Este artículo va dirigido no solo en respuesta al artículo Venezuela: Lo económico como campo de batalla - ¿Quién pregunta qué hacer? del economista Simón Andrés Zúñiga, sino también al equipo económico del gobierno, al Presidente Nicolás Maduro, y también a los lectores en general, quienes, al no tener una formación económica, van a necesitar una explicación más pedagógica en algunos temas.
El documento "¿Qué hacer?" al cual hacemos referencia, está disponible en Aporrea (www.aporrea.org/ideologia/a164538.html). Saludamos el debate sobre la política económica, al que realmente nunca se dio espacio en este proceso, porque opiniones adversas eran simplemente descalificadas, usando epítetos como “neoliberal”, o hablando de la orientación política de las personas involucradas, o de quiénes son sus amigos o familiares. Aprovechemos para corregir este otro error que ha perjudicado tanto al proceso, y empecemos a hablar de los temas sin tapujos ni miedos, con transparencia, y no de quien los asoma. Así que muchas gracias por la oportunidad, señor Zúñiga.
Quisiéramos empezar a hablar sobre el monetarismo. Hoy por hoy hay consenso en el grueso del pensamiento económico en el sentido de que la teoría cuantitativa del dinero funciona cuando la falla de mercado de limitaciones del crédito en el mercado de capitales es relativamente pequeña considerando otros factores, como el entorno macroeconómico. Por supuesto que prácticamente siempre hay esta falla, pero hay situaciones de hecho en que la teoría funciona por condiciones especiales, como describiremos.
Imaginemos, pues, una situación en la que unos niños tienen, por un lado, cien metras entre ellos, y cien Cartas, como las de barajas, distribuido todo de manera equitativa. Supongamos que esta es una “economía cerrada, de dotaciones fijas, sin producción, y de un solo período”, de manera que nadie puede traer nuevas metras de afuera, ni producirlas. Como los niños tienen preferencias distintas sobre las metras y las Cartas, y hacen intercambios entre ellos, es de esperarse que, en general, cada metra va a tener un precio de 1 (uno) cuando se dan las transacciones: cada metra cuesta una Carta.
Supongamos ahora que hay un niño llamado Gobierno, que no juega con metras, pero que tiene en su bolsillo cien Cartas nuevas. Si Gobierno reparte las Cartas entre los otros niños es de esperarse, por supuesto, que el precio subirá a dos: cada metra cuesta dos Cartas. Ha habido inflación, entonces. La teoría cuantitativa rige, y no se necesita ser monetarista para creer que será así: los niños Marx y Keynes creerán que esto es así. Y la evidencia se lo mostrará, y constatarán la veracidad de la teoría cuantitativa para estos casos.
Ahora bien, Gobierno puede ser un niño Rawlsiano-comunista, a quien le interesa sobre todo el bienestar del niño que está peor, el que tiene más necesidad. Si la distribución inicial de las metras era desigual, entonces Gobierno puede darle las cien nuevas Cartas a los cincuenta que tenían menos metras. Aunque al final es de esperarse que el precio sea 2, la acción va a producir un efecto real: los niños con menos metras saldrán ganando, pues son los primeros compradores de metras cuando se inicia el intercambio.
Aunque esto es una caricatura, la realidad venezolana de los últimos años se asemeja bastante a ella. Primero, la capacidad productiva de la industria y agricultura, que son los sectores dinámicos en términos de crecimiento del producto de mediano y largo plazo, y que son parte de los recipientes de los créditos con dinero del BCV, han sufrido una merma relativa, y hasta absoluta, en el contexto de los demás sectores. En este particular, hay que mencionar que el índice de industrialización, que llegó a su más alto punto de toda nuestra historia en 1986, con un 20%, se sitúa en 2012 en 13,9%. Alguien podría decir que desde que nuestro gobierno tomó posesión, la cosa ha mejorado. Pero no es cierto: en 1997 el índice estaba en 17,7%, lo que muestra una desmejora, lamentable, que evidencia una desindustrialización en el país en estos 14 años de nuestro gobierno. Abajo abundaremos un poco más sobre el resto de los sectores productivos. En todo caso, volviendo al tema, la economía, obviando esta observación, puede verse como “de un solo período” porque los períodos observados conservan sus características productivas esenciales, pues las condiciones macroeconómicas que les han impedido desarrollarse, descritas en el documento, no han variado. Segundo, es cierto que podemos adquirir más metras de afuera, aunque últimamente esto ha estado obstaculizado por lo que ha pasado por el régimen cambiario.
El poner la máquina de hacer dinero del BCV para ser transferido a ciertos sectores, como el agrícola, o las empresas de Guayana, o la caja de PDVSA, o gastos sociales, que son redistributivos, en este contexto, produce inflación, pero no uno a uno, sino mermada un poco por las importaciones. La razón es que el crecimiento del dinero es mucho mayor, muy de lejos, al crecimiento de los sectores productivos implicados. No hay que ser monetarista para darse cuenta de esto. Un marxista, o un keynesiano, lo pueden ver muy claro.
Ahora introduzcamos en nuestra economía sencilla la falla de limitaciones de crédito por información asimétrica. Para esto, nuestra economía ahora es productiva, tiene dos períodos, es cerrada, y los bienes son pescado, en vez de metras. La población está compuesta ahora de jóvenes y adultos, pero no es fácil determinar quién es quién, pues las caras de las personas son muy similares, como si tuvieran una máscara. Los adultos pueden pescar en el primer período, pero no en el segundo, en el cual solo los jóvenes, ya adultos, pueden hacerlo. Hay un individuo que se llama Banco, que tiene la habilidad de dilucidar, más allá de la máscara, quién es adulto y quién es joven. Si hay cien pescados en el primer período, pescados por los adultos, lo que ocurre es que se da un “mercado intertemporal”, de la siguiente manera: como todos conocen la habilidad de Banco, y confían en él, los adultos desean ahorrar parte de su riqueza para poder consumir en el período siguiente, cuando van a ser adultos mayores sin capacidad de ir al mar. Los jóvenes solicitarán crédito a Banco para poder comer en el primer período, en el que no están capacitados para pescar, por su inexperiencia, pero tienen que comer, pues si no, no llegan a adultos, cuando podrán pescar, y pagar sus créditos. Puede pensarse que Banco emite unas Notas a favor de los jóvenes, que son como las Cartas de baraja, para que compren los pescados a los adultos. Estos, con esas Notas, compran sus pescados en el segundo período, producidos ahora por los antiguos jóvenes. Todo sin problemas, pues cada quien sale ganando, y se pagan los “intereses” a que haya lugar. Aquí la potencial falla de mercado, de información asimétrica (no se sabe quién es quién), es resuelta por Banco, quien tiene ganancias por su habilidad.
El problema se da cuando hay un porcentaje de la población con unas máscaras diferentes, con las que Banco no está familiarizado. Ahí indudablemente va a haber la falla de mercado mencionada, pues los jóvenes de ese porcentaje de población no van a encontrar quien les dé crédito, para poder estar vivos y trabajar en el segundo período. Hay una clara ineficiencia social, pues una producción que debería estar disponible para la sociedad, no lo está por la falla de información asimétrica. Aquí Gobierno, aunque no sepa quién es quién, puede intervenir imprimiendo Cartas y repartiéndolas por igual, en particular entre los miembros de la nueva población, que son de obligatoria aceptación. Aunque se va a generar algo de “inflación”, los nuevos jóvenes van a poder sobrevivir, aunque no en las condiciones óptimas, y la economía va a contar con más producto, y bienestar. La intervención de Gobierno es buena, la producción total aumenta como consecuencia de una impresión de dinero nuevo.
Hemos identificado hasta ahora a Gobierno con otro personaje, Banco Central. En este último ejemplo de economía, sí que es bueno que sean una misma cosa: que no haya independencia entre uno y otro, pues Banco Central, si fuera independiente, podría negarse a emitir Cartas cuando la población lo necesita, argumentando que su objetivo es evitar la inflación. El Objetivo de Gobierno es el bienestar de la población, en particular mediante más producción.
Antes de aplicar nuestros modelos simplificados al caso venezolano, analicemos otra posibilidad de la economía descrita: Banco, que es un consumidor de pescado, aunque no un productor, podría, si Gobierno no se lo prohíbe, y el mercado no se lo impide (por ejemplo porque haya un juego repetido de generaciones entrelazadas, y si incurre en falta, la economía lo castiga, lo saca del negocio), emitir las Notas a favor de sí mismo, en vez de en favor de los jóvenes. Esto podría convenirle mucho más que la parte de los intereses mencionados que le corresponde. Pero la economía sufriría mucho, pues los jóvenes quedarían sin poder producir en el segundo período, y sin consumir en el primero; los adultos se quedarían con unas Notas que no sirven para nada en el segundo período, pues no tienen poder de compra, porque no hay producción (hay una hiperinflación infinita). El único que ganaría sería Banco. Es lo que ha pasado, realmente, con muchos bemoles, con la crisis mundial actual, en que los Bancos han dado créditos donde no debían, se han dado crédito a sí mismos, y la población ha tenido que pagar los platos rotos: los “adultos”, y toda la población. Por si fuera poco, Banco Central, en esos países, ha producido Cartas para “salvar” a esos bancos, con la consiguiente inflación, en la que pagan todos los ciudadanos, mientras los ejecutivos y dueños de los bancos no han pagado prácticamente nada por sus responsabilidades, con el consiguiente enojo popular, y las consecuencias políticas que estamos solo empezando a ver. Por ejemplo en Chipre, en EEUU, en España, en Islandia, etc. Es desastroso que esto ocurra. Como lo estamos viendo.
Volviendo a la economía venezolana para aplicar lo que venimos diciendo, en primer lugar, en nuestro caso, por las condiciones macroeconómicas señaladas, especialmente las cambiarias y la falta de reglas claras y apropiadas en el mercado de bienes y de trabajo, el producto agrícola e industrial no ha prosperado. Los créditos del gobierno, con dinero del BCV, no han implicado un impulso productivo. Por lo tanto, lo único que se ha generado, con suerte, es una inflación redistributiva. Pero para hacer redistribuciones, hay mecanismos mucho más efectivos, que focalizan su efecto, que la inflación. Es por esto que en nuestro caso, el gobierno ha demostrado que no está maduro, no es confiable, para que el BCV sea dependiente de él: en nuestro caso, Banco (porque es propiedad de Gobierno, son una misma cosa) se ha prestado a sí mismo, no tanto para enriquecerse, como en el caso de la crisis financiera internacional, sino con buenas intenciones. Pero el efecto ha sido el mismo: han pagado todos los ciudadanos, mientras que los dueños del BCV, y sus altos gerentes, no quieren pagar su parte, asumir sus responsabilidades.
Pero llegó la hora. Por lo menos de cambiar la política económica ¿No les parece? Ahora podemos preguntarle al señor Zúñiga: ¿Puede llamarse a esta petición de cambio de política “monetarismo”, neoliberalismo? ¿O simplemente sensatez? Sobre si el documento es monetarista o no, simplemente lea con cuidado, por favor, la nota de pie de página. Es una ley, repito, no solo una doctrina del pensamiento económico, que aumentos de dinero sin respaldo productivo producen inflación. Sobre esto hay innumerables estudios econométricos que nadie con seriedad en la profesión puede negar, y un lector que no sepa de economía sabe porqué ocurre, leyendo el ejemplo que presenté arriba. Casos notables en que esto es así, es el de las hiperinflaciones conocidas, pero no las únicas, ni mucho menos ¿Va a negar usted esto, y acusarnos, descalificándonos, de “monetaristas”, señor Zúñiga? Esperamos su respuesta.
No nos extenderemos acerca del consenso que existe hoy por hoy en el grueso de nuestra profesión sobre el asunto del impacto real de un incremento de dinero en la economía por parte del gobierno. Se puede decir que la acertada política fiscal anticíclica, de estímulo en las recesiones, y freno en las aceleraciones, proviene del keynesianismo. Y ha sido el neoclasicismo (no el neoliberalismo, que son cosas distintas, pues Marx es uno de los economistas clásicos) el que ha descrito las causas microeconómicas de ese fenómeno, que tienen que ver con lo que estamos diciendo aquí, de las fallas del mercado, corregidas con la intervención del Estado. Las dos corrientes se han ayudado entre sí, se han complementado, y han llegado en esto a un consenso en este sentido, y lo usamos en el documento para ayudar a justificar la necesidad del Fondo de Estabilización Macroeconómica. Quien no cree esto está realmente en el campo del extremismo cada vez más aislado, por irreal, ya sea por estar desenmascaradamente a favor de los ricos (Paul Krugman, por ejemplo, ha criticado las políticas neoliberales de Europa, y a la derecha de EEUU, con este tipo de argumento), o por simplismo keynesiano de creer a rajatabla, que independientemente de las condiciones macro y microeconómicas, una inyección gubernamental de dinero genera un incremento del producto, y del bienestar. Nos gustaría saber dónde se sitúa usted en este espectro del pensamiento económico, señor Zúñiga.
Pero es de hacer notar que, si bien el extremismo neoliberal tiene que ver con un enfoque político de derecha, el extremismo del keynesianismo simplista no tiene nada que ver con una posición de izquierda (¡mucho menos “radical”!). Es natural que quien cree este simplismo acuse de monetarista, de que apoya las políticas del Fondo Monetario Internacional, a todo aquél no piense como él. Pero esa posición, hoy por hoy, no la defiende ni siquiera un estudiante de economía que haya estudiado a Keynes, pues en la segunda mitad de su curso de macroeconomía, su profesor, keynesiano él mismo, le va a explicar que el modelo simple no es realista, y empieza a enseñarle cosas más sofisticadas, y de consenso hoy en la macroeconomía. El marxismo, por su parte, enterado de las cosas económicas actuales, sabe muy bien dónde se coloca en el mencionado espectro de la sensatez doctrinal sobre cosas que no son ni de izquierda ni de derecha, sino de simples equilibrios macroeconómicos básicos. Pero la posición que ha adoptado en equipo económico no se queda en el simplismo keynesiano. Por si esto fuera poco, hay más aberraciones: en materia de ciclos económicos, ha adoptado nada menos que la posición del extremismo neoliberal: una política fiscal procíclica (cuando tiene muchos ingresos, los gasta, cuando tiene pocos, reduce el gasto). Así que su comportamiento ha sido bipolar, de extremo a extremo. Hemos visto que el keynesianismo simple, uno de los polos, no es de izquierda, y que el neoliberalismo es de derecha. Mientras a nosotros se nos acusa de neoliberales (y por lo tanto de derecha), dejamos que los lectores, y el propio Presidente Nicolás, saquen sus propias conclusiones sobre la orientación política de nuestra política macroeconómica, mientras la social y la política era claramente de izquierda.
Pero volvamos a nuestro ejemplo del 20% de población con diferente máscara para ilustrar otra cosa. Si ellos se asocian entre sí, y elijen a una persona de entre ellos, a Comuna, que los conoce a todos, Gobierno, en vez de dar a todos por igual sus Cartas, podría haberse asesorado con Comuna para que identifique quiénes son realmente jóvenes en esa población. Ella los conoce, como decimos, pues está cerca de ellos. En todo caso, si el joven no paga, Comuna tiene que pagar a Gobierno por la falla. Es lo que se llama corresponsabilidad. Es lo que ha funcionado con el modelo del banco del pueblo de Junus.
Gobierno, en nuestro caso, ha dado Cartas a cualquier ciudadano de esa población con solo mostrar la Cédula, y el resultado es que nadie, en general, ha pagado el crédito. No solo porque se ha otorgado a quien no tenía el potencial productivo necesario, sino porque aún si lo tuviera, no tenía condiciones macroeconómicas para ser productivo. Lo que ha ocurrido simplemente ha sido una inflación redistributiva, que podría parecer buena, si no se tuviera en cuenta varias cosas: Primero, que una política redistributiva puede lograrse por otras vías mejores, y no por la vía inflacionaria. Segundo, que en esto de la inflación con demasiada frecuencia pagan justos por pecadores. Quienes reciben créditos son muy a menudo gente relacionada al gobierno, al partido, y aunque lo merezcan, hay otros que son excluidos, sin una justificación de política económica: gente que debió recibir el regalo, no lo recibió. Sin embargo paga las consecuencias de la inflación, y como consecuencia se empobrece en neto. Es lo que ha ocurrido con mucha de la clase media trabajadora. Tercero, que la inflación tiene efectos perversos como la de enturbiar los precios relativos en el proceso, y no permitir claridad para la inversión productiva de mediano y largo plazos, pues no se trata de aumentos de precios de unos rubros porque sean más demandados por los consumidores, lo que da una señal para motivar la inversión en este rubro, con el consiguiente aumento selectivo de oferta para cubrir las cosas que la población evalúa como más necesarias.
Pasemos ahora a contestar el asunto de la hiperinflación. “Hiper” significa “desmesurado”. ¿Con qué cara, muy lavada, va alguien a decirle al pueblo pobre, y de clase media, que una inflación de 50% no es desmesurada? Incluso una de 20% es desmesurada, si tenemos en cuenta al resto de Latinoamérica, y teniendo en cuenta de que esto ha sido perfectamente evitable. ¿Cómo va alguien a insistir en que en la cuarta república ocurrieron varios episodios de inflación por encima de 100%, y de hablar de hiperinflaciones astronómicas como la de Bolivia, o Alemania de posguerra, todas pasadas ya, para justificar sus políticas fallidas, sin asumir lo que nos toca en este momento, en que es absolutamente claro que no hemos resuelto el problema ni de la inflación, ni del crecimiento? ¿Cómo le vamos a explicar al pueblo venezolano, sea chavista o no, que mientras en Latinoamérica la inflación acumulada, desde que tomamos el poder político, se ubicó en alrededor de 100%, la nuestra se ubica en promedio en un 1030%, y que los precios de nuestros alimentos crecieron en un 1760%? ¿Cómo vamos a decirles que ese es el precio que tuvimos que pagar para crecer, para desarrollarnos, cuando el crecimiento acumulado, en promedio, fue en todo ese período de solo 10%, mientras que todos los demás países latinoamericanos, incluyendo Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Uruguay, Ecuador, creían entre un 35% y 45%, en promedio, con países como Panamá llegando a más del 70%? Solo Haití se colocó por debajo de nosotros, con un -7%, y Paraguay igual que nosotros, en 10%. ¿Cómo vamos a justificar que ese crecimiento, pírrico, ha implicado un empeoramiento del modelo rentista, de economía de puerto, que exporta materias primas y no ha desarrollado su industria petrolera, y en que los sectores que han crecido son los que no son dinámicos para el crecimiento? ¿Es esto un triunfo tal que justifica la tremenda debacle productiva que significó que en el período nos desindustrializáramos apreciablemente, como nadie puede negar, según los estudios disponibles a tal efecto, y todos coincidentes, mostrados arriba por el índice de industrialización? ¿Qué justifica que hemos aumentado la dependencia fiscal y productiva del petróleo, y que las exportaciones no tradicionales han disminuido notablemente su porcentaje de exportación total, y que vivimos ahora en un porcentaje desmesurado de las importaciones y no de nuestra producción, aumentando así nuestra dependencia, cuando lo que se perseguía era la segunda independencia, la económica, luego de la gesta de Bolívar?
Con respecto al superávit en cuenta corriente del año pasado que usted menciona, señor Zúñiga, es cierto, y se refiere al promedio del año, y es bueno notar que en el transcurso del mismo la situación fue empeorando rápidamente, de manera que en el cuarto trimestre ya había déficit. En todo caso, miremos con cuidado el asunto: mientras había superávit en cuenta corriente, había un marcado déficit en las cuentas fiscales. Esto es perfectamente posible, por supuesto, y lo que muestra es lo que decimos en el documento: la posición del sector privado en riqueza en dólares ha aumentado, pues esos dólares no son del gobierno, lo cual explica que la política económica terminó incentivando aún más la fuga de capitales, de que hablamos en el documento “¿Qué hacer?”. En particular, como se puede constatar, la posición de activos externos del gobierno se ha deteriorado en los últimos años, y la del sector privado ha ido aumentando.
A pesar de lo que usted dice, por cierto, las Reservas Internacionales en poder del Banco Central, que son las que permiten directamente hacer frente a la devaluación, disminuyeron el año pasado. En ese año no se emitió deuda internacional (PDVSA sí, en un monto de 3 mil millones de dólares), lo que indica que hubo un incremento notable de la deuda interna, en particular con el BCV. Esta acumulación de deuda interna, muy monetizada, con el consiguiente aumento de liquidez, en conjunto con la escasez de oferta interna e incremento de demanda de importaciones y fuga adicional de capitales ante la situación que se avecina, es lo que hace aún más inevitable la devaluación.
Esperamos haber ayudado a comprender lo que pasa en el sector externo, y explicar la devaluación, a pesar de que tenemos, como país, pero no como gobierno, más dólares. De hecho, esta es una situación perversa en otro sentido, pues refleja que el capital del sector privado se mantiene en una alta proporción en forma líquida en divisas, y no como inversión productiva interna. Mientras el 40% de la fuerza de trabajo está en el sector informal, trabajando sin capital, y el resto del sector privado productivo está descapitalizado, mermando la formación bruta de capital fijo, estamos financiando la la inversión real de otros países con nuestros ahorros de nacionales privados. ¿Es entonces alentadora la cifra que muestra el señor Zúñiga?
El crecimiento que usted menciona de 5,6% en el año 2012 se debió a una brutal expansión del gasto público, con políticas fiscales y monetarias expansivas insostenibles. Es como que alguien, que logra engañar a un banco privado sobre su capacidad productiva futura para pagar un crédito cuantioso, haya comprado con él una vivienda muy grande y bonita. Pero incluso en el caso en que tuviera realmente capacidad de pago futura, el hecho de comprar la vivienda no aumenta su riqueza, o su capacidad de pago futura. Simplemente ha aumentado sus activos físicos, a cambio de un aumento de pasivos financieros, de deuda. Es lo que ha pasado con el plan vivienda en nuestro país, financiado con deuda, que es muy bueno desde el punto de vista social, pero en sí no representa un incremento de la productividad. Y en nuestro caso es peor, pues el financiamiento ha sido monetario en gran parte, lo cual tiene un efecto inflacionario, como hemos explicado, que en la realidad tiene efectos retrasados, repartidos y concatenados en el tiempo. La idea es tener una base económica robusta que permita hacer los gastos sociales, y no crear falsas ilusiones y amargas frustraciones a los necesitados y a la población en general, como lo exponemos con más detalle en “¿Qué hacer?”.
En relación al tema del empleo formal, que el señor Zúñiga coloca como alto, de un 60%, hay que aclarar lo siguiente. Primero, una informalidad de 40% es una cifra tremendamente alta. Además, en términos absolutos, la población informal es creciente, y según se puede constatar en estudios al respecto, de economistas del BCV, no tienen incentivos para pasarse al sector formal, porque ganan más (la tercera parte de los ocupados son trabajadores no profesionales, que ganarían salario mínimo en el sector formal), y porque tienen seguridad social gratuita. Un moto-taxista, o buhonero, está mejor económicamente que una secretaria con empleo formal. De hecho, se puede constatar que entre el PIB per cápita y el PIB por ocupado hay una brecha creciente, lo que indica que la ocupación crece más rápidamente que la población, y por tanto el mismo nivel de PIB se reparte entre más trabajadores. Es decir, el salario real se va deteriorando. Hay una razón de fondo que ayuda a explicar lo que ha pasado, y es que la ocupación ha crecido en los sectores menos productivos y, además, se han trasladado trabajadores desde los sectores de productividades más altas hacia los de menor productividad. El problema, pues, es delicado, y se muestra negativo, realmente, si se hace un análisis más detallado que el que implica mostrar simplemente la cifra de empleo formal.
Si somos revolucionarios o no, lo dirá la práctica. “Por sus frutos los conoceréis”, tanto a nosotros, como al equipo económico, y a cualquier persona. Asumimos completamente la responsabilidad de mostrar una realidad económica muy precaria, y divorciada por completo del discurso del equipo económico. No podemos seguirnos cegando ante una realidad apabullante, arrolladora y mortal. Estamos en un precipicio, pero nuestra ceguera no nos permite verlo, y hace falta alguien que nos sacuda, y lo muestre, para no cometer suicidio involuntario, y arrastrar al pueblo inocente en esto, chavista y no chavista.
En este sentido, hay que repetir aquí lo que hemos dicho en el pasado, y no se nos ha escuchado, como parte de esta alerta urgente. En 1990, Nicaragua experimentó una debacle económica notable, en particular de muy alta inflación y escasez, debido básicamente a su política económica equivocada. El resultado fue la pérdida de las elecciones de ese año. Altos dirigentes políticos venezolanos argumentan aquí que la derrota se debió a la “Contra”, y la conspiración interna y externa. Pero una cosa es la conspiración, y otra, muy distinta, los errores propios, que hay que reconocer y enmendar. A los sandinistas les tomó 17 años recapturar el poder, y ahora han prosperado con su proyecto de izquierda, pero con un manejo económico sensato, que muestra que aprendieron bien la lección, y han corregido los errores propios. ¿Tendremos nosotros que perder el poder político y las conquistas políticas y sociales, y seguir pasando penurias económicas sin fin, sin aprovechar la experiencia histórica, y los conocimientos de cientos de economistas en el país, que abogan por una política económica estándar, solo para satisfacer a una doctrina extremista bipolar, que da saltos cuánticos entre el keynesianismo simple y el neoliberalismo procíclico, que no tiene nada que ver con un enfoque de izquierda?
Creemos que la masa no está pa' bollos, amigas y amigos. Eso lo saben muy bien los revolucionarios, el pueblo llano, que sin haber estudiado economía, ha entendido prácticamente todos los argumentos que hemos presentado aquí, a pesar de incluir la teoría monetaria más avanzada en estos momentos, en sus aspectos principales. Sobre todo porque la realidad lo golpea día a día en su ardua lucha por la supervivencia. ¿No es así? Así que por favor, que el pueblo no sea subestimado, que no se pretenda seguirle metiendo mentiras, pues quiere que le hablen claro, ya que puede entender. El pueblo aceptaría lo que haya que hacer para enfrentar esta crisis, incluso si le piden sacrificios, si es necesario, que sean compartidos, pero cuando haya un objetivo claro, sensato, transparente e ilustrado (no solo en lo político y lo social, sino también en lo económico, que es la base del proyecto), y unos medios para conseguirlo. No acepta ya mentiras de ningún tipo, ni del equipo económico, ni de los medios, la oposición, ni de nadie. No estamos pa' eso, amigas y amigas, ¿no les parece?.
La frase de Simón Bolívar viene a ayudarnos en este sentido: “Moral y Luces son nuestras primeras necesidades”: Moral por la necesidad de la rectitud, no solo para actuar, sino para decir la verdad. Luces, pues hace falta que cada funcionario sepa por lo menos lo más básico relacionado con su función, para poder desempeñarla apropiadamente, como el pueblo merece. Es natural que empiece a temblar la mentira, de lado y lado, interna y externa, pues el pueblo, que es sabio, haya estudiado formalmente o no, está hoy clamando que llegó la hora de la verdad. Ese temblor puede ser calmado solo con ella, con la verdad, pues en este proceso de debate y acción que se inicia ahora con fuerza, ella irá abriéndose camino entre nosotros, a veces a despecho de nosotros mismos, pero al final con el apoyo de la avidez natural de todos, pues íntimamente ningún humano se conforma con menos. Eso está muy claro, teniendo en cuenta la avalancha imparable de la nueva economía solidaria del conocimiento libre planteada en el documento.
Finalmente, hay que dejar claramente sentado que no estamos culpando al equipo económico por el desastre que enfrentamos hoy, y que reflejamos en el documento “¿Qué hacer?” y en esta respuesta. Una cosa son las responsabilidades, y otra las culpas. A pesar de que la política económica ha producido una inmensa penuria económica en todo nuestro pueblo, chavista y no chavista; a pesar de las muchas oportunidades perdidas y graves perjuicios políticos contra el proceso revolucionario de esas políticas, no dudamos de que ustedes, los miembros del equipo económico, han actuado con la mejor intención. Aunque reconocemos que tenemos una muy grande tentación de hacerlo, como lo han visto en nuestra expresiones, enojarnos con ustedes sería realmente otro error, esta vez de nuestra parte, similar al que tendríamos los venezolanos si culpamos a un defensa de la Vinotinto por marcar, involuntariamente por supuesto, un autogol definitorio en un partido de fútbol crucial para clasificar para el mundial. Con esto simplemente estamos comprendiendo su posición, o tratando de hacerlo, por difícil e inverosímil que parezca a simple vista, pues es una cuestión de inteligencia imprescindible para afrontar lo que tenemos ante nosotros, para poder conversar sin odios, para entendernos, retomar las riendas económicas del país, minimizar los conflictos innecesarios, y evitar seguir evadiéndonos con la religión del resentimiento y de la soberbia, la incomprensión y la violencia inconducente.
Cordialmente,
Equipo redactor deCaracas, 22 de Abril de 2013
El equipo redactor de “¿Qué hacer?” puede ser contactado a través de uno de sus miembros, Felipe Pérez Martí: felipeperezmarti@gmail.com