a sus avasallados, estaban animados, al menos etimológicamente, por el hálito de la Divinidad, mas no los congéneres sometidos, pues al ser considerados como simples animales podían ser expoliados sin piedad.
Por ahí van las cosas. Finalicemos con el ejemplo de un analista económico, o tal vez político, consultado durante la campaña internacional que adelanta el representante de una nación deseosa de hacer una guerra contra otra por intereses de mercado, con la finalidad de cuadrar estrategias de naturaleza política o comercial. Esto no es extraño, pues hay tesis muy bien sustentadas que han analizado las verdaderas causas de las principales guerras e invasiones (“conquistas”) registradas, para concluir que su razón última es simplemente económica: necesidad de expandir el territorio o el mercado, necesidad de materia prima para sus industrias vitales o comerciales, etc. Por supuesto, existen otras causas posibles, digamos de orden geopolítico, militar o hasta religioso, pero – para el ejemplo – vamos a referirnos a una causa económica.
El mencionado representante de la nación agresora, o del grupo de naciones agresoras, no va decir públicamente cuál es su verdadera razón, sino que escogerá cuidadosamente un argumento, o una serie de argumentos, sosteniéndolos para justificarse, lo cual es inevitable en todos estos casos, pues obedece a cierta necesidad compulsiva de lavarse las manos, sin contar con el legalismo y otras exigencias establecidas y consentidas debido principalmente a la falta de ética imperante en las llamadas “relaciones internacionales”, para no hablar de la hipocresía que las caracteriza, denominada, eufemísticamente, diplomacia.
A propósito de esos shows mediáticos a que nos tienen acostumbrados cuando de lavarse las manos se trata, pareciera que los trabajadores intelectuales disfrutan más de lo imaginable esa especie de complacencia en la abyección que consiste en ensuciárselas, encubriendo la verdad con refinadas argucias.
Pues bien, nuestro “analista” (“experto” o “asesor”), llamado por una cadena de noticias o un periódico de gran tiraje, suponiendo, en el ejemplo, que está siendo consultado con el fin de que avale la acción, no tendrá que hacer mucho esfuerzo para argumentar a favor del acto bélico en marcha, porque esos argumentos, esas ideas, ya están ahí, ya han sido instalados en el orden imperante, en el ambiente, a nivel consciente o preconsciente, y el “experto” hará muy bien su papel de trabajador intelectual, justificándolo todo con gran habilidad, tratando continuamente de eludir consideraciones históricas o cualquier relación de tipo económico que sirva para descubrir nexos capaces de delatar las razones ocultas. En ningún momento se permitirá hacer consideraciones de tipo humanitario que refiera las víctimas civiles, ni los miles de inocentes que perecerán en los ataques, pues ha perdido de vista la totalidad y sólo está interesado en la justificación de una guerra necesaria. Sería un caso típico más de “neutralidad ética”, con implicaciones ideológicas. Lo mismo puede darse para derrocar un gobierno legítimo o evitar la caída de un aliado político.
Es importante considerar, aunque sea brevemente, el papel de los medios de comunicación en todos estos montajes, con las excepciones del caso, pues así como existen grupos que defienden el ambiente, mostrando un grado superior de conciencia social, existen grupos que ejercen la disidencia política procediendo a denunciar, generalmente sin resultados, esta clase de acontecimientos. El papel de los medios es definitivo, porque las masas, que son las receptoras últimas de estos mensajes, representan, generalmente, un material disponible, debido a la carencia de actitud crítica y de conocimiento de los hechos en profundidad.
Tal vez Mcluhan, pues no estamos seguros de quién produjo este pensamiento tan acertado, afirmó, de una manera definitivamente premonitoria: “si los medios de comunicación aspiran, de alguna manera, a promover la reconciliación de la familia humana, es indispensable que la sociedad proceda a controlarlos, antes de que los mismos la destruyan”. Hay ejemplos muy recientes, tanto en Venezuela como en otras latitudes, de medios de comunicación desbordados, que han estado a punto de producir alteraciones sociales considerables, en razón de sus intereses creados. Existen recursos muy bien estudiados para lograr esto, basados principalmente en la psicología conductista y en la repetición constante de los mensajes, a veces mediante técnicas subliminales, campañas en las cuales el trabajador intelectual y la producción de ideología son fundamentales.
¹ En su acepción común la palabra ideología es tratada como el conjunto de ideas propias de un grupo político, pero en el contexto aquí planteado es asumida como una representación del acontecer social producida por sus actores de una manera consciente o preconsciente, para justificar un orden imperante cuyo principal objetivo no es, precisamente, el bien de esa sociedad, sino que – por el contrario – responde a motivaciones individualistas, interesadas y egoicas, es decir, que es asumida como falsa conciencia.
QUÉ ES UNA REVOLUCIÓN SOCIALISTA
(II) Ideas en torno a una Revolución Socialista
Miguel Paz Bonells
En la entrega pasada,
la primera de tres, nos referimos a la ideología como falsa conciencia,
basándonos en las ideas de un notable filósofo venezolano, Ludovico
Silva, que, a nuestro juicio, no deja, prácticamente, nada por fuera,
en lo que respecta a viviseccionar con su agudo verbo esas ideas
que suelen brotar espontáneamente de los conjuntos sociales
cuando se trata de mantener los diferentes sistemas de explotación
y el adormecimiento de las conciencias (partidos políticos burgueses
alternativos, religiones dogmáticas, constituciones “sagradas”
e inmodificables, etc.), en concierto, absolutamente siempre, con los
intereses trasnacionales de esas mismas clases que se ha dado en llamar
dominantes.
Los dos libertadores, en lo espiritual y lo sociopolítico
De vez en cuando, esgrimiendo la ideología con más fuerza que nunca, a través de sus consabidos medios de manipulación masiva, especialmente la bendita televisión, que captura los dos sentidos más importantes para conocer la realidad de que dispone el ser humano con el propósito velado de manipularlo, esas clases dominantes desatan guerras fratricidas para continuar ejerciendo su poder hegemónico (político, comercial, militar), generalmente disfrazado de democracia, libre empresa, derechos humanos y hasta de justicia, para no hablar de lo que se conoce como economías de guerra, es decir, economías que viven de las matanzas fratricidas, como la de los E. U., porque para el verdadero socialismo todos los seres humanos somos hermanos.
Ahora bien, antes de abordar o entrar de lleno al tema de la espiritualidad en lo que debería ser el Socialismo del Siglo XXI, o la manera como debería tratar de abordarse esa espiritualidad necesaria que, hoy, bajo la apariencia de religiones dogmáticas y otras tendencias afines, no ha hecho otra cosa que adormecer las conciencias, a la manera de todos los obscurantismos, con las excepciones de rigor que suelen brillar por sí mismas, conviene enfocar, aunque sea brevemente, el significado de dos palabras clave en este y todo proceso liberador: REVOLUCIÓN y SOCIALISMO.
Una revolución lo es en cuanto subvierte el “orden establecido”, orden que – generalmente – se autosostiene mediante la ideología que él mismo produce “espontáneamente”, a nivel consciente y preconsciente según Ludovico Silva, para justificarse a sí mismo, cuando no recurre a las armas, o a las hogueras, como en el caso de los inquisidores. Prácticamente nunca los explotadores ni quienes controlan la mente de los hombres para impedir que se liberen, le han dicho a sus esclavos o explotados que despierten y se unan para que se sacudan las cadenas con que los mantienen atados a fin de poder usufructuar su fuerza de trabajo o su tendencia a buscar lo trascendente, que es la esencia de toda espiritualidad.
Toda revolución política (las ha habido, histórica y específicamente, en otros sectores de la realidad social) es o implica, entonces, una insurgencia, un levantamiento de los oprimidos en contra de quienes los oprimen y su objetivo debe consistir en despojar de su poder a esos opresores para reemplazarlos. Obviamente este despojo del poder de que ha sido objeto la clase explotadora dominante por parte de los insurgentes, en la experiencia histórica revolucionaria, no podría significar un trance pacífico, porque a nadie (persona, clase social o país) le gusta que lo despojen de sus posiciones de poder, lo cual implica, una respuesta violenta, hecho que ha sido constatado, históricamente, desde el frustrado alzamiento liderado por Espartaco, hasta la Revolución Cubana, pasando por la Francesa, la Rusa y la China, etc.
Pero una revolución socialista, sea pacífica o violenta, está animada, desde sus orígenes, por la idea, no de tomar el poder para repetir el drama característico del egoísmo expresado como capitalismo o cualquier ismo impositor, que consiste en dominar y controlar, mediante la ideología manipuladora, cuando no por la fuerza y la guerra, para explotar, sino en tomar el poder para edificar una sociedad lo más justa posible, una sociedad donde, además de la propiedad privada exista una propiedad colectiva y un protagonismo real de los actores populares, una sociedad, en fin, donde todos puedan ejercer sus derechos y, sobre todo, donde las leyes no estén sacralizadas en favor de los poderosos (quienes más poseen cosas), sino desmistificadas y al servicio de las mayorías, que deben estar siendo educadas para que desarrollen su conciencia a fin de que logren superar la etapa del TENER para abordar la del SER.
Toda revolución, pacífica o violenta, debe confrontar el hecho de que ninguna estructura social puede ser cambiada por arte de magia, sino que el cambio debe ser abordado, tarde o temprano, mediante un proceso de educación/formación política que busque extender su revolución, desde esa estructura social, económica y política que desea modificar, hasta las estructuras íntimas de la conciencia humana… de lo contrario estará condenada, por fuerza, a repetir los mismos errores, porque mientras la revolución no se extienda hasta cambiar la conciencia humana, la estructura corrupta de la vieja sociedad se las arreglará para corromper los cuadros revolucionarios, mediatizándola y revertiéndola.
Alguna vez alguien trató de decirme que el “socialismo” Sueco sí era un verdadero socialismo… como para mi allí se ha dado, de hecho, una socialdemocracia al estilo europeo, le pregunté si él había visto alguna vez a los suecos tratando de hacer algo por la liberación de los demás pueblos del mundo, ante lo cual guardó silencio, porque todo socialismo auténtico, para serlo, tiene que actuar solidariamente y en función de ayudar a que todos los pueblos del mundo también sean socialistas, conquistando, así, su independencia y bienestar. Más aun, hay quienes sostienen que ningún país puede ser verdadera y efectivamente socialista mientras subsista alguna forma de capitalismo dentro de la estructura global, lo cual refuerza la necesidad de que todo proyecto verdaderamente socialista se convierta en una propuesta planetaria, lo cual negaría los socialismos aislados.
En el caso del proceso sociopolítico que está viviendo Venezuela, indudablemente se trata de un proceso revolucionario sui generis, en primer lugar porque es democrático, en segundo lugar porque debe o tiene que jugar con las reacciones de ese neo imperio cuya cabeza visible es el Pentágono, mejor dicho, el Departamento de Defensa (en rigor debería llamarse de Ofensiva Imperial) del gobierno de los Estados Unidos, para no hablar del imperio anglófono que refiere el economista y ex candidato por los Demócratas a la Presidencia de los EU Lyndon Larouche, quien extiende la noción funcional de ese poder hegemónico hasta Inglaterra, lo cual implica la Unión Europea, más lo que él denomina la burguesía y la oligarquía planetarias y su aparato financiero-industrial-militar, porque cuando el gobierno Inglés, como parte activa de ese imperium quiere apoyar a su operador, el Departamento de Defensa de los EU, moviliza las Fuerzas de la OTAN, como en el caso de Afganistán, sin que nadie objete ni se pregunte de qué manera podría justificarse esa invasión conjunta de dos potencias atómicas a un país que, prácticamente, se desenvuelve, desde el punto de vista sociopolítico, de una manera precaria y por demás compleja. El hecho de que el imbécil de Bush (Lyndon Larouche dixit) haya reconocido que se equivocó al invadir el Medio Oriente, no lo inhibe a él de su responsabilidad ante la historia por las matanzas, ni inhibe a la UE, que ha reconocido haber matado “por error”, entre otros incontables “errores” cometidos con extraña frialdad, noventa y dos niños en un refugio, con la misma tranquilidad que sostiene haber eliminado los rebaños de ovejas, también “por error”, para consumirlos de hambre, tanto como disimula que ensaya armas como la termobárica, que le succiona los pulmones por la nariz a todo ser viviente que respire, en nombre de esta civilización degenerada. Tal vez, también “por error” el Departamento de Ofensiva Imperial de la ex República de los Estados Unidos (Tesis del historiador estadounidense Dr. Richard Dolan), utilizó balas fabricadas con el denominado Uranio Sucio, para contaminar, radiactivamente y por miles de años, el territorio Irakí, lo cual, seguramente, se traducirá en el nacimiento de niños monstruosos en un futuro inmediato, debido a las mutaciones genéticas que ese material produce…
Y en tercer lugar – retomamos – porque se trata de un proceso revolucionario en construcción, que pretende poner en práctica, no un capitalismo de Estado, como ocurrió, tendenciosamente, en el caso del experimento soviético, sino un socialismo caracterizado por una propiedad social verdadera, respetando aquella privada que sea necesaria, más un pueblo activamente organizado y protagónico. Y en cuarto lugar porque desde su misma dirigencia, el Proceso venezolano, no sólo no ha excluido lo que – por ahora – vamos a denominar la espiritualidad sino que, en cuanto proyecto en construcción, quiere y debe estar abierto a proposiciones que por lo menos enfoquen lo que debería ser una espiritualidad diferente a esta que se ha expresado, durante 500 años, bajo dogmatismos infieles a lo que debería ser una sociedad auténticamente libre y amorosa: sí, amorosa, porque el verdadero amor es la antítesis del egoísmo.
Es precisamente el egoísmo, tendencia humana general que nos caracteriza como humanos, el factor que se proyecta en el ámbito socioeconómico como Neoliberalismo, con su trasunto, el capitalismo desbordado como imperialismo, el mismo que convirtió al hombre en una mercancía, privándolo de su libertad y vendiéndolo como una cosa (como una “propiedad” más) durante el Siglo IXX, a través de esa barbaridad denominada esclavitud que practicara la civilizada Europa durante sus mejores tiempos imperiales… Todos sabemos que su par opuesto es el ALTRUISMO (del Latín alter: otro, el prójimo y la humanidad entera) cuya expresión social aun se debate, en lo que respecta a su praxis económica, a través de eso que deberá, finalmente, producir un fruto, partiendo del ensayo y error, en el terreno de lo social y lo político… tal vez tendremos que pasar de nuevo por el socialismo ingenuo de nuestros antepasados Incas, o revisar a fondo el socialismo llamado “Cristiano” que produjo el Siglo XX, pero de lo que sí estoy seguro, es de que la gran tendencia latinoamericana, para no hablar del Sur del mundo, en esta aurora del Siglo XXI, será la de construir un socialismo que deberá superar los errores del llamado Socialismo Real, hasta alcanzar y perfeccionar un sistema sociopolítico que no vuelva a producir esa vergüenza de la humanidad que es el imperialismo, todos los imperialismos, desde los que signaron el comienzo de la historia de Occidente, como el Romano, hasta ese que ha producido la muerte de millones de seres humanos en los conflictos bélicos recientes y actuales, todo por mantener una hegemonía fundamentada en la ambición y en el afán de riqueza… pues bien, ese socialismo del Siglo XXI, que será Crístico, que será Solar, se establecerá, finalmente, a partir de modelos que se irán perfeccionando mediante el ensayo y el error, y deberá ser parido por nosotros, los hijos de la América Latina, y a ello está contribuyendo Venezuela, contribución que ya está dando frutos en eso que se denomina el Bloque Latinoamericano, organizándose a partir de sus propios logros políticos y prescindiendo de Los Estados Unidos y Canadá, como lo indica la más sana lógica en lo que respecta a la historia de todas las dominaciones.
En general, el verdadero socialismo no busca disminuir, no debería, la calidad de vida de los que ya la tienen, sino aumentar la de quienes no disfrutan de ese privilegio para que su calidad de vida mejore, pero si los que ya la tienen explotan y marginan a los pobres para mantenerse ellos a flote por medio de la competencia desleal, entonces ese socialismo estaría en el deber de hacer justicia para restablecer el equilibrio económica y sociopolíticamente.
No vemos necesario entrar en la polémica de si estamos ante la dicotomía “revolución o reforma”, como llegó a plantearse en el caso de la revolución chilena, porque esa dicotomía no aplica, necesariamente, en el caso de Venezuela, pues no nos hallamos ante una revolución típica, caracterizada por la lucha violenta, sino ante un proceso que calificaríamos de muy especial, que ha demostrado que se puede avanzar hacia una meta revolucionaria, es decir, una meta que finalmente permitiría la sustitución de la estructura sociopolítica, a través de un proceso dentro del cual el pueblo iría apoyando, cada vez con más conciencia, dichos cambios estructurales, mediante lo que podríamos calificar como una desconstrucción cultural, es decir, un proceso que avanza basándose en la sustitución firme y creciente de los elementos de esa estructura, sin implicar fatalmente la violencia.
La pregunta clave es si es posible, para una insurgencia que pretende progresar hacia sus objetivos con tal vocación declarada, como es el caso de la Revolución Venezolana, reemplazar la estructura de poder imperante – repetimos – sin que llegue a desatarse la violencia, violencia que ha marcado indeleblemente otras insurgencias históricas, exitosas en cuanto a la toma del poder, como la de China, pero ello depende, por definición, de factores reaccionarios endógenos, para no hablar de la reacción de los poderes hegemónicos trasnacionales. Se ha dicho, por ejemplo, que una revolución que no toque a los terratenientes no es tal y la revolución venezolana ha iniciado, con firmeza creciente, una reforma agraria que se ve dispuesta a socializar verdaderamente la tierra, caracterizándose por no estar en contra de lo que realmente significa una propiedad privada ajustada a las leyes vigentes, estando a favor de una propiedad social de los medios de producción, en lo cual no vemos, necesariamente, ninguna contradicción.
Aquí es imprescindible señalar, aunque sea brevemente, qué es una constitución, porque como hemos constatado en el caso del Golpe de Estado en Honduras, la burguesía, que ha aprendido a sobrevivir políticamente, manteniéndose en el poder mediante el truco de los dos partidos y la sacralización de la constitución, para que el pueblo no descubra que toda constitución, es decir, el conjunto de leyes fundamentales por las cuales ser rigen típicamente los países, es perfectamente enmendable o modificable, en el grado que sea, hasta adecuar esas leyes a las dinámicas que la realidad exija, de manera que las mayorías populares se beneficien verdaderamente, de lo que esas leyes garanticen, en pleno ejercicio de lo que sí podría verse como un tabú por parte de burguesías como la ya citada: el poder constituyente que, por definición, reside en el seno de esas mayorías populares, representando el fundamento mismo de toda política, que consiste en la sabia administración de los pactos sociales.
Insistamos, ahora, en ese socialismo que hemos querido ver como una expresión del altruismo, como quien dice vivir en función de los demás, todo para los otros, en los sectores socioeconómico y sociopolítico, lo cual sugiere, hay que repetirlo, que el neoliberalismo no sería otra cosa que una expresión más del egoísmo, del Latín ego, yo (todo para sí), manifestándose en esos mismos sectores de la realidad.
Estas dos manifestaciones contrapuestas de la naturaleza humana, el egoísmo y el altruismo, representan las dos tendencias fundamentales de la esencia humana, en virtud de lo que el libre albedrío ha representado en la historia, que se expresan correspondientemente en todos los sectores de la realidad, tendencias que podemos sintetizar, en lo referente a la conducta de los hombres, enfatizando su expresión vital como todo para sí o todo para los demás…
La experiencia histórica más cercana, que dio lugar al calificativo de “socialismos reales” o “socialismo real”, ha sido la del socialismo inspirado en el Marxismo Leninismo. puesto en práctica en la Unión Soviética, China, Corea del Norte, Alemania Oriental y Cuba, que sólo duró 70 años, con la excepción de Corea y Cuba, pues tanto en la URSS como en China se presentaron grandes tropiezos situacionales que han desvirtuado la caracterización original de esos ensayos sociopolíticos, de tal manera que el término definitorio inicial ya no sería aplicable, debiéndose, en parte a errores fundamentales, al asedio imperialista y a situaciones muy especiales como las guerras o la hibridización de la economía en función de posibles desviaciones o de necesidades perentorias, como es el caso de China.
Evidentemente, en el caso de la URSS, y haciendo un balance de los logros en esos 70 años, la Unión evolucionó exitosamente, de una sociedad prácticamente feudal a una industrializada, pero dentro de una economía de guerra, debido, principalmente a la situación en Europa cuando, principalmente, Alemania decidió invadir el País con sus ejércitos… claro que esa concentración del Estado en la guerra, impidió que el pueblo pudiera disfrutar de otros beneficios que habrían mejorado su calidad de vida… pero, mientras tanto funcionaba el gigantesco aparato satanizador y saboteador de los Estados Unidos y del capitalismo mundial, porque el capitalismo sabe que en la medida en que cualquier verdadero socialismo sea exitoso, en esa misma medida ese sistema socioeconómico, fundamentalmente egoico, fracasará… funcionaba el gigantesco aparato satanizador del sistema capitalista global – repetimos – basado principalmente en los medios y en tanques de pensamiento dedicados, con todos sus aliados occidentales, que fue minando, junto con el asedio económico mantenido, las bases mismas de la URSS, sumado esto a ciertos errores propios de la dictadura que Stalin implementó para controlar la situación, y en el hecho de que nunca se implementó una verdadera propiedad social, predominando el Capitalismo de Estado.
Es saludable señalar que los medios suelen afirmar, falazmente, que el socialismo propuesto actualmente por Venezuela es comunismo, lo cual les conviene para satanizarlo, pero nunca se insistirá demasiado en el hecho de que el comunismo, que según quienes idearon el vocablo representaría una sociedad sin Estado, no sólo no encierra ninguna negatividad, pues para que exista una sociedad sin Estado los elementos humanos que la constituyen deberían poseer, todos, una conciencia verdaderamente superior, pues no habría ninguna coerción para hacer cumplir la leyes… nunca se insistirá demasiado – repetimos – en que ese comunismo, que sepamos, jamás ha existido sobre la Tierra.
Pero queremos concentrarnos en algo que consideramos la falla fundamental de ese socialismo: su actitud doctrinal e ideológicamente sustentada frente al factor espiritual, que consistió en negarle absolutamente al pueblo su derecho a satisfacer esa necesidad de trascendencia que ya hemos mencionado, por ahora sustentada en una religiosidad dogmática y retardataria, la misma que ha predominado en Occidente y que en el nuevo socialismo en construcción debería ser sustituida por una religiosidad abierta y más pura, lo cual implica – de paso – que la religiosidad que actualmente predomina es rescatable,
No nos parece del todo justo, sin embargo, el hecho de que se haya calificado el experimento socialista realizado en la URSS, para no hablar del resto de los países que participaron y aun, de alguna manera lo continúan haciendo, como un fraude ni un fracaso: afirmarlo equivaldría casi a una posición simplista que estaría eludiendo un contexto universal, dentro del cual esa misma estructura de poder global que se denomina el imperialismo, se prefiguraba, ya, como una expresión de fuerzas que son, esencialmente, trasnacionales y perversas. La explotación del hombre por el hombre, por otra parte y la necesidad de que la misma sociedad humana desarrolle sistemas que procuren la justicia universal, representan una carencia que halló eco en el Socialismo Real, cuyo aparente fracaso no va inhibir, al menos no debería, la reaparición de otros movimientos reivindicativos del hombre, aún en el propio contexto actual de la globalización, como es el caso de la revolución venezolana. El aparente fracaso de ese socialismo, mejor dicho, de esa forma de socialismo que se autodenominó marxista-leninista, se debió a que el patrón de ideas concebidas por quienes lo fundaron, desde Marx a Castro, no percibió que eso que llamamos el espíritu humano, es parte integral de su expresión “material” como el hombre concreto, inserto en una sociedad concreta, y que toda revolución debe también revolucionar – insistimos – la conciencia de sus actores. Cuando Marx afirmó, por ejemplo, “la religión es el opio de los pueblos”, obviamente se refería o debería haberse referido a eso que históricamente es “la Religión”: algo que está representado por las iglesias dogmáticas, las cuales, cuando no se han aliado con las élites dominantes se han convertido, ellas mismas, en factores de manipulación y dominación, que no de liberación, lo cual implica – repetimos – que existe una religiosidad rescatable en cuanto poder liberador de la conciencia humana en función de su unificación, como lo propusiera Teilhard de Chardin. Queremos ver en el “socialismo real” un intento, ¿fallido?, de producir conciencia y justicia social, pero su aparente fracaso, de ninguna manera implica, no debería, no podría hacerlo, una claudicación por parte de la sociedad humana en el sentido de hallar una vía de amor y justicia para expresarse como colectivo planetario.
LA ESPIRITUALIDAD EN EL SOCIALISMO DEL SIGLO XXI
(III) La Espiritualidad a Construir
Miguel Paz Bonells
“No hay religión más elevada que el Amor, no hay religión más elevada que la Verdad”.
H. P. Blabatsky
Mientras el socialismo en construcción
mantenga como norte el respeto por la
necesidad de trascendencia que caracteriza
el alma humana, podrá liberarla de todas
las servidumbres hasta conducirla a lo real.
Antes de abordar el punto esencial de este trabajo, conviene hacer un enfoque propedéutico, es decir, fundamental, sobre el significado prístino y, si se quiere más profundo, de lo que significa la verdadera esencia de toda religiosidad.
Es interesante hallar que la etimología de la palabra religión, proveniente del Latín religare (volver a ligar, volver a unir), resuena con la etimología de vocablos de origen Sánscrito, como yoga, que proviene de yug en esa misma lengua, significando yugo, algo para juntar, para unir, porque el problema radica esencialmente en que la mente, que es vista por algunos filósofos como un coprocesador de la conciencia humana, representa una función mecánica que se desenvuelve a través de los pares de opuestos y en el eje del tiempo (pasado-futuro), lo cual no la faculta para comprender eso que significa la TOTALIDAD, ni para trascender lo que ha sido denominado por escritores analistas, como Erich Fromm, la herejía de la separatidad. Decíamos que la mente y el pensamiento, que en la filosofía del Ser son propios del ente y no están en capacidad de trascender, mucho menos de unificar, no posee la facultad de vivenciar la TOTALIDAD, porque sólo la Conciencia, que es una facultad propia de la esencia humana o alma, expandiéndose, podría estar en capacidad de vivenciar la Unidad de todo, y cuando una Conciencia humana se desarrolla hasta comprender la Unidad de todo, experimenta eso que las religiones denominan Dios.
De lo anterior se desprende que la función prístina o primigenia de toda verdadera religiosidad consiste, o debería consistir, en conducir a los hombres, a través de un proceso revolucionario interno, es decir, que funcione y opere en el ámbito de la interioridad de los sujetos, proceso cuyo objetivo primordial tiene que significar una expansión de la conciencia, desde el individualismo egoísta y separador, hasta un altruismo donde el ego haya sido reducido a su mínima expresión, y esa expansión les permita a esos sujetos comprender que todos somos UNO, como decían los Mayas al saludarse: somos el mismo ser (inlakesh).
Una vez ubicado en ese lugar privilegiado, posición desde la cual la Vida adquiere un sentido de Unidad especial, el candidato bien podría, para citar a Joshua, el Maestro que vino a enseñarnos precisamente ese proceso de concienciación negado, de hecho, en Occidente, “adorar al Padre en espíritu y en verdad”. J. R. Guillen Pérez solía significarlo de esta manera: “La historia de Occidente es la historia del olvido del SER”.
También se desprende, como conclusión evidente, que las religiones dogmáticas, es decir, aquellas que imponen a sus fieles “verdades” prefabricadas o congeladas, en la práctica le fallaron al hombre, pese al esfuerzo hecho por maestros-guías como Jesús y Mahoma. Una prueba de ello es que la humanidad adora diferentes dioses, sin comprender que no hay sino una sola Creación, y que toda deidad nominada representa, de hecho, una parcialidad, razón por la cual hemos visto cómo en la historia se han dado “guerras religiosas”, lo cual carece, absolutamente, de sentido, sin mencionar el problema de que la humanidad se encuentra, en la práctica, ante un politeísmo funcional, que podríamos, extrapolando el significado de aquella sentencia desconcertante que reza “cien monjes, cien religiones, referirlo afirmando CIEN RELIGIONES, CIEN DIOSES…
Ese fue, precisamente uno de los problemas no superados por el marxismo-leninismo en la práctica de ese socialismo que trató de implantar: no tuvo el acierto, tal vez porque no contó con las herramientas teóricas ni doctrinarias, para extender la revolución que pretendía hacer dentro de las estructuras sociales, hasta las estructuras internas del ente, revolucionando y expandiendo su Conciencia.
A decir verdad, y habiendo tratado de estudiar, en la medida de lo posible, algo de religiones comparadas, hemos hallado que sólo corrientes orientales como el Budismo Zen, poseen herramientas teóricas y prácticas en capacidad de expandir la conciencia humana, pero no podemos desconocer que en Occidente, principalmente los filósofos del Ser, como fue en nuestro país, Venezuela, el Profesor J. R. Guillén Pérez, a quien tuve el honor de conocer personalmente, han intentado insistir en que el ser humano tiene que superar el ego si de verdad quiere trascender sus parcialidades; también hay corrientes, aun vigentes, con contenidos doctrinarios en capacidad de desarrollar la Conciencia, como las escuelas Esenia y Gnóstica. En el Zen nadie menciona la palabra Dios, ni la palabra cielo, ni la palabra castigo: sólo se insiste en que meditemos y despertemos la conciencia… ¿por qué? Pues porque despertando nuestra conciencia y meditando comprenderemos la UNIDAD y las leyes que rigen en las diferentes dimensiones de esa UNIDAD, dentro de la cual todos los seres vivientes somos hermanos en la aventura de vivir, menores o mayores, pero hermanos.
Lo que nosotros denominamos “realidad” es verdaderamente la interpretación de una cocreación… Lo REAL es otra cosa: lo Real es la verdad, “eso que es” según san Agustín, y llegar a conocerlo, a comprenderlo, es tan importante que Jesús sostuvo que sólo eso nos liberaría, porque – efectivamente – nos libera de lo que representa el mundo de las apariencias (“maya” en Sánscrito) y por lo tanto, de lo que Erich Fromm denominaba la herejía de la separatidad, hasta conducirnos a la Totalidad. Ahora bien, ¿cómo encontrar Lo Real? Afirma el Budismo Zen que sólo MEDITANDO, aprendiendo a silenciar la mente para habitar la conciencia, pues sólo desde la conciencia podremos experimentar Lo REAL. La realidad parece muy consistente, pero cuando penetramos en ella utilizando el bisturí de la conciencia, nos damos cuenta de que no es lo que “pensamos”. Daremos, como ejemplo, el significado de un billete de cien dólares: en cuanto realidad representa un valor que podemos canjear por cosas o servicios, pero desde el punto de vista de lo real es tan sólo tinta y material vegetal: la realidad es, por lo tanto, una co-creación mental que puede tener expresión concreta o no, la cual es casi inconsciente en cuanto percepción, manifestándose en la mente unas veces como algo egoico, otras como algo altruista, etc., siendo, en general, el resultado de una cooperación espontánea entre los seres para sobrevivir en el mundo. Pero más allá de todo eso está LO REAL, integrado por la energía de la Creación, por la Hiperconciencia de la Creación, y que no está arriba ni abajo, ni en el cielo ni en la Tierra, sino que es Todo, como materia, energía, Conciencia y Supraconciencia.
Jiddu Krishnamurty, dentro de los filósofos del Ser más conocidos en Occidente, por ejemplo, fue un gran maestro, un observador sin par de sí mismo y, por lo tanto de la naturaleza humana… él predicó, antes que Gurdjieff en Occidente, la Doctrina de los muchos “yoes”, la doctrina del fraccionamiento psicológico interno que ha dañado esta civilización, hasta el punto de que hoy, comenzando el Siglo XXI, la cultura planetaria se halla a punto de iniciar, tal vez de continuar, una involución que podría destruirla, porque si destruye el entorno, esta cultura terminará suicidándose… Nos han llegado algunos videos que muestran a hombres devorando fetos humanos, lo cual podría significar que hemos involucionado, ya, al grado de convertirnos en una civilización que practica, por lo menos en un lugar del mundo, la antropofagia.
Pero hasta que esta humanidad no edifique sobre la Tierra la FAMILIA HUMANA, practicando dentro de ella, toda, ese mismo Amor incondicional que ha tipificado la familia de la sangre como lo más digno, fraterno y bello con que contamos, hasta que no edifiquemos todos la GRAN FAMILIA HUMANA, una familia en la cual todos quepamos dentro de un verdadero socialismo planetario, dentro de un verdadero reino de igualdad, de derecho y de justicia, en esa medida esta humanidad no dará fruto perdurable y habrá fracasado.
Así que tenemos, por fuerza, que aprender a situarnos, internamente, más allá del “ego”; ES NECESARIO, ES ABSOLUTAMENTE INDISPENSABLE, comprender que no somos la mente, ni el pensamiento, ni – mucho menos – la multiplicidad egoica: SOMOS ALMAS, esencias en proceso de humanización-hominización, y como tales somos conciencias que se desarrollan y evolucionan, ANORMALMENTE, a través de dicho proceso existencial… decimos anormalmente porque lo normal es que esa conciencia embrionaria se estanque, asfixiada por el “ego”, pues existimos dentro de una cultura del “ego” y para el “ego”, por lo cual, si hemos de romper este círculo vicioso, es necesario proceder a través de una pequeña revolución interna, mejor dicho, de una extraordinaria revolución interna, de un proceso revolucionario contra nosotros mismos, de una rebelión psicológica, que algunos escritores han calificado de guerrilla interior.
Jiddu Krishnamurti traza, ciertamente, el mapa inicial de esa rebelión psicológica. Pero fue Pedro Ouspensky, el matemático ruso discípulo de Gurdjieff, quien ampliara ese mapa en su notable PSICOLOGÍA DE LA POSIBLE EVOLUCIÓN DEL HOMBRE y, finalmente, el místico Samael Aun Weor, quien en sus obras LA GRAN REBELIÓN y PSICOLOGÍA DE LA AUTOREALIZACIÓN, trazara un mapa más detallado de este proceso. Una vez expandida la Conciencia, si servimos con amor a los demás seres, habremos iniciado lo que los grandes místicos denominan LA AUTOREALIZACIÓN ÍNTIMA DEL SER.
Cuando decimos los grandes místicos, queremos significar una categoría de seres humanos que han aprendido a experienciar el espacio interno, buscando eso que es Dios a su manera, buceando en su propia interioridad; eso que es Dios representa la Conciencia del Universo, Conciencia que evoluciona en nosotros y en toda la vida… por cierto las partículas subatómicas y los átomos son parte fundamental para que esa vida y la conciencia evolutiva subyacente que esa vida manifiesta cuando logra medios apropiados para expresarse como el cerebro humano, puedan existir y desarrollarse en este mundo… y como parte de esa vida, los átomos, agrupados, potencian, a su vez, la Conciencia del Universo en la interioridad del alma humana, permitiéndole experimentar Algo que los místicos denominan la Unidad, la Totalidad.
Pues bien, para terminar, es en este sentido que debería sondear la joven revolución venezolana, expresión de García Ponce que no deja de ser interesante, porque señala, justamente, que nos encontramos en la fase inicial del proceso de construcción que podría crear en Venezuela un modelo de cambio revolucionario dentro de todos los socialismos posibles.
Lo expresado aquí es sólo una aproximación que debe ser debatida.
Maracaibo, Enero de 2010.
mpazb53@hotmail.com