El
llamado socialismo “real”, denominación alusiva a su existencia en la realidad
y no en la imaginación, no llegó a ser “socialismo” sino asumió lo que se
conoce como “capitalismo de estado”, el cual no es, por lo menos en los textos
clásicos, ninguna etapa previa al socialismo. Marx habló del necesario desarrollo
de las fuerzas productivas capitalistas, hasta un nivel en que su crecimiento
se vería frenado por las propias relaciones capitalistas de producción, como
condición imprescindible para el advenimiento de la revolución comunista, de la
cual el socialismo era una fase de transición. Otros, en sentido similar,
dijeron que si los comunistas tomaban el poder en países donde ese desarrollo
no se hubiese dado, era necesario cumplir primero con los avances generados por
la revolución burguesa para poder avanzar hacia el socialismo. En aquel
entonces, las contradicciones entre obreros y burgueses hacían aparecer al
capitalismo como cercano a fenecer.
Para
mí, los términos socialismo del siglo XXI, socialismo de mercado, social
imperialismo, socialismo endógeno u otros aún más confusos, no tienen ningún
significado y me perdonan quienes coleccionan libros y elaboran teorías
novedosísimas con estas “categorías”. Repito, soy ortodoxo en cuanto a los
términos y estoy escribiendo como político. En Cuba no hay ningún socialismo
turístico, sino una economía capitalista basada en la explotación turística junto
con transnacionales españolas. En Libia no hay ningún socialismo, sino una
economía capitalista rentista, en un modelo de gobierno con apoyo popular que,
a pesar de haberse entregado al imperialismo décadas atrás, hoy es agredido por
esa misma canalla. En Corea del Norte tampoco hay socialismo, sino nacionalismo
capitalista dictatorial con un gran culto a la personalidad.
Siendo
objetivo y dejando los deseos de lado es claro que no existe ni ha existido
ningún país socialista sobre la tierra, y quienes tienen gobiernos serios y
exitosos bajo la égida de un partico comunista, China por ejemplo, han asumido la
vía de desarrollo capitalista, que les ha llevado a incrementar su tecnología y
su producción a niveles muy elevados, que le permiten competir con el primer
imperio del mundo. Se da en ese país un desarrollo de las fuerzas productivas
sin ninguna limitación estructural todavía, acompañado de una mejora substancial
de las condiciones de vida del pueblo chino y la conversión de ese país en una
nación poderosa y respetada en el concierto mundial. Hay un crecimiento enorme
de la clase obrera (60% de los trabajadores totales), condición sin la cual no
se puede dar, y no se ha dado, el socialismo descrito por los clásicos.
Por
supuesto que hay explotación del trabajo humano en China, como en todo país
capitalista, pero esto no hace reaccionario ni traidor a Deng Xiao Ping, sino
exitoso históricamente hablando. Era imposible, y la realidad lo demostró
(recordemos que lo posible es lo que sucede), que un país de campesinos y
latifundistas saltara al socialismo, con unas fuerzas productivas que generaban
sólo un poco más del excedente necesario para satisfacer las necesidades y
gustos de los explotadores. Los héroes de la revolución francesa no acabaron
con la explotación del hombre por el hombre, y eso no los hace fracasados ni
inconsecuentes, puesto que cambiaron el modo en que la misma se producía, lo
que permitió mejoras importantes a los explotados y a la sociedad toda, al
incrementarse en forma substancial la producción de bienes materiales y
sepultar para siempre al sistema feudal. Eso es lo importante.
China
ya ha comenzado a experimentar los efectos de la presencia de una clase obrera
numerosa, que emprende la lucha por sus derechos, por la jornada de 8 horas, por
incrementar sus salarios, por mejorar sus condiciones de vida, por la
sindicalización, por su seguridad social, por su educación y perfeccionamiento.
Se está transformando en una poderosa fuerza social y política, que
necesariamente determinará el futuro de esa poderosa república. Lamentar que
los trabajadores en el pasado maoísta eran dueños de las fábricas y estaban
hermanados en la producción es desconocer que ese modelo no fue sustentable, ni
su producción pudo crear mayor bienestar que el de los países capitalistas
desarrollados. Era una ilusión que, como toda ilusión, terminó desmoronándose
no sin antes cometer los exabruptos de la llamada revolución cultural.
Mao
tiene y tendrá su puesto de honor en la historia china y mundial. Construyó un
gran país único y unido, le dio un lenguaje con el cual comunicarse, venció a
las potencias imperialistas que trataron de dominarlo y condujo al pueblo chino
por el camino de dejar de ser súbdito para transformarse en ciudadano.
La Razón, pp A-5, 24-7-2011, Caracas