Populismo, caudillismo y socialismo son fenómenos sociales y políticos que pueden verificarse por separado en algunas ocasiones, y en otras, aparecen íntimamente relacionados. Podemos encontrar en la historia universal ejemplos de caudillismo asociados a un movimiento populista, en este instante me viene a la memoria la figura de Perón y su ejército de descamisados. También, podemos encontrar ejemplos de caudillismo asociados con el socialismo del siglo XX, y aquí se me vienen a la mente muchos ejemplos: Lenin, Stalin, Mao Ze Dong, Tito, Ceaucescu, Fidel, Ho Chi Min, Pol Pot. A la hora de la verdad, no es posible encontrar una experiencia socialista del siglo XX que no esté asociada a una figura mítica central, y en la cual no se haya dado un fenómeno de culto a la personalidad.
Ahora bien, mis queridos lectores, la pregunta obligada que debemos hacernos es la siguiente: ¿por qué el socialismo se ha vinculado al caudillismo? A primera vista, parecería contradictorio que el socialismo, que reivindica la preponderancia de lo social, de lo colectivo, por encima de lo individual, se haya sustentado en figuras individuales que concentraron el poder en sus manos, y que además, lo usaron despóticamente en muchos casos. La razón la podemos encontrar en el hecho de que el socialismo del siglo XX fue una experiencia que se desarrolló en un esquema vertical de arriba hacia abajo. Quienes militamos en la izquierda del siglo XX alguna vez, estuvimos convencidos de que el socialismo sólo podía alcanzarse por la vía armada (y todavía hay algunos por ahí que siguen en lo mismo). La lucha armada requería de una vanguardia lúcida y protagónica que guiara a las masas en su lucha de liberación. Se dio una situación en la que esta vanguardia salió a convencer y reclutar al pueblo para la guerra de liberación y no al revés, que el pueblo saliera a buscar a sus líderes para la lucha por venir. De mis tiempos de juventud, recuerdo haber preguntado a más de un militante comunista que opinaba sobre cierto tema político coyuntural, y siempre obtuve la misma respuesta – estamos esperando que baje la línea del partido desde el Comité Central.
Hoy en día, con unos cuantos años más encima (muchos más por desgracia y como dice un amigo, la desgracia es que los años no pasan sino que se van acumulando en uno), creo que esa idea que manejábamos en nuestra juventud, de la vanguardia iluminada del proletariado con verdadera conciencia revolucionaria, tenía mucho de arrogancia y menosprecio del pueblo al que decían defender. Es de resaltar, que muchos de los líderes de esta vanguardia proletaria no provenían de la clase trabajadora, es un hecho bien sabido, que Lenin recurrió muchas veces a su madre por auxilio económico, y al menos yo no sé, si alguna vez haya realizado un trabajo de tipo manual. No podemos olvidar que el mismo Marx usó ampliamente el término peyorativo de lumpen-proletariado para referirse a aquellos trabajadores que carecían de conciencia de clase.
Creo que esta mezcla de caudillismo con la idea de la necesidad de una vanguardia del proletariado, fue responsable en parte, del carácter totalitario y represivo de los regímenes socialistas del siglo XX.
El caudillismo ha reinado en sociedades con instituciones muy débiles, o en aquellas donde la institucionalidad ha entrado en crisis por diversas razones, en aquellas sociedades donde no existe un sistema democrático o el mismo se resquebraja. En la historia de la humanidad, son interesantes los casos de la democracia ateniense y la República Romana, intentos notables de poner coto al caudillismo como forma de gobierno.
En lo que se refiere a los caudillos, a lo largo de la historia muchos han sido guerreros exitosos que se han convertido en políticos. Su historial de guerreros les ha revestido de un aura de invencibilidad y hasta de infalibilidad, todo esto se ha llevado al plano político donde se convierten en la figura de referencia tanto para los adversarios como para los seguidores. Ejemplos de este tipo, los encontramos en épocas tan recónditas como la Grecia y Macedonia de Filipo y su hijo Alejandro el grande, o en la pugna en Roma entre el célebre Catón y el no menos célebre Escipión el Africano, famoso general romano que derrotó a Aníbal de Cartago, lo que le confirió un poder político que ponía en riesgo la República romana.
La vida política de Venezuela desde sus inicios como una república soberana se vio marcada por la presencia de diversos caudillos, a nivel regional como nacional. Con la caída de la última dictadura, la de Marcos Pérez Jiménez, y el advenimiento de la democracia, parecía que el caudillismo estaba condenado a la extinción. Sin embargo, en la práctica, y sobre todo al interior de los partidos políticos el caudillismo sobrevivió. La democracia interna en los partidos fue desmoronándose y pasaron a ser organizaciones comandadas por una cúpula que giraba alrededor de un líder de turno, muchos recordarán a Alfaro Ucero, el famoso caudillo de Acción Democrática. Los partidos políticos se fueron vaciando de todo componente ideológico, hasta quedar convertidos en maquinarias electorales. La crisis de los partidos políticos, y por ende, la crisis del sistema democrático abrieron en Venezuela la posibilidad de volver a la búsqueda de un caudillo.
Es ya parte de la historia, el camino transitado por el Presidente Hugo Chávez desde que era un militar desconocido que salta al estrellato por el intento de golpe de estado del 92, hasta que es elegido Presidente de la República. El Comandante Chávez tuvo la visión y el olfato político para desarrollar un discurso que estuviera en sintonía con el sentir de las mayorías, un discurso reivindicativo, de justicia social, de denuncia de los partidos políticos tradicionales, un discurso nacionalista, mas no, socialista.
A pesar de que estamos en el siglo XXI, y que el socialismo del siglo XX fracasó, el caudillismo sigue siendo un componente del socialismo del siglo XXI, por lo menos en el caso venezolano. Como un ejemplo contrario a lo dicho anteriormente, hay que destacar el caso brasileño, en el cual, Lula Da Silva se negó a jugar el papel de caudillo y por voluntad propia se alejó del poder, teniendo prácticamente asegurada una segunda reelección y un tercer mandato.
En el caso venezolano no podemos negar que el socialismo del siglo XXI está indisolublemente asociado a la figura del Presidente Chávez quien buscó una reforma de la constitución para optar a una reelección indefinida. En Venezuela, el Presidente Chávez es el punto de referencia obligado tanto para los opositores como los seguidores, es la figura central que ha obligado a los opositores a unirse, y a las corrientes dentro del chavismo a mantenerse cohesionadas en una misma línea. Ha sido una constante del Presidente Chávez hacer llamados repetitivos y encarecidos a la unidad de los revolucionarios para preservar la revolución bolivariana. Cabe destacar que las corrientes dentro del chavismo se aglutinan en torno a figuras concretas y no a posturas ideológicas. Nadie habla dentro del partido de gobierno, de la corriente de los radicales marxistas, o la corriente social demócrata o de una corriente anarquista. Se habla de corrientes que siguen a tal o cual líder de segundo orden, es decir, que se da un caudillismo de segundo grado. Por otra parte, en el sector opositor vemos algo similar, corrientes que giran en torno a personalidades y no en torno a posiciones ideológicas claras.
Podemos decir que en el caso venezolano, la política ha girado y sigue girando en torno al fenómeno del caudillismo. Esto nos lleva a pensar que en Venezuela la lucha política se libra más en el ámbito emocional, que en la racionalidad. Para las elecciones del 2012, la gente parece estar más interesada en saber quién será el caudillo que se enfrente al Presidente Chávez, que conocer cuál es la propuesta concreta para un eventual gobierno de la oposición. El discurso político de ambos lados está orientado a la explotación de las emociones y los miedos, por un lado, el miedo a volver a los tiempos de la Cuarta república promovido por el gobierno, y por el otro, el miedo al comunismo promovido por la oposición. También, se usa un discurso político de esperanza enfocado al futuro, sin que este discurso esté basado en racionalidad alguna.
En cierta medida, vemos una diferencia bastante grande entre lo que ocurre en Venezuela y el resto del mundo, en particular, con lo que ocurre en Europa, donde los pueblos están reclamando hechos concretos en tiempo presente para enfrentar la crisis económica y no se conforman con promesas ni discursos emotivos cargados de esperanzas en un futuro mejor.
Aquí en Venezuela, podemos ver el problema del déficit de la vivienda, un problema que se arrastra desde la Cuarta República agravándose año tras año con el crecimiento poblacional. Finalmente, el problema se hace patente por la cantidad de damnificados por las lluvias, y debe ser asumido por el máximo líder, no queda otra, y éste no puede hacer otra cosa más que prometer solucionar el problema en el corto y mediano plazo. Lo único concreto que puede hacerse es censar a la población que no tiene vivienda y entregarle un pedazo de papel que resume la esperanza de contar con una vivienda en un plazo razonable. Sin embargo, este papel tiene una fuerza de convicción muy fuerte porque está avalado por el máximo líder de la revolución. Si será posible construir dos millones de viviendas en unos cuantos años, es algo fuera del alcance y propósito de este artículo, no soy ingeniero civil ni arquitecto, para decir si ésto será posible o no, el tiempo lo dirá. Lo que si interesa a este artículo es el tratamiento político que se le ha dado al problema, que ha requerido el compromiso personal del máximo líder, lo que sin duda, representa una apuesta muy riesgosa.
Cabe preguntarse si el caudillismo es un fenómeno político positivo o negativo. La respuesta no puede ser automática. Como ya se ha dicho, el caudillo puede surgir en unas condiciones sociales, económicas y políticas muy definidas, estas pueden ser de un debilitamiento institucional y del sistema democrático que pueden llevar al caos. En este caso, el caudillo puede tener un efecto positivo en un primer momento, evitando que el país caiga en un estado de conmoción social. Napoleón se hizo con el poder cuando la Francia revolucionaria caía en el caos, Lenin asume el poder cuando la Rusia zarista se caía a pedazos, Hitler hacía lo propio en la Alemania devastada por la Primera Guerra Mundial.
En mi opinión, el problema surge cuando el caudillo quiere eternizarse en el poder y desconoce una verdad ineludible, como es el hecho de que nada dura para siempre. Como dijera el Presidente de Uruguay en una visita a Venezuela – los gobiernos pasan, los pueblos quedan. O como se decía hace muchos años atrás, los gobiernos pasan y el hambre queda. Por lo tanto, el caudillismo no debe caer en la tentación de crear una sucesión familiar como ha ocurrido en muchas ocasiones, o bien el pueblo no debe permitirlo. El caudillismo debe dar paso a una institucionalidad sólida que permita el funcionamiento de la sociedad de la manera más democrática posible.
El caudillismo que podemos encontrar en la experiencia socialista de la Venezuela actual tiene unas características muy particulares. En primer lugar, es un caudillismo que surge por la vía democrática. En segundo lugar, su consolidación también se da por la vía democrática. En tercer lugar, el poder que se ha concentrado en el Ejecutivo ha estado respaldado por procesos que se han dado dentro de la institucionalidad vigente. En cuarto lugar, es un caudillismo que tiene una base popular amplia, que le permite después de 12 años de gobierno contar con una votación que va de un 40% a un 50% según sus críticos, y más de 60% según sus adherentes. En quinto lugar, es un caudillismo que ha permitido que exista durante estos 12 años una oposición política dura, y una libertad de expresión amplia que se palpa en los kioscos de periódicos, y también, en la radio y la televisión. A pesar de los críticos del gobierno que señalan que aquí no hay libertad de expresión, estamos muy lejos de la situación del socialismo real del siglo XX donde no existían medios de oposición. En sexto lugar, el caudillismo venezolano sólo puede prolongarse por la vía democrática, es decir, ganando las elecciones del 2012.
Ahora en lo que respecta al populismo, en América Latina, éste ha jugado un papel importante en su historia. El populismo fue un movimiento político y social que se desarrolló en los momentos de cambio de una sociedad agraria a una de tipo urbano. Un movimiento de lucha contra la oligarquía terrateniente, en el que convergieron trabajadores y personajes de la nueva burguesía urbana e industrial. Una asociación tan disímil sólo fue posible por la existencia de un enemigo común, y por supuesto, de un movimiento que nunca tuvo una clara orientación ideológica, pero que finalmente se opuso a cualquier cosa que pareciera una revolución obrera. Esta confusión ideológica del populismo me recuerda la vez que volvió a Perón a Argentina en los 70, fui testigo del hecho por la tv, en la manifestación de recibimiento había un grupo de jóvenes representantes del movimiento de los Montoneros, todos ellos con sus banderas y coreando a voz en cuello el nombre de su líder “Perón..Perón”. Cuando el caudillo comienza su discurso les ordenó a los jóvenes Montoneros que se retirarán del acto porque eran una vergüenza para el peronismo, que la lucha armada y el socialismo no eran sus banderas. Recuerdo a los jóvenes cabizbajos salir de la manifestación arrastrando sus banderas bajo una rechifla general. El populismo del peronismo encantó a muchos movimientos de izquierda que finalmente se vieron traicionados, o más bien, ellos se auto engañaron pensando que el peronismo era sinónimo de izquierdismo. Incluso hoy en día vemos en el justicialismo argentino corrientes diversas que van de la extrema derecha a una izquierda moderada.
El populismo en términos generales ha adquirido una connotación peyorativa, se le ve como un engaño al pueblo, como una manipulación a través de un discurso emotivo de reivindicación de los más desposeídos. Detrás del discurso están los intereses económicos y políticos de un grupo social privilegiado, un elevado nivel de corrupción, y el carácter clientelar de los partidos políticos. Volviendo a Venezuela, recuerdo que en los años 80 me divertía mucho preguntando a los militantes de AD o COPEI acerca de la ideología de sus partidos, en términos generales, nadie tenía ni la más mínima idea. También, muchos me confesaban que su militancia estaba en función de algún beneficio personal que podrían conseguir si el partido llegaba al poder, un crédito para montar un negocio, o un cargo bueno, o como se decía popularmente “que lo pusieran donde hay”.
Un elemento central del populismo, se encuentra en el hecho de que el mismo implica, que la solución a los problemas de las masas desposeídas radica en el poder del Estado. En este sentido, hay una visión paternalista y vertical. De un modo gráfico, tiene mucha semejanza a esas muchedumbres hambreadas pero esperanzadas que miran hacia lo alto, hacia un balcón encumbrado de algún palacio de gobierno donde algún líder enciende las pasiones, los miedos y las esperanzas en los corazones de hombres, mujeres y niños.
En el populismo, el discurso adquiere una gran importancia, el discurso populista es emotivo, reivindicativo, está lleno de promesas, debe hacer creer a las clases desposeídas que están obteniendo una cuota real de poder, es una invocación a la justicia social. El populismo se basa en parte, en el cultivo del resentimiento y el deseo de revancha, lo cual siempre ha sido una de las armas usadas en política. A través de los movimientos populistas, los desposeídos hacen catarsis. Es bueno ver los discursos de un Perón, de una Evita para darse cuenta del tono emotivo de los discursos populistas.
Aun cuando, América Latina ha sido particularmente fructífera en dar a luz movimientos populistas, este fenómeno político también se ha dado en otras latitudes. El nazismo y el fascismo fueron movimientos populistas y también sinónimos del caudillismo más salvaje.
En la historia venezolana, los 40 años de democracia representativa, estuvieron de alguna manera marcados por el populismo de los gobiernos de turno, unos en mayor grado que otros. Quizás, uno de los exponentes más destacado del populismo fue el ex presidente Carlos Andrés Pérez y su partido Acción Democrática. Supieron calar hondo en el sentir del pueblo venezolano de los barrios y caseríos de Venezuela, le dieron a los desposeídos del país una esperanza de una mejor vida. Muchos, tal vez no recuerden el eslogan aquel que decía “con AD se vive mejor”.
Por su parte, los copeyanos también tuvieron sus devaneos populistas, siendo quizás su más claro exponente el ex presidente Luis Herrera, aquel del eslogan “Luis Herrera arregla esto”. Y no podemos olvidar la pieza maestra del populismo criollo, el célebre discurso del ex presidente Caldera ante el Congreso, justificando el intento de golpe del 92 como un evento que encontraba sus raíces en la desesperación popular frente a las medidas económicas neoliberales de Carlos Andrés Pérez. Ese discurso le valió una segunda presidencia, en la cual metió en el congelador el espinoso asunto económico por dos años, para luego aplicar la misma receta neoliberal de su predecesor cuando las circunstancias políticas lo permitieron.
Todos los gobiernos de la hoy llamada Cuarta República tuvieron un discurso de reivindicación de los sectores más pobres, de compromiso con sus desdichas y la promesa de luchar a favor de una vida mejor para todo el pueblo venezolano. Sin embargo, es bien sabido que todos esos gobiernos mantuvieron buenas relaciones con los sectores económicos hegemónicos. Son muchos los casos de grupos económicos que surgieron a la sombra del gobierno de turno. En general, todos los gobiernos de aquella época permitieron una escandalosa fuga de divisas. Recuerdo una entrevista del famoso “Búfalo Díaz Bruzual” ministro de finanzas de Luis Herrera, en la cual le preguntaron, si el gobierno no iba a actuar para frenar la fuga masiva de dólares que estaba agotando las reservas internacionales. Su respuesta fue que eso era bueno para la economía porque la salida de dólares frenaba la inflación. Poco tiempo después, vino el viernes negro y comenzó la era de las devaluaciones del bolívar y los controles de cambio en la economía venezolana.
Es parte de la historia reciente, que el populismo de la Cuarta República se agotó cuando los partidos políticos vaciados totalmente de cualquier sustento ideológico se transformaron en maquinarias electorales y cuando el discurso político se distanció totalmente de la práctica. Entonces creció el descontento y se dio una pérdida de credibilidad de los partidos que llegó hasta el cuestionamiento del mismo sistema democrático. Esto le abrió el camino a un nuevo actor político, un outsider, el actual presidente.
Muchos señalan que hoy estando ya en la Quinta república estamos frente a un populismo de nuevo cuño. La verdad es que la acusación de populismo ha sido extensamente utilizada y de manera muy ligera. Hay quienes han acusado a la conservadora Margaret Thatcher como populista, y hasta el mismo Ronald Reagan fue acusado de populismo, y ahora último, Obama también. Por lo tanto, las acusaciones de populismo abarcan un amplio espectro que va de la derecha más retrógrada a la izquierda moderada.
En definitiva, para afirmar que el gobierno del Presidente Chávez es de corte populista, debemos contrastar la acción del actual gobierno con las características que conforman el populismo.
En primer lugar, como ya hemos dicho, el populismo carece de una clara línea ideológica, no podemos decir hoy que el chavismo no tiene una clara posición en el campo de las ideas, es un hecho bien sabido que se ha declarado pública y abiertamente de inspiración socialista y hasta inclusive marxista. Es posible que en el proceso electoral del 98 y los inicios del gobierno bolivariano, uno pudiera achacarle el término de populismo al naciente chavismo. En aquella época no había claridad ideológica, viéndose el chavismo como un movimiento fundamentalmente nacionalista. Recuerdo a una persona decirme durante la campaña electoral, que a él le habían dicho de buenas fuentes, que Chávez era de derecha en verdad. Esa falta de claridad ideológica unido a un discurso emocional, nacionalista y que atacaba fuertemente la corrupción, le valió votos en todos los sectores sociales, algo muy propio de los movimientos populistas. Sin embargo, finalmente esa falta de principios ideológicos firmes, dio paso a una definición inequívoca a favor del socialismo, lo que haría que ya no contara con una de las características fundamentales del populismo, es decir, la indefinición ideológica..
En segundo lugar, podemos decir que el chavismo hoy no se corresponde al modelo populista debido al enfrentamiento del gobierno con el poder económico tradicional, un enfrentamiento que llevó a este último a embarcarse en un intento de golpe de estado y boicot económico. Los movimientos y gobiernos populistas nunca se enfrentan al poder económico, muy por el contrario se asocian a éste. Por otra parte, es innegable que el actual gobierno ha invertido buena parte de la renta petrolera en gasto social, educación, salud, alimentación para los sectores populares en una escala sin precedentes. Es decir, el gobierno bolivariano no sólo ha dado discursos a favor de los pobres también ha actuado en beneficio de éste en mayor o menor grado y con más o menos efectividad, pero lo ha hecho.
Uno de los aspectos en los cuales el gobierno si comparte una característica con los gobiernos populistas de la Cuarta República, es la persistencia de la corrupción. A pesar de que el gobierno posee un capital político nada despreciable por sus políticas de transferencia de la renta petrolera a las capas más desposeídas de la sociedad, es bueno tener presente que la corrupción es un factor que irrita a la gente, no hay que olvidar que un reclamo que se convirtió en rechazo de la Cuarta República fue su falta de resolución para frenar la corrupción. También el discurso político del gobierno es altamente emotivo, reivindicativo centrado en la justicia social y lleno de promesas, a pesar de lo que se ha dicho del uso de la renta petrolera en gasto social, las necesidades y los problemas son muchos, y se corre el riesgo de que las promesas superen ampliamente lo que se haga efectivamente para solventar los problemas. Por lo tanto, siempre existe el riesgo de que nos quedemos solamente en el discurso.
En conclusión, el socialismo bolivariano tiene indiscutiblemente una faceta caudillista en la persona del Presidente Chávez, pero es un caudillismo que tiene una amplia base de apoyo, conquistado en forma democrática y sostenido por la misma vía, y mientras eso sea así, no podemos discutir nada al respecto, mientras sea la decisión popular por la vía de las urnas. El socialismo bolivariano en mi opinión, no puede ser acusado de populista con toda propiedad, su enfrentamiento con el poder económico tradicional y la inversión de cuantiosos recursos para el gasto social en beneficio de las clases más desposeídas lo distancian del populismo. Sin embargo, existe el riesgo de que las promesas superen el nivel de realización, y esto podría sacarlo del campo popular para llevarlo al del populismo.
A mi modo de ver, cuando las sociedades logran construir una estructura institucional sólida y un verdadero espíritu democrático permea a toda la sociedad, tanto el caudillismo como el populismo se ven muy cercados. La única forma en que los partidos políticos y los líderes no pierdan las perspectivas y la sintonía con los reclamos de la sociedad, es que de tanto en tanto, sientan sobre sus cabezas como una espada de Damocles, el castigo popular por la vía del voto en el caso de que las promesas electorales no se vean reflejadas en hechos concretos. Es hora de que los pueblos entiendan que no existe un hombre, ni un Estado, ni un gobierno de turno que pueda resolver todos los problemas a la vez, posiblemente ni siquiera es bueno que el Estado lo solucione todo, pues algo así puede llevar a la esclavitud.
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