Yo siempre he tenido un plato de comida en la cabeza, que además lo he materializado con esfuerzo propio para que todos de mi entorno y, de más allá, de ser posible, coman bien sabroso.
Si tú faenas bien y recalas a la playa con el peñero a reventar de cachorreta no tiene sentido que sólo conviertas esa maravillosa carga en papel sí mejor puedes compartir algo con los vecinos necesitados.
Nuestro pueblo tuvo siempre una manera sencilla de objetivar la realidad pero, con el transcurrir del tiempo, esa prodigiosa condición popular tuvo un declive lamentable por razones que todos conocen y/o que pueden ver en el espejo de la autocrítica.
Me refiero a que anteriormente era costumbre que el pueblo se fuera a lo común y el hecho común, por antonomasia, encierra valores que sólo en conjunto son operables.
La solidaridad de compartir la comida, por ejemplo, es un acto tan bonito y que, además, genera otras solidaridades afectivas que arraigan valores de primera línea pero que sólo coexisten y habrán de coexistir en una sociedad socialista.
En una sociedad dominada por el capitalismo la solidaridad no es un valor sino algo inútil, prevalece el darvinismo social, de ahí que ahora en España se le prohíba a los necesitados, inclusive, escarbar en los pipotes de basura para buscar lo que comer y eso tiene que pegarnos muy duro a quienes estamos empeñados en salvar la especie humana.
Hay que ayudar solidariamente al pueblo español a salir de esa hambruna a la que ha sido sometido por el capitalismo; pero es bueno puntualizar algo vital y es que el capitalismo chupasangre se instaló allá en España con una careta de socialista, bajo acuerdo con un mequetrefe llamado Zapatero, para luego darle paso a un tal Rajoy, uno y otro uña y sucio y viceversa.
La desfachatez de los capitalistas es tal que se ponen máscaras para desacreditar la palabra socialismo y engatusar a los pueblos.
¡Nos toca arrancarles la máscara y darles una patada en el culo, pa´que respeten al pueblo!
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