El programa propietario y el adiós a Bolívar, las bases de la derecha para una guerra civil

Pongo a la lectura dos capítulos de mi libro "Las Tres Repúblicas" distribuido por donde se puede en estos últimos meses. La salida de una derecha unificada es inmensamente importante a mi entender ya que por fin se anudan los hilos de una verdadera casta oscurantista y reaccionaria con amplio espacio político en medio de una historia de transformación: "adiós al populismo, adiós a Bolívar" son sus premisas claves. Se preparan a nivel nacional las condiciones programáticas e ideológicas de la "guerra del Siglo XXI" cuya propuesta de parte de la derecha que renace no es otra cosa que la guerra civil, mientras el vacío que deja la ausencia del viejo populismo trata de ser llenado por un Estado corporativo que apuesta a la redistribución de la renta como modo de aplacamiento de la revolución necesaria. El problema es como respondemos a esta situación clarísima desde el único lugar posible que es el movimiento en lucha...estos no son más que aportes.

La homologación ideológica: Primero Propiedad

Hay algunos elementos dentro de toda esta evolución controversial de la derecha que vale la pena profundizar ya que nos explican las raíces de esta condensación de posiciones centradas en el utópico triunfo a futuro de un proyecto estrictamente liberal-burgués de nación y que trascienden sus divisiones internas. El abandono del viejo populismo es de suyo un adiós a la carta socialdemócrata clásica que reconoció por mucho tiempo el lugar central de la confrontación de clases y por tanto la necesidad de construir una política que gira alrededor de los actores clasistas esenciales: empresarios, obreros, campesinos, trabajadores en general, sus intereses, equilibrios necesarios, etc. El desmoronamiento de la CTV aceleró este tránsito de adiós a toda óptica de reconocimiento del conflicto social fundamental dejando totalmente aplanado el discurso programático opositor sobre el reconocimiento de un solo actor propiamente “clasista”: el empresariado, complementado por un sujeto social más bien de fábula sintetizado en la idea de “sociedad civil” y un asunto social a defender y convertir el eje articulador del nuevo programa político de nuestros “ hijos puta”: el problema de la propiedad. La vieja y absurda utopía liberal del “todos propietarios” (empresarios privados con medios de producción en sus manos) se convierte en el sustrato básico del nuevo humanismo liberal-oligárquico que utilizará esta fantasía como discurso de confrontación básico frente al autoritarismo estatal monopólico y corporativo.

A partir de este eje se van alineando un conjunto de denuncias que se centran en dos puntos básicos y reiterativos: la libertad de expresión y el problema de la seguridad ciudadana, hasta llegar al foso más bajo y rastrero de la denuncia mediática condensado en la acusación hacia el presidente Chávez de dictador, prototerrorista y narcotraficante. Es de alguna manera “el paquete” acusatorio fundamental sobre el cual se alinean todos los imperios mediáticos que en estos momentos intentan socavar tanto la parte sustancial transformadora que lleva consigo la “revolución bolivariana” como el liderazgo de Chávez, terriblemente molestoso por la agresividad de su discurso antimperialista y anticapitalista. Se trata de al menos de un discurso oficialista, repetido por infinidad canales sobretodo de lo queda de la vieja izquierda mundial que se transforma en una verdadera herejía dentro del mundo posterior a la guerra fría. Lo cierto es que este “aplanamiento” tanto del discurso como de la plataforma programática básica de la derecha al menos le ha permitido hacerse de “una realidad” como decíamos; producir un campo simbólico y un efecto psicológico básico que le da las garantías suficientes para guardar la cohesión de un campo social militante, propiamente de derecha, con un gran eco dentro de una sociedad criada en el populismo pero que en estos momentos vive embriagada en una rabia igualmente psicótica donde asuntos que sin duda son “verdades” que se “sufren” (ineficiencia, corrupción, inflación, desempleo, inseguridad, caudillismo, etc) se convierten en un vehículo de ratificación de los valores y conductas más conservadoras y reaccionarias que aún incuba buena parte de la sociedad. La derecha se transforma de esa manera en una “máquina conductual” oscurantista que va unida a una conspiración diaria que ha hecho del saboteo a toda voluntad que suponga transformar contextos concretos neurálgicos a la vida social: la tierra, la producción industrial, la educación, la salud, la alimentación, la gestión del asunto público, su causa, su modo y su razón de ser.

Lo cierto es que, primero, se les ha hecho imposible un ataque con bases certeras respecto a la supuesta ausencia de “libertad y ejercicios democráticos” en el país que a su pesar aún sobreviven en este país en su versión más formal y burguesa y que sin duda se han incrementado fragmentariamente al menos hacia una versión libertaria, participativa y de fondo en la medida en que la “república autogobernante” no se ha dejado vencer del todo y por el contrario sigue exigiendo y hasta poniendo contra la pared muchos de los recodos descaradamente antidemocráticos tanto de la agenda corporativa de gobierno como de la agenda liberal de la oligarquía. Más bien este tipo de acusaciones frente a al despotismo de estado tienden cada vez más a desplazarse “hacia abajo” –ausentes por completo en la línea de programación mediática privada– en la medida en que renacen reflejos represivos de estado; caso emblemático de la represión hacia la resistencia indígena del Perijá. O se incrementa un régimen de impunidad e injusticia terrible y administrado por el propio poder judicial, uno de los rincones más corruptos y asquerosos del estado que sigue estando en manos básicamente de todo ese gran estamento de abogados, jueces y fiscales nacidos en la cuarta república. Segundo, esto ha forzado un quiebre histórico en el programa ligado a las clases dominantes tradicionales donde la vieja plataforma programática relacionada con el desarrollismo democrático social y económico es sustituida por una deificación de la propiedad por la propiedad y con ello una defensa a ultranza de los grandes empresarios como mando “por derecho natural” sobre los medios de producción y la división social del trabajo. Incluso las tendencias más “demócratas” dentro de esta derecha han hecho de este principio una prioridad tan absoluta que han dejando de lado por completo la reivindicación humanitaria básica por los pueblos como el palestino. Quizás el repetido discurso en favor de los derechos humanos y la democracia es la parte más vergonzante de este mundo liberal-oligárquico en todas sus versiones y tendencias.

Adiós a Bolívar

Este primer abandono de la vieja plataforma programática populista a su vez ha venido acompañado por un segundo elemento que le da una singularidad particular a la nueva derecha en formación en el caso venezolano: la muerte de Bolívar. Novedoso constructo ideológico que termina siendo fundamental a la tarea de completar el aplanamiento a través de una nueva visión de nación que abandone por completo la “utopía ilustrada” de los libertadores y la unidad de la “América hispana”. Tal abandono de los supuestos utópicos y programáticos contenidos en los mitos fundacionales de la nación está por supuesto relacionado con los múltiples enfrentamientos en contra del bolivarianismo chavista quien se ha encargado por su lado de sobresaturar el mito ahogando la historia alrededor de una línea de continuidad totalmente ideológica entre la “revolución de independencia” y la “revolución bolivariana”, ahora “socialista”. Sin embargo, el nacimiento de esta “traición hacia el mito” es anterior y mucho más de fondo que el enfrentamiento político-ideológico de estos últimos diez años. La verdad es que este último antibolivarianismo vendría siendo sólo un plato complementario de la rutina que mantiene en vida el maniqueísmo chavismo-oposición y al mismo tiempo una expresión directa de la verdadera oleada antibolivariana que comienza treinta años atrás.

Autores orgullosa e inteligentemente de derecha, desaparecidos ambos, como lo fueron Juan Nuño y Luis Castro Leiva, entre otros, comenzaron en los años ochenta (son los mismos momentos en que comienza a introducirse el programa neoliberal en el país y justo antes precisamente de lo que hemos llamado el “quiebre en dos” de la realidad) una tarea intelectual militante en contra de la actitud profética e irrealizable según ellos de Bolívar que explica además su fracaso final. El problema tratado por estos autores no se relaciona en sí mismo con la pertinencia política de la acción de independencia como de la idea grancolombiana de nación desde lo interno de ella. Se cuestiona la pertinencia y racionalidad programática de la idea para el mundo de entonces, destrozando obviamente, aunque sea de manera indirecta, su pertinencia actual. No hay problema en seguir aplaudiendo al hombre-libertador, manteniendo las admiraciones tradicionales y casi compasivas hacia el héroe y la causa patriótica que lo inspiró. De esta manera se guardan los anexos oportunos con los rituales ideológicos necesarios a sus intereses. El propósito en este caso es demostrar el triste absurdo de una causa utópica esencial de orden “bolivariano” que en principio, al menos desde los tiempos de Guzmán Blanco hasta hoy, constituye una “causa nacional” obligada que a su vez forja la razón y el origen de la identidad nacional sostenida por la burguesía y los estamentos culturales dominantes. Por medio de estos y muchos otros escritores se le da comienzo a una gran “autocrítica” de la derecha que en este caso busca deslastrarse ella misma y por tanto a todas las representaciones ideológicas nacionales del utopismo bolivariano. Bolívar y sus deseos emancipadores y unitarios no sería más que una típica fantasía “ ilustrada” concentrada en el hombre, en el individuo-Bolívar, que no tenía de donde sostenerse más allá de la pasión política que requirió la causa y batalla de la independencia y la consecuente “gloria” que rodea al héroe que se cree por los grados de pasión y gloria acumulados con el derecho de realizar “su idea”. En otras palabras, se advierte a los futuros dirigentes nacionales que aquello no fue más que una locura política personal inspirada por la misma “locura ilustrada” que rodeó aquel momento histórico a todo el “mundo civililizado” y cuyo final no podía ser otro que el camino de la dictadura y hasta la eventual monarquía como último intento desesperado por sostener el sueño de la gran nación colombiana. El programa bolivariano original en definitiva, según estos intelectuales, nada tiene que ver con las necesidades y deseos de colectivo alguno, ni siquiera con alguna “luz” personalizada pero absolutamente pertinente al momento histórico, era sencillamente una ilusión loca que muere destrozada en la desilusión final e inevitable. Bolívar repite si se quiere la misma agenda napoleónica inspirada en un heroísmo mesiánico y guerrerista que a la final se desmorona por completo por la irracionalidad oculta tras la obra mesiánica y delirante. Por tanto el nuevo norte programático debe romper por completo con tales herencias que a la final terminan siendo nefastas a una “causa nacional” que por supuesto se sigue reivindicando.

Se estudia en varios libros, en particular en un trabajo de Castro Leiva llamado “La Gran Colombia: una ilusión ilustrada” (1984) el duro padecimiento de los tiempos finales de Bolívar y se descubre la inmensa disparidad entre la acción, la idea y lo que Luis Castro Leiva nombra como “la naturaleza de las cosas”. Semejante abismo convierte en un hecho absolutamente inútil y perjudicial el seguir abrazando aunque sea de manera retórica la utopía bolivariana. En síntesis, ha de “cambiar la utopía” que no tenía otro destino sino el del propio autoritarismo que quiso imponer Bolívar en sus finales por algo mucho mas cercano y actualizado a la propuesta paecista de la república civil y federada: adiós a Bolívar y una vuelta a Paéz que a la final sería el único que visualizó con sensatez la “naturaleza” del mundo por venir y que ya tenía en el modelo norteamericano de entonces su forma anticipada. La nueva utopía ha de concentrarse no en la idea loca de la gran nación imposible de unificar sino en la república propietaria: Páez es en verdad el gran héroe de la independencia invisibilizado y criminalizado por los mismos romanticismos que cabalgaron la historia desde los tiempos de independencia.

Todo este ataque despiadado hacia el programa bolivariano o el “historicismo bolivariano” como lo caracteriza Castro Leiva, tiene a mi parecer dos propósitos perfectamente claros congruentes además con todo el momento histórico que se vive a partir del desmorona- miento del bloque socialista y el advenimiento de la gran ofensiva imperial en función de un orden único global; ciclo histórico que aún no termina. La tarea intelectual de la derecha, utilizando las debilida- des evidentes de este “mantuano hereje e ilustrado” –por supuesto– que fue Bolívar y que a la final se les escapó totalmente de las manos, es la de atacar por un lado cualquier cosa que deje en vida el ansioso sueño de la “liberación nacional”. Manteniendo el culto a Bolívar, que como ritual distracción no tendría mayor problema, pero sobre- todo defendiendo la pertinencia y sentido de su programa original e “ilustrado”, no habría para la derecha forma ni manera de deslastrarse y cuestionar radicalmente el ansioso deseo de la liberación nacional, sembrado entre los pueblos en el mismo momento en que comienzan a estallar en Europa las grandes revoluciones burguesas y en América las guerras independentistas. Desde esta perspectiva la “nación sobera-na” como tarea histórica sería un hecho acabado a nivel mundial que no tiene ningún sentido volver a reanimar ni siquiera para el “deber ser” nacionalista que obliga a todo gobierno burgués. La necesidad de un “orden mundial” sugiere este final para todos, siendo al mismo tiempo una forma de admitir la existencia de un orden constituido a nivel global donde las correlaciones de fuerza ya están cristalizadas de manera definitiva. Es así como adquiere todo sentido atacar sin piedad cualquier cosa que lesione o pueda crear heridas mayores a este orden final de la historia: estamos bajo el contexto de una “guerra civil” permanente e interna al espacio global imperial de la cual habla Negri, situación que al mismo tiempo niega cualquier propósito ligado a independizar el espacio nacional soberano del orden global constituido. El “orden global” es “nuestro orden”, ese es el principio mayor y la causa de máxima vigilia de los “ hijos puta” de hoy.

Obviamente, si por mala suerte o por las estupideces románticas cometidas, “no somos” parte de uno de los “grandes” espacios nacionales o multinacionales dominantes, el pragmatismo político como nueva filosofía de la acción gobernante contraria a todo “utopismo ilustrado”, a su criterio nos obliga asumir una estrategia de asociaciones múltiples, aunque sea en condiciones de sometimiento negociado, con los centros imperiales más convenientes dentro del mapa geopolítico. Sabemos que Bolívar hizo esto con los ingleses pidiendo su apoyo y admitiendo condiciones claro está, cosa que siempre le aplaudieron, pero se “volvió loco” y a la final, según estos, un dictador centralista e irracional desde el momento en que se aferró a su utopía gran nacional; un inmenso reino de unidad, soberanía y libertad hermoso en su imagen pero imposible para la América Hispana. De esta forma queda “limpio” el camino para el aplanamiento programático extraño a todo nacionalismo utópico y abierta al mismo tiempo la posibilidad de apoyar sin culpa ni contradicción de ningún orden toda la barbarie guerrera y terrorista que impone donde quiere la maquinaria imperial. Esta es una agenda condicionada por el despido previo de los mitos y sueños bolivarianos. La “nación” de hoy no es más que un espacio delimitado y autonormado dentro del territorio mundial total al servicio de un único y gran mercado global donde lo que compite no es la independencia frente al coloniaje o la intervención, el interés nacional ante la avalancha imperialista, las burguesías nacionales frente a la burguesía imperialista, sino una nación frente a otra por la atracción de fuentes de capital y financiamiento que son en realidad el único alimento cierto del alma nacional: es al menos la ilusión mayor de una derecha que ha hecho del sometimiento y el culto al capital el nudo que ordena todo su programa. Es la misma derecha que ve en los tratados de libre comercio el testimonio de un espíritu gobernante libre y abierto cuyo mejor antecedente heroico nada tiene que ver con Bolívar sino con el “catire Paéz”.

El segundo propósito, siguiendo el hilo lógico del primero, está dirigido a enfrentar de manera “ontológica” la idea misma de revolución. Cualquier revolución popular no sólo sigue siendo muy peligrosa sino que además no tiene sentido alguno ya que todas las revoluciones han terminado acabando con los ideales de igualdad y libertad que fundan la sociedad moderna tanto en sus versiones conservadoras como transformadoras; todas las revoluciones se han negado a sí mismas convirtiéndose en una insensatez de la voluntad humana; niegan su condición de ser. Sorpresivo pero no faltan los autores que incluyen en este desastre a la misma revolución fran- cesa; orgullo histórico hasta hace poco de todas las burguesías y cofradías liberales del mundo. También los acompañan políticos como el caso del mismísimo presidente de Francia Daniel Sarcosy quien decretó desde el comienzo de su mandato el adiós a la gran revolución y el Mayo 68, exactamente en la misma línea de nuestros voceros intelectuales de la derecha con su “adiós a Bolívar”. El “ser revolucionario” se transforma para nuestros tiempos en un absurdo tanto ético como político. Es por ello que al igual que a la “causa nacional” a la “causa revolucionaria” también le llegó su hora una vez demostrada su inviabilidad genérica y en el fondo el carácter regresivo y fatalmente autoritario que a la final tiene, siendo curiosamente los mismos argumentos con los cuales pretenden acabar con la “utopía bolivariana”. Luego, es la misma “contrarevolución” como propósito político quien termina convirtiéndose en la más fecunda razón de la acción política, dejando de ser según este punto de vista un cometido reaccionario y oscurantista. Hoy por hoy nada más “progresista” para estos señores que la “causa contrarevolucionaria”. Incluso nada más “revolucionario”, ya que aún suena bien la palabra y por tomar un ejemplo típico, que las contrarevoluciones que le abrieron paso en su momento a las “revoluciones naranjas” pro yankees y liberales de la región del Cáucaso. Es esta “obligación programática contrarevolucionaria” de la nueva derecha la que la obliga a su vez a destrozar a Bolívar. Bolívar no sólo es un héroe libertador es también un héroe revolucionario al menos en lo que se refiere al deseo de fundar un nuevo orden republicano que acabe definitivamente con las trabas políticas y humillaciones sociales del colonialismo. Su herejía se centra allí, aspecto que después de los traumas posteriores a la independencia y el fracaso de la Gran Colombia, en un principio no tuvo mayores opositores como tampoco era negable la causa revolucionaria en sí misma. Hasta el populismo de AD y Copei no pudo dejar de justificarse en una etérea causa revolucionaria final. Para ello les sirvió Bolívar por un largo tiempo. En estos momentos es todo lo contrario, de manera explícita cualquier causa revolucionaria que suponga un cuestionamiento real y directo al orden capitalista actual, al orden mundial tal y como es o a los órdenes sociales tal cual son, no es más que una perfecta locura autoritaria; tragedia cuyo mejor ejemplo en lo que se refiere a la historia venezolana está en el propio Bolívar cuya continuidad está perfectamente retratada según ellos en la personalidad y proyecto político de Hugo Chávez. El adiós a Bolívar es el adiós a toda justificación revolucionaria, sea cual sea su intensidad, sea cual sea el contexto y situación concreta que viva pueblo alguno. Por ello ni siquiera el alzamiento más razonable y moralmente justificable dentro del mundo de hoy, nos referimos al pueblo palestino, puede ser apoyado en lo más mínimo. Mucho menos algo que suponga una transformación importante dentro de la nación venezolana; país, al menos hasta la llegada de Chávez, repleto de petróleo, libertad y democracia; un manjar de riquezas intocable en su orden.

El “adiós a Bolívar” por otro lado ha producido el comienzo de un cisma cultural que por los momentos no podemos prever del todo en sus consecuencias. Lo cierto es que la “derecha” y los valores en formación de esta “república liberal-oligárquica” le ha “regalado a Bolívar” a la izquierda, quien se lo venía peleando, después de haberlo ignorado por décadas, al menos desde los años setenta con el surgimiento de una vasta corriente socio-política que en algún momento nombramos: “bolivarianismo revolucionario”. Recordamos el excelente trabajo que dejó el profesor Nuñez Tenorio: “Bolívar y la guerra revolucionaria” precisamente por aquellos años, iniciando todo un cambio de visión respecto a la guerra de independencia y al propio Bolívar. El problema es que este traspaso de uso de la derecha a la izquierda, dentro del contexto histórico que vivimos, se debate a su vez por un lado ante una interpretación “corporativa” e “historicista” que por contradicción analógica frente a los argumentos divulgados por la derecha toma a Bolívar como padre fundador tanto del renovado nacionalismo antimperialista como de un socialismo estatizante que ve en él a uno de sus inspiradores heroicos. Y por otro ante aquellas otras interpretaciones que buscan mas bien “liberar al héroe” de los cultos utilitarios de rigor y reingresarlo a la historia desde su misma inconsistencia.

La burocracia corporativa contrariando sus enemigos liberales va al “asalto de Bolívar” buscando encontrar en su leyenda y sus basamentos utópicos una doctrina “nacional” y “revolucionaria” que de sentido histórico a su dominio político. De allí la “sobresa- turación del mito” y la vuelta –muy burguesa sin duda– a los cultos ideológicos del héroe que a su vez sirven para sobresaturar de sentido y leyenda la larga lista de héroes que presiden nuestra historia – antes y después de Bolívar– hasta llegar al culto del “comandante vivo”. Frente a esta alternativa “otra izquierda” no busca en Bolívar justificación alguna para su acción política, ni siquiera al “héroe mayor” y fundador de una supuesta esencia nacional. Busca en él uno de los rastros más importantes –pero solo uno más– para una reinterpretación radical de la historia. Una historia sin comienzo, sin idílicos finales o destinos, donde sus hilos se cruzan confundiéndose con personajes que a la final no fueron otra cosa que el testimonio personal de una batalla abierta y cuyo sentido sólo está en el presente y su proyección liberadora hacia el futuro.

Bolívar es un personaje en disputa, demasiado importante aún para cualquier forma de reconocimiento nacional, lo que obliga a algunos a declararle su despedida, otros a rescatarlo atiborrándolo de virtudes y dotes fundacionales, para los terceros –para el “nosotros”– es simplemente una inspiración que facilita la creación de identidades y razones para una lucha continuada. Lo cierto, siguiendo el hilo de este trabajo, es que estamos ya no sólo en una disputa entre dos grandes bloques de interpretación que remiten a su vez a versiones “izquierditas” y “derechistas” acerca del “héroe”. Ahora estamos ante tres versiones sometidas cada una a las simbo- logías y realidades que brotan desde lo interno de estas tres grandes realidades políticas apostando cada una a su propia “república”. Es una disputa que oculta la inmensa confrontación de posiciones políticas e intereses sociales que rigen el momento histórico. Por su parte, ajustando las piezas de su propio transito histórico, la “utopía neoliberal” prepara su insípida sopa ideológica presidida por el “adiós a Bolívar”; busca dejarnos vacíos por completo de todo sentido de pueblo mientras la “razón de mercado” y el “programa propietario” van construyendo un camino tanto o más delirante que la opción tomada por el nacionalismo corporativo. Es este punto de la “vacuidad de la república liberal-oligárquica” lo que a mi parecer es el que mejor la caracteriza, siendo la guerra civil su único horizonte.


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Roland Denis

Luchador popular revolucionario de larga trayectoria en la izquierda venezolana. Graduado en Filosofía en la UCV. Fue viceministro de Planificación y Desarrollo entre 2002 y 2003. En lo 80s militó en el movimiento La Desobediencia y luego en el Proyecto Nuestramerica / Movimiento 13 de Abril. Es autor de los libros Los Fabricantes de la Rebelión (2001) y Las Tres Repúblicas (2012).

 jansamcar@gmail.com

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