Tiempo ya remoto fue ese en que el Cristianismo (nacido de una mezcla de la teología oriental universalizada –especialmente judía- y de la filosofía griega vulgarizada –especialmente estoica-, como lo dijo Engels), jugó un papel subversivo, revolucionario y combativo contra el despotismo del Imperio Romano que hizo que el Emperador Diocleciano dictara leyes de crueldad prohibiendo todas las actividades y los símbolos de los cristianos. Cuando el Cristianismo fue declarado, por Constantino, como religión oficial del Estado, se abrieron las compuertas de las Iglesias para dar rienda suelta a toda clase de contradicciones y de ambiciones de grupos y personales por intereses, específicamente, económico. Quienes digan que no fue así y se regocijan de ser cristianos o católicos es porque de verdad ni creen en Dios ni tampoco en Jesucristo aunque juren ser devotos de la virgen María. Sépase, por ejemplo y sin negar el papel revolucionario de muchos sacerdotes, de muchos movimientos cristianos o católicos, el Cristianismo no jugó ningún papel de importancia en la lucha por la extinción de la esclavitud, no combatió el comercio de la esclavitud como tampoco se manifestó opuesto a la trata de negros. Es la purita verdad.
Sin desconocer los valores del Cristianismo, de muchísimos cristianos y cristianas, de muchísimos católicos y católicas, de muchos sacerdotes y monjas, de unos cuantos obispos y cardenales y de pocos papas, de muchísimos feligreses y feligresas, debemos reconocer, igualmente, que la alta jerarquía de la Iglesia, salvo pocas excepciones, ha dado la espalda a la lucha de los pobres para liberarse del yugo de los ricos. Hoy, el Vaticano y nadie se ofenda por ello, es una gigantesca empresa o máquina de hacer riqueza económica para que el Papa, casi todos los cardenales, los obispos o monseñores, vivan en la opulencia, en el disfrute de privilegios y la aplastante mayoría de sacerdotes y monjas vivan más del estoicismo que de las comodidades que brindan un status socioeconómico holgado. Y nada se diga de la aplastante mayoría de los mil trescientos millones de cristianos y católicos que existen en el mundo y continúan mirando al Cielo para que un día Dios, con Jesucristo como jefe de su Estado Mayor, baje a la Tierra a liberar a los pobres dejándoles como herencia un status socioeconómico de redención social, es decir, comunista sin tener que reconocer a Marx como el padre creador de esa revolucionaria, dialéctica y científica doctrina proletaria, que cuando prende en la conciencia se hace práctica social.
Toda la población del planeta, unos más que otros, sabe que la elección de un Papa es lo más antidemocrático que se conozca de la política. Es una ínfima minoría, exclusividad de los cardenales, elegirlo sin tomar en cuenta para nada la opinión de los monseñores o arzobispos como tampoco de los sacerdotes y, mucho menos, de la feligresía. Pero bueno, eso es cosa de la Iglesia cristiana y católica y no de comunistas. De eso no nos ocupemos, por ahora, porque de lo que se trata es de las contradicciones y ambiciones que mueven los cimientos del Vaticano y pueden o no poner en peligro hasta la vida o el mandato de un Papa.
Los últimos dos papas, según algunos analistas de materia política, tuvieron alguna relación con políticas nazistas. Sin embargo, el Papa Juan Pablo II, no sólo pidió perdón por los crímenes que cometió la Inquisición sino, además, confesó que Dios no hizo al hombre y acuñó el término “salvaje” a la globalización capitalista sin que en la práctica diera pruebas de estimular la lucha de los pobres contra los ricos. Fue, sin duda, un paso de avance para el estudio de la historia del Cristianismo y a favor de las ciencias. Mientras que su sucesor, el Papa Benedicto XVI, no ha hecho más que dar rienda suelta a su anticomunismo.
Actualmente, el Vaticano sufre un nuevo escándalo. El mayordomo y hombre de plena confianza del Papa filtró documentos tenidos por secretos y se han hecho públicos. En el Vaticano, según ese secretismo, razona y actúa como si fuera una CIA y no una Iglesia a disposición del conocimiento y de las luchas de los pobres por alcanzar su redención, tal como la pregonó el señor Jesucristo y, especialmente, el apóstol Pedro cuando desenvainó la espada y le cortó una oreja a un guardián del Imperio Romano. ¿Por qué y qué justifica el secretismo cuando la palabra de Dios, a través de los voceros de la Iglesia, debe ser siempre pública y no secreta?
Por lo que para la Iglesia, en representación del Papa Benedicto XVI, es un delito, el mayordomo está preso en el Vaticano posiblemente sin derecho a la defensa, sin que lo acompañe un abogado y menos si éste es comunista, con prohibición de hablar con sus familiares sobre el “delito” por el cual se le mantiene en cautiverio. El mayordomo debe dar gracias al capitalismo que venció al feudalismo que no exista actualmente legitimada por la Iglesia una Inquisición. Seguramente, todo concluirá pidiéndole perdón a Dios y rezando varios Padrenuestro y Avemaría por su “delito” cometido.
Pero el escándalo no se limita a lo que hizo el mayordomo. No, va mucho más allá de las fronteras del Vaticano. Algunos han denominado las contradicciones y ambiciones que tienen como epicentro el Vaticano como “La guerra de lo cuervos”, tan fría como el hielo de los polos pero tan caliente como el calor de los desiertos a mediodía. La cabeza y los ojos del Secretario de Estado del Vaticano (Tarsicio Bertones) están siendo solicitados, para que rueden como metras hacia el hoyo, por los “cuervos”, donde destaca, nada más y nada menos, que el Nuncio de La Iglesia en Estados Unidos.
El Papa Benedicto XVI, sabiendo lo que le puede venir encima y hacer peligrar su papado o mandato y tratando de frenar el poder y la influencia de los cuervos en el seno de la Iglesia, tomó rápidamente cartas en el asunto y dijo: “Renuevo mi confianza y mis ánimos a mis más estrechos colaboradores y a todos aquellos que con su fidelidad, espíritu de sacrificio y en silencio, me ayudan a llevar adelante mi ministerio”. Además, el Papa, expresó que la Iglesia superará la nueva tormenta. Seguro, el Nuncio del Vaticano en Estados Unidos no irá preso ni tampoco expulsado de la Iglesia. Si hubiese sido un cura común y corriente, ya estaría pegado del paredón.
No sé cuáles serán los intereses de los llamado “cuervos” ni la postura política o religiosa del Nuncio en Estados Unidos y qué papel juega el mayordomo a favor del bando que quiere la cabeza de Tarsicio Bertones, pero tenemos el deber de solicitar un trato humanitario y un juicio justo, en base a las leyes de Italia y no del Vaticano, para el mayordomo. Y de acuerdo a las primeras es difícil juzgarlo por el delito de filtración de documentos de la Iglesia. ¿Será que volverán los tiempos de la Inquisición mucho más política que ideológica?
Quieran Dios, Jesucristo y la virgen María un día, más temprano que tarde y bajo la influencia del camarada Marx, vuelva el Cristianismo a jugar un papel revolucionario y combativo contra el capitalismo y se abandere (como lo hicieron Camilo Torres Restrepo, Domingo Laín y Manuel Pérez Martínez) del espíritu de lucha por el socialismo.