Sentir la situación revolucionaria es la esencia del líder revolucionario. En esa acertada apreciación reside la posibilidad de triunfo.
Ahora bien, la situación revolucionaria sólo puede ser percibida y aprovechada por los que están preparados. La preparación para entender la posibilidad revolucionaria, y aprovecharla, parte en primer lugar del corazón: se necesita coraje teórico y práctico para apreciar una situación madura para el cambio y proceder a dirigir el parto de los tiempos. El riesgo es grande, la tentación de permanecer en el muelle mohoso, pero seguro de lo conocido, es inmensa. Sólo los grandes tienen la capacidad de percibir las situaciones revolucionarias y de ellas obtener frutos.
La situación revolucionaria es el momento en que las grandes masas aceptan las medidas revolucionarias, en ese instante la acción encuentra acogida. Las acciones revolucionarias tienen como objetivo fundamental crear estas situaciones y aprovecharlas para originar nuevas relaciones y situaciones, es así que avanzan las Revoluciones.
Entonces, en el decir de los clásicos, la acción revolucionaria debe tener la capacidad de resumir el pensamiento revolucionario, de motorizar otras acciones, de crear otras situaciones revolucionarias. Es decir, debe ser una "acción motora síntesis."
El asalto al Moncada, el 4 de febrero, fueron "acciones motoras síntesis" que dieron origen a otras acciones y colocaron a sus sociedades en profundos procesos de cambio.
La marcha de las revoluciones es la secuencia de estas acciones, debe ser un flujo constante, la parálisis significa la muerte del proceso.
Se desprende que la preparación de las acciones revolucionarias es principalmente en el alma de las masas, no es un asunto de prebendas materiales, se trata más bien de ir a las entrañas, de buscar los mejores sentimientos y hacerlos formidable fuerza política. De esta manera la Revolución será invencible.
Por eso es que las acciones revolucionarias se mueven en una delgada franja que separa al fracaso del éxito, siempre son altamente riesgosas pero imprescindibles, no se concibe una Revolución sin acciones que conlleven alto riesgo político.
El fracaso en una acción revolucionaria es siempre transitorio, táctico, la estrategia siempre la favorecerá, siempre será parte del río de la historia. Pensemos en Cristo, ¿fracasó? Pensemos en el Moncada, ¿fue una derrota? Pensemos en la relación del 4 de febrero con las guerrillas del 60, y de éste con las elecciones del 98 y la marcha victoriosa de esta Revolución.
Entonces, la peor derrota en una acción revolucionaria, la peor derrota de una Revolución es no actuar, paralizarse. En manos del coraje, del tino, del olfato político de la dirección, está el destino del proceso.
¡Con Chávez!
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