Que un ser humano brinque la talanquera porque se haya equivocado de puerta, o porque no haya logrado estar presente en el correcto lenocinio político que le demanda su particular acopio ético, o porque haya terminado con el novio o la novia que lo llevara a esa militancia izquierdista erotizada, o porque le incomoden los tufos que sitian las asambleas del partido, o porque vea que los billetes de alta denominación no son materia prima de las cadenetas multicolores o de las guirnaldas que adornan sus festejos, o porque se crea demasiado inteligente o, más aún, clarividente de inefable brillantez y por tanto perciba que sus propuestas y sus peroratas ideológicas nadie las entiende (salvo que se haga criptoanálisis) y que por ello se desespere y termine arrecho; o porque también le arreche que el líder del proceso sea indiscutible por las históricas cualidades que lo adornan sin engrandecimientos en una imperativa transición, o que habla mucho y con voz muy recia y que además se las da presuntamente de taquititaqui como era su papá (el papá del brincador), despreciable pequeño burgués por el que guarda quién sabe por qué razón un reservadísimo rencorcillo de crianza; o porque haya estado en la guerrilla durante una semana y por ello se crea Fidel Castro, Ho Chi Minh o Temujín, y no le rindan, como bien cree merecer, los honores correspondientes a su formidable linaje de campeador invencible de los tiempos idos y por venir; o porque aspire que la revolución sea tan infalible como la rusa y que Chávez deba emular a Stalin para que realmente sea un revolucionario de cojón y silleta de cuero; o que, con desagrado note que el gobierno tiene y mantiene remilgos burdas de mariquéricos en el tratamiento de los insensibles asuntos de lo que debiera ser el arrebatado poder revolucionario; o porque muy seguro esté de que escuchar a Mozart constituye una debilidad burguesa inconcebible y que para demostrar un nacionalismo a toda prueba es necesario poner música de tambor desde tempranito y comenzar a menear ese esmirriado rabo (en mi caso) con reciedumbre cosaca hasta el sudor tsunámico... En fin, que un ser humano así, brinque la talanquera, me resulta caracha (por no decir ¡coño!) aceptable y hasta lógico, porque su mayor delicia, porque su no va más sería recalar en la derecha o extrema derecha para desde esa comodísima trinchera comenzar a detestar y destruir lo que fue su quimera política y, si por si acaso fallara la revolución, estar ya acomodado y aceptado por sus recientes e ilustres conmilitones en un nuevo bando proporcionalmente contrario ideológicamente al que presuntamente alguna vez amó como genuino revolucionario, con ese su tan entrañable y hasta conmovedor ardor.
Y tal pudiera ser el caso, por cierto, de Douglas Bravo, “el de los pies ligeros”, quien por su nombre de pila y el camino insurrecto que aún hoy continúa recorriendo a paso de vencedor, pudiera llevarlo, por tales sobresalientes decoros revolucionarios, al comité central de la Exxón Móbil Corporation o de la CónocoPhillips como experimentado gerente internacional de seguridad contra la acción genérica o específica, justamente, de “terroristas” y ñángaras irreductibles como él mismo…
Así que este tipo de brinco lo veo muy normal y patológico, por lo que merece todo mi respeto democrático, y hasta mi compasión, si a ver vamos.
Pero hay otro tipo de brinco de talanquera que sí mucho me preocupa y que no deviene, precisamente de revolucionarios montaraces y bravíos como los anteriores, sino de gente estándar y humilde, sujeto prioritario de la atención del proceso revolucionario que, quizás por una debilidad ideológica estructural, haga posible que lo encante el bando contrario debido, primordialmente a que su condición socioeconómica hubo mejorado tan ostensiblemente, que comenzara entonces a ser víctima de las pulsiones pequeño burguesas que le hicieran creer, paradójicamente en el capitalismo, que, con el socialismo que lo redimiera, en ese momento cohabitase. Y se generara entonces así un pugilato pornográfico que le permitiera decirse, a sí misma en sana o malsana lógica: Bueno, el socialismo me sacó de abajo después de tanto tiempo de penuria, y venga ahora el capitalismo para que me haga gozar de la vida real y sensualmente, e incluso, gritando el afortunado o afortunada camarada, festivamente: ¡Jiijii, no joda!
¿Resulta esto un riesgo, o no? ¿Cómo evitarlo? Pues ahí está el detalle, camaradas. Tenemos que pensar en lugar de auto flagelarnos…
Creo incluso que la poderosa China de hoy pudiera estar pasando por un trance similar, vistos algunos signos entre ellos estos aparentemente intrascendentes: que los jóvenes de hoy hablan del “chairman Mao con sus diferentes colores de pelo”; que donde se apostaban los guardias para controlar las burguesas luces de neón, hoy están los corredores de bolsa frente a sus respectivos terminales de computación dentro de una economía que hoy mezcla a Marx y a Keynes y que, se han reeditado los zapatos que usaban los chinos cuando extrema bola pelaban (llamados cariñosamente “huili”), como queriéndose con ello significar que fueron demasiado pobres (hablábase en 1994 de una fabulosa multitud de cien millones de chinos que vagaba andrajosa a través del país y que se apilaba sobre todo en las grandes ciudades) y además, históricamente vergajeados por imperios de toda laya, incluyendo la sórdida guerra del opio, como para pensar que sea el capitalismo la fórmula que terminara de redimir de la pobreza y la explotación a los cientos de millones de chinos que aún restan. Fue la fuerza de la revolución de Mao, con todos sus sacrificios materiales e ideológicos, lo que ha llevado a la China, en relativo corto plazo, a estar a las puertas de convertirse en la mayor gran potencia económica, política y tecnológica de los tiempos modernos.
Y la Revolución Bolivariana tiene que verse en ese espejo. Esa China es hoy, incluso voluntariamente, su muy decorosa socia estratégica.
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