Cuando en una sociedad la palabra se desliga de su significado, cuando la retórica toma vida propia, la ficción controla la vida cotidiana, la credulidad propicia la mentira, entonces, es señal de la proximidad de la barbarie.
Los estudiosos del lenguaje han vaticinado sistemas perversos valiéndose sólo de las señales de la distorsión del habla, del idioma.
Cuando las palabras pierden la capacidad de comunicar, o mejor, cuando son usadas para enturbiar y engañar, más que para comunicar, nos estamos aproximando a días tristes. La pérdida del significado de las palabras impone el uso de la fuerza.
Solo la fuerza puede restituir la correspondencia del discurso con la realidad, base de la sanidad mental. Un pueblo desprovisto de esa coherencia es un pueblo desquiciado.
En ese marco podemos estudiar la realidad venezolana.
En las interpelaciones recientes se usó y se abusó del recurso retórico para ganar el torneo sofista. Así, los números presentados por los revolucionarios fueron calificados como falsos, los módulos de Barrio Adentro no existen, las millonarias consultas médicas no son aceptadas.
Un saco de papas, más recurso de show de televisión que análisis económico serio, pretendió acallar la realidad de los ministerios. El grito ofensivo sustituyó al análisis, al argumento riguroso. La palabra no sirvió para representar a la realidad, construyó un mundo aparte, propio de la esquizofrenia.
Lo mismo pasa en la calle, todo está distorsionado. La palabra huelga carece de referente, y si es de hambre se transforma en sarcasmo. Los asesinos presos transmutan, por obra del habla, en líderes políticos. Los embusteros, que después de un mes “sin comer” emergen con vigorosos gritos, son convertidos en héroes de pantalla.
Este extrañamiento entre palabra y contenido, entre signo y referente, es cómodo, sobre todo en la Política, pero trae peligrosísimas consecuencias: el mundo distorsionado que así se construye, las situaciones que oculta, son terrenos propicios para que refloten las pasiones más bajas del ser humano. La alienación germina, se realiza abajo, en los acantilados del alma, en el subconsciente, allá donde el hombre es un reptil.
Se crean así las condiciones que soportan al fascismo. La masa fascista acepta cualquier absurdo si promete recompensa, y es capaz de cualquier crueldad buscando sosegar el alma que padece el brutal desequilibrio emocional del desarraigo en un mundo incomprensible. La masa es capaz de condenar a sectores enteros a la extinción del horno crematorio, y fatalmente buscará culpables en quienes expiar su angustia.
La Revolución debe proteger de la deformación capitalista al lenguaje, devolverle el vínculo con la realidad, restituir a las palabras su contenido, el discurso debe reflejar la vida, nunca ficcionarla. Lo que expresen los Revolucionarios debe ser, siempre, un monumento de credibilidad.
El día que la sociedad se movilice para proteger el honor de una palabra y su contenido, por ejemplo, “Amor”, “Socialismo” o “Patria”, ese día estaremos iniciando la construcción de un nuevo mundo. Ese día el humano triunfó, encontró su contenido, su atadura con la realidad.
¡Chávez es creíble!