Manolo Cañada acaba de publicar su último trabajo, La huelga más larga . Se trata de la crónica del conflicto laboral entre los yeseros de Badajoz y la patronal en el año 1988, que duró medio año sumando sus diversas fases en un proceso de radicalización. La importancia de esa huelga estriba en que resultó ser una victoria completa de los trabajadores, que alcanzaron sus reivindicaciones económicas y consiguieron el control de sus condiciones de trabajo. Cañada nos cuenta su desarrollo desde el punto de vista de los protagonistas, recogiendo literalmente sus testimonios y opiniones, y enmarcándolas en una visión más general de la historia y la sociedad, interpretadas según el marxismo. Y finalmente extrae una lección importante, que nos descubre la forma de la lucha de clases en el capitalismo.
Las conclusiones del libro no pueden ser más claras: el triunfo de esos trabajadores de la construcción fue debido a su capacidad de autoorganización. Por el contrario, la forma de la dominación empresarial sobre el trabajo toma siempre la forma de la división y el conflicto entre trabajadores y trabajadoras.
La organización obrera se forja a través de la lucha colectiva, y necesita para desarrollarse una serie de condiciones imprescindibles. En primer lugar, la solidaridad obrera exige confianza mutua y generosidad personal, creadas a partir de las relaciones cotidianas y el calor de la amistad; además el compromiso con la palabra dada y la disciplina para aceptar la voluntad mayoritaria, a veces apoyada por la fuerza del grupo, como en el caso de los piquetes; en tercer lugar, una lucha obrera no puede triunfar sin el arrojo personal al enfrentar las dificultades y la represión, lo que puede dar origen a actuaciones violentas para defender el derecho de los obreros, tanto como a sufrir la violencia institucionalizada que protege los intereses de los empresarios.
Entre los medios del conflicto con la patronal, la huelga es la máxima expresión de la lucha obrera. Si trabajar es el derecho más sagrado del trabajador y la trabajadora, como la posibilidad misma de participar en la vida social –y esto en su nivel más sufrido-, renunciar a él voluntariamente, aunque solo sea de forma temporal, tiene un sentido profundo de denuncia de la alienación y la explotación, de cuestionamiento del sistema de clases. La injusticia sobre la que se organiza la sociedad clasista, que somete a la clase trabajadora para favorecer a otras capas sociales más afortunadas.
El actual Estado español, forjado por siglos de violencia imperialista e inquisitorial, heredero de la dictadura franquista, es una estructura jerárquica con la rancia aristocracia monárquica en el vértice de la pirámide, donde los cuadros intermedios juegan un papel esencial de control de los trabajadores. En la construcción son lo pistoleros de la patronal, los sustitutos democráticos de la mafia fascista del sindicato vertical, encargados del manejo de la fuerza de trabajo –contratación, pago de salarios, despidos, disciplina, etc.-. Es la primera línea de defensa de la patronal, que los trabajadores tienen que desbordar. Y es una muestra de que la transición de los años 70 dejó las cosas más o menos como estaban, cambiándoles el nombre. Pero también abrió la posibilidad de aquellas luchas obreras, que por una vez acabaron en victoria.
La autoorganización obrera no es solo la condición de la victoria: es también la promesa de un mundo nuevo, de un orden social diferente, de la emancipación humana y la justicia restablecida. Es ésa su extraordinaria importancia, y al tiempo su extrema dificultad. Y sin embargo, es de una necesidad absoluta que ese orden nuevo se presente en la historia. Estos años de postración de la clase trabajadora, en cuanto clase para sí, derivada de la derrota del proyecto emancipatorio socialista en Europa, son también años de crisis económica, corrupción política y frivolidad cultural, son el camino del fascismo que de nuevo vuelve a instalarse entre nosotros. Prueba clara de la necesidad de una organización fuerte de los trabajadores, que reoriente el camino de la historia en sentido racional.
Pues debe saberse que el capitalismo es un proceso de entropía gigantesca que está destruyendo las posibilidades de la vida humana en la Tierra, y de la vida en general. La entropía que domina los procesos de la naturaleza tiene una forma social en la tendencia al desorden y la pobreza, que se manifiesta de forma trasparente en el desarrollo capitalista. No sólo por la crisis económica que ahora padecemos; es que el funcionamiento normal del capitalismo se basa en el desorden de la producción y la miseria de la mayoría.
Los trabajadores y las trabajadoras tienen que librarse del espejismo burgués de un mundo de jauja, que no es más que la destrucción de las posibilidades de vida futura, y volver sus ojos hacia las consecuciones de aquellos pueblos que están intentando conquistar el futuro sobre la base de la razón común de la especie. Para la clase obrera, esa razón no es otra sino la emancipación de todos y todas, su existencia como personas autónomas, capaces de determinar su propia actividad productiva en el trabajo sobre la base del compromiso con los demás. El socialismo conseguirá que la generalización de esa autonomía comprometida constituya la base para la capacidad colectiva de decidir democráticamente los destinos de la sociedad. Y ese destino universal comienza por la humilde autoorganización capaz de conducir una huelga victoriosa.
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