Siempre
me pregunto: ¿Qué recompensa el poder cuando hay tanta gente que por él
suspira? ¿El poder para qué? como se preguntara alguna vez en fausta
preocupación un colombiano. ¿Es acaso el poder ese trozo de chocolate
por el que clama la humanidad entera? Porque, ¿cómo se explica entonces
que obligarse moralmente a trabajar incansablemente por los ciudadanos
de un país para fines de lograr su felicidad, pueda estimular la
secreción de dopamina? ¿Es que acaso asumir tamaña responsabilidad
constituye en sí mismo un placer? Y, en caso afirmativo, ¿sería un
placer normal mentirle a un pueblo tal como lo hacen aquí los
escuálidos, por ejemplo, en nombre de su dañoso poder?
Estoy
convencido que para ellos, y para traidores reales o potenciales dentro
de la Revolución, ese trozo de chocolate está representado,
simplemente, en los billetes. En nada más. En acariciarlos y sentirlos
con la sensibilísima yema de sus ágiles dedos. Me imagino a casi la
totalidad de los dirigentes de esa Mesa soñando con llegar al gobierno
sólo para acariciar esos dólares que guardarían en sus marsupios
mayameros, no sin antes acariciarlos y besarlos con manifiesto deleite,
para luego realizar el no menos celestial placer –perpetuo en ellos– de sacar a la policía y a la Fuerza Armada a reprimir a toda máquina mortífera a los millones de víctimas –con ellos
arrechas– de sus siempre simuladas devociones.
Porque
a Chávez la verdad es que sí se le notan a leguas las expresiones
placenteras cuando trabaja por Venezuela y su pueblo pobre: suda,
expresa frases sugerentes, se le ponen las mejillas rosadas (como
afortunadamente en este nuevo volver) y le brillan los ojos. Hay
esperanza. Lo que me hace pensar que, para un verdadero revolucionario
como él, el placer que le proporciona el poder es sencillamente el de
echar el resto por su pueblo… Extraña devoción que incluso ha tenido que
pagar en moneda de salud, a un alto precio.
Pero como significaba Zaratustra –el
presunto maestro del ultrahombre– la suprema voluntad de poder no es
más que imprimir, en el devenir, el carácter del ser como lo hizo
primero Bolívar, como hoy lo hace Chávez, y como muy pronto lo hará el
pueblo ya entonces ¡señor y dueño de su propio destino! O también la
suprema voluntad de poder es lo más diligente de toda la vida. Es
figurar el pasar como indeleble acontecer en el eterno retorno de lo
mismo, y hacerlo así indestructible y constante. En fin.
¡Bienvenido
pues camarada Chávez! Ya sabía que tú, como Zaratustra, representas el
eterno retorno… Y que vencerías. Y que has vencido. Y que contigo,
¡venceremos!
El balcón del Pueblo
Fue esta vez una multitud espesa, apretujada que se balanceaba como una masa despersonalizada. Además viva y ondulante.
Sus
puertas se abrieron a las 5,33 PM y, cuando apareció uniformado y
acompañado de dos de sus hijas, intentó hacer flamear un pabellón
nacional tras una pequeña ceremonia de adecuación del balcón para la
gran ocasión, luego de haber deambulado, en visitas oficiales durante 29
días, por la Patria Grande. Y arrancó entonando el himno
nacional como exordio propicio, además de por ser día del Bicentenario
de un terruño tan sufrido buscando su destino definitivo. Su voz era
recia y resonante, como siempre: ¡Aleluya!
Y así habló:
–¡Se
ha iniciado el retorno!– fue su primera expresión discursiva
propiamente dicha. Pero hubo una falla en el sonido para mucha gente, y
pidió perdón… ¡Algo tenía que fallar!
Sugirió –como lógico resulta entonces– ausencia física debido al riguroso tratamiento que logrará vencer la
mañosa patología. No hay duda. Y pidió comprensión para ese proceso,
cuando en la esquina lejana del Palacio Blanco los soldados del 13 de
abril volvían a flamear la bandera que anunció aquel otro milagroso
regreso…
Sí,
mucho amor sereno por su pueblo. Media hora para él era muy poco tiempo
para explayarse en sus proverbiales elucidaciones sobre el proceso
revolucionario. Y la prescripción facultativa, felizmente, venció en
aquel mundo de vencedores.
Más
tarde el “matacuras”, el representante mediático de lo más ominoso de
nuestra realidad de hoy, así dizque analizó: el presidente apeló a la
emoción y no habló del Rodeo ni de la Gran Misión Vivienda. Además apeló
sólo a sus seguidores y no a Venezuela, por lo que ante ese discurso
emocional la Mesa debe tener cuidado, porque también abusó… Se quejó de
que había faltado comunión, patria grande y amor para la oposición.
¿Se dirigió sólo a su gente? ¡Falso!: hablaba del pueblo de Venezuela.
Pues este ciudadano no sólo resulta un matacuras, sino también un matahistoria y algo peor: ¡un matalógica!
¿Cómo
es eso que faltó comunión, patria grande y amor para la oposición? ¿Y
el 13 de abril? ¿Cómo le fue pagada aquella invitación precisamente de
comunión, de patria grande y de amor para la oposición? Le fue pagada ni
siquiera con una traición a él, sino con una perra traición al pueblo…
¡Qué impudor!
El desfile cívico-militar
Soberbia
transmisión televisiva. Treinta y cinco cámaras actuando y captando
detalles, y más de 12.000 marchistas. El Comandante en Jefe, como
resultaba prudente, en Miraflores. El director del desfile, el general
Carlos Alcalá Cordones hubo de solicitarle el permiso para iniciarlo,
desde unos Próceres remodelados y majestuosos a bordo de una máquina que
lucía infernal y con un cañón tan largo, que de casualidad no se me
metió en un ojo… Resultó no ser una mamarra de tanque,
como sospechaba, sino un enorme obús (cañón) autopropulsado, ruso, del
tipo 2519 Msta-S de 152 mm.
¡Qué bárbaro! Pero además se exhibieron
otros recién adquiridos equipos militares rusos, a saber: cañones
antiaéreos ZU-23-Z,
vehículos blindados de puesto de mando MT-Lbu que complementan a los
obuses; tanques T-72b1, sistemas antiaéreos móviles S-125-zm Pechora,
famosos porque en manos del ejército serbio derribó un avión gringo del
tipo stealth (invisible) de 2.500 millones de dólares; lanza cohetes
múltiples BM-21 Grad de 122 mm, vehículos de combate BMP-3 y BTR-80A,
morteros de 120 mm remolcados y autopropulsados y otros que ahora si nos
hace ver más o menos apropiadamente armados contra la voracidad
imperial.
Chávez
al dar el permiso lo hizo con voz recia y don de mando; lúcido, como
siempre y enfático. –¡Qué placer celebrar el Bicentenario siendo
independientes de nuevo!– exclamó. El general Alcalá Cordones se
mantenía petrificado: signo inequívoco de la disciplina. Y arrancó la
música de la gran banda militar, y el desfile. Los aviones chinos K-8
exhalaban la bandera nacional en su vuelo, y un Sukhoi ruso en
acrobacias, uno quizás capaz de realizar la peligrosísima “Cobra de
Pugacheven” lanzaba ocho cosas de esas que no sé cómo se
llaman, y que simbolizaban las ocho estrellas de nuestra bandera. El
escudo nacional, con el corcel blanco galopando con la cabeza derecha
hacia la izquierda, era el estandarte. La
carroza teatral recreaba los momentos de la Sociedad Patriótica con la
intervención del joven Bolívar. Los indios marchaban en su apariencia
natural dentro de una multitud de civiles que lo hacían con paso nada
marcial, pero muy de vencedores. Los sombreros de cogollo constituían,
por sí solos, una linda comparsa.
El concierto en la plaza Diego Ibarra
Y
de nuevo Dudamel, esta vez de noche y al aire libre con la luna en
menguante, y como un fantasma nocturno, dirigiendo la Cantata Criolla de
Antonio Estévez basado en el poema “Florentino el que cantó con el
diablo”, de Alberto Arvelo Torrealba, en la reinaugurada Plaza Ibarra
(la aérea), donde recordaba que fueran recibidos, a su llegada del
exilio, los líderes políticos del posterior Pacto de Punto
Fijo y donde el orador de bienvenida era Fabricio Ojeda, el presidente
de la Junta Patriótica, a quién le oyera exclamar, en uno de ellos (creo
que en el que recibía a Rómulo Betancourt): ¡Abajo no porque él nunca
estuvo arriba! con motivo de que alguien gritara ¡Abajo Pérez Jiménez!
Se iniciaba aquel
esperanzador año de 1958.
El
tenor Aquiles Machado creo que representó a Florentino, y el barítono
Gaspar Colón al diablo amén del portentoso Coro Sinfónico Juvenil de
Venezuela, compuesto de 1.200 vocalistas cuando la Sinfónica de la
Juventud Venezolana la componían 400 virtuosos. Y así como tantos
violines se oían como uno solo, así también esas voces se oían dentro de
una estupenda polifonía. Igualmente la canción Venezuela, el Alama
Llanera y el atípico Mambo de Leonard Bernstein, fueron interpretados,
respaldado todo por la “Cantata Chávez”… Y también todo dentro de un
juego de luces y de fuegos artificiales.
Antes,
en un acto de la Asamblea Nacional donde se exponía el Acta (original)
de la Independencia, había oído al grupo infantil Los Tucusitos, de
gratísima recordación para mí, desde el inicio de aquellos convulsos
años 60.
Conclusión
Confieso
que cada uno de los actos de este 5 de julio bicentenario, y debido a
unas intensas lluvias de orgullo que produjo, y que se derramaran sobre
mí, hicieron que mis ojos terminaron inundados… No me resignaba a morir
dentro de una Venezuela muerta, ¡por dios! sobre todo como aquella de
las postrimerías de la cuarta república.
¡Gloria pues a estos tiempos históricos, y a la grandeza que nos espera!