El proceso bicentenario de
lucha por la emancipación en
nuestra América suponía el
imaginario de la integración
regional, más como territorio e
identidad compartida que como
relaciones entre naciones. Esta
última es la historia del
capitalismo vernáculo y el vínculo
entre los países. Cada
institucionalización integradora
tuvo el sello del capitalismo de
época ya sea la Industrialización
Sustitutiva de Importaciones (ISI)
o el reciente período neoliberal.
La crítica popular al libre
comercio y al orden económico
hegemónico, en el cambio de siglo,
construyó la posibilidad de
limitar la propuesta del ALCA, que
se renueva con tratados
bilaterales y multilaterales
empujados por Europa o Estados
Unidos. Por eso, no debemos
confundirnos, y pensar que
regionalmente se ha superado el
ciclo de inserción mundial
subordinada, funcional a la
estrategia global de un grupo
reducido de transnacionales.
¿Quién decidió que los países
del Mercosur sean en conjunto el
principal productor y proveedor
mundial de soja? ¿Es resultado de
una decisión planificada
soberanamente o producto de la
estrategia de un puñado de
empresas transnacionales de la
alimentación y la biotecnología
que manejan el paquete tecnológico
del actual modelo productivo?
Hablando del sector industrial,
¿qué significa que el grueso del
intercambio de bienes
intra-Mercosur esté constituido
por productos de la industria
automotriz? ¿A quién beneficia? ¿A
los trabajadores de las
autopartistas de la región que
deben disminuir significativamente
su producción porque a las
ensambladoras les es más barato
importar las piezas de cualquier
lugar del mundo; o a 12 grandes
terminales transnacionales que
pagan la hora de ensamble en la
región casi una tercera parte de
lo que vale en el sudeste asiático
y luego exportan a precio
internacional? No sólo es el
Mercosur. Puede verificarse el
crecimiento de la integración de
Argentina con Chile, siendo la
minería un motivo compartido de
entrega de recursos naturales a
inversores con dimensión adecuada
para una explotación a gran escala
con riesgo cierto de
contaminación.
La sojización, el privilegio a
la megaminería a cielo abierto y
el carácter de industria
ensambladora están ligados a los
fenómenos de subordinación al
programa capitalista dominante.
Son los intereses nacionales
contradictorios, o mejor aún, los
de las clases dominantes de cada
país, las que obstaculizan una
estrategia que asuma la
perspectiva originaria de
articulación de un proyecto
regional autónomo, emancipado. La
crisis mundial en curso nos
devuelve los límites de la
integración capitalista sostenida
en el programa de la
liberalización. Es el caso de
Grecia, España o la periferia
europea, países chantajeados por
el poder del Banco Central de
Europa, los bancos alemanes o
franceses, el FMI, y la mediación
de la burocracia política
administradora del capitalismo en
el viejo continente.
La hegemonía capitalista define
en cada país y en cada región el
curso de la acumulación,
especialmente en época de crisis,
donde el horizonte de preservar y
restaurar ganancias se constituye
en el objetivo principal. Es
imprescindible la búsqueda de
alternativas. No existe camino a
imitar en las articulaciones
integradoras hegemónicas. Lo que
tampoco debemos olvidar es que, a
contramano de lo que sucede en los
países centrales, la periferia
latinoamericana vive uno de sus
mejores momentos en términos de
los precios internacionales de sus
productos de exportación. ¿Qué
sucederá si termina esta favorable
coyuntura con la acumulación de
reservas soberanas, los superávit
fiscales que financian la política
social y sostienen los pagos de la
deuda externa? ¿Por dónde
ajustarán los gobiernos?
Por eso, hace falta ensayar un
nuevo camino que reconstruya el
imaginario originario en nuestra
América. Una clave de ese camino
puede derivarse del postergado
Banco del Sur, si sirve para
orientar otro modelo productivo,
que afirme soberanía alimentaria,
energética o ambiental, para una
diferente ecuación de
beneficiarios y perjudicados.
Puede ser el camino de la
generalización de intercambios en
moneda local, incipiente entre
Brasil y Argentina, y entre los
socios del ALBA, hacia un debate
por una moneda regional en la
disputa por la independencia de la
inserción regional en la división
internacional del trabajo.
Se trata de observar la
estrategia concreta de desarrollo
de Petrocaribe, que involucra a 18
países de Centroamérica y el
Caribe y supone, desde las
importantes reservas venezolanas
de hidrocarburos, la construcción
de refinerías y plantas de
almacenamiento localizadas en la
región, con financiamiento a bajas
tasas de interés y una factura
petrolera a pagar en condiciones
favorables para países
dependientes de la dominación
transnacional. La cooperación
energética es importante en la
promoción soberana de un proyecto
autónomo, lo que significa
recuperar soberanía sobre los
recursos naturales y disponerlos
en una lógica no mercantil.
La perspectiva de construir
estrategia económica común en la
Unasur, superando el carácter de
foro político con exclusión de
EE.UU., habilita a discutir los
límites del orden capitalista en
nuestros países, base
imprescindible para pensar una
integración alternativa.
* Doctor en Ciencias Sociales
UBA. Presidente de Fisyp e
integrante del Comité Directivo de
Clacso.
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