La característica esencial del revolucionario, su definición, es la capacidad de tomar decisiones históricas. Toda su vida es un tallar de esa cualidad, sin ella es imposible romper con la pesada lápida de siglos de dominación.
Los grandes líderes históricos están determinados por grandes decisiones históricas, por la audacia de atreverse a lo que parecía imposible, a fracturar la tradición y en esas grietas percibir el pequeño rayo de luz preludio del futuro.
Bolívar se levantó contra la divina monarquía designada por el mismo Dios, consagrada por la iglesia infalible. En aquella época sólo pensar esa posibilidad era un salto heroico a lo desconocido, lo natural, la tradición dictaba permanecer en los privilegios, en el puerto rutinario. La Junta Patriótica es un testimonio del atreverse que caracteriza al revolucionario.
Lenin se alzó contra un poderosísimo Zar, en un país improbable según el dogmatismo, sin condiciones según los pusilánimes, contra sus camaradas estupefactos. El Leninismo es ante todo la doctrina del atreverse.
Fidel, el gran Fidel, aún asombra el coraje teórico de "La Historia Me Absolverá", sus hazañas militares están inscritas en el libro de los grandes.
Donde menos se espera salta un revolucionario, aquí entre nosotros emergió en Sabaneta. No sabemos las circunstancias que lo tallaron para las grandes decisiones, quizá su roce con un sacerdote auténtico, o su correr en las sabanas libertarias, tal vez fue en el béisbol, el pitcher es el hombre de las decisiones en el juego, seguramente la carrera militar influyó decisivamente en esta capacidad, su familia no estuvo ajena a esta formación, Adán lo acercó en su adolescencia al torrente revolucionario.
No sabemos las circunstancias que tallaron a Chávez para las grandes decisiones, quizá nunca se llegue a un acuerdo en este tema. Lo que sí sabemos es que era un revolucionario, su capacidad de tomar decisiones, de correr riesgos, así lo indica.
El 4 de febrero fue cátedra de arrojo revolucionario. Aquella gesta no hubiese sido posible si se guía por los consejos del desaliento infinito, los que tienen siempre mil excusas para no tomar las grandes decisiones, los que dicen que no hay condiciones, que primero elevar las fuerzas productivas, primero pedir permiso a los vecinos, a los gringos, primero esperar siglos, primero primero, pero nunca lanzarse al futuro.
El declararse antiimperialista, anticapitalista, socialista, en aquel mundo dónde el cálculo que frena era unánime, fue un rompimiento definitivo, su entrada en el futuro, allí se hizo inmenso, se ganó el título de Revolucionario, que equivale al de Libertador, al de Apóstol.
Dicen, nosotros nos negamos a creerlo, que hombres como estos sólo vienen cada cien años. Más bien profesamos que su arrojo teórico y práctico puede ser sustituido por la fusión de varios de sus hijos. Es así, sus enseñanzas permiten construir un liderazgo que entienda que sólo la dirección colectiva, la organización de la vanguardia, la conciencia revolucionaria de la masa, serán el material que llene la ausencia de los grandes, que permite tomar las decisiones que asombran. Ese es el reto.