El rector del CNE, doctor Vicente Díaz, publicó un interesante artículo en el diario El Nacional donde, con una admirable brevedad, describe las consecuencias, en sicología y en política, de la soledad. Pero esa descripción, y es lo que no comparto, se la achaca a los marxistas argumentando elementos que, a mi juicio, ni son ciertos ni nunca han sido ciertos, por lo menos, en los marxistas verdaderos. Vivimos en un mundo donde, por su división y lucha de clases antagónicas, nos han enseñado que a cada quien le duele lo suyo y no más. La visión de mundo del capitalismo es, aunque otros lo nieguen, individualista y la del socialismo, aunque otros no lo crean, es colectiva.
Nos dice el doctor Vicente Díaz que es “… propio de los gobiernos marxistas negar al otro. Está en su ADN. El otro sólo existe como enemigo a destruir, representa los intereses de los enemigos del pueblo. Dialogar con él es conciliar con el enemigo. Los gobiernos marxistas se rodean de espejos para poder hablar consigo mismos sin parar, un yo con Yo de Estado”.
De lo que menos se podría acusar a los marxistas es de nihilismo. No, precisamente, los marxistas –por lo menos esos que se guían por la doctrina de Marx- saben reconocer con precisión exacta a los otros o, mejor dicho, a las clases sociales, a los partidos políticos, a los gremios, a la Iglesia, a los grandes monopolios económicos como a los pequeños productores e, incluso, a las personalidades o líderes. Y de allí saben identificar correctamente el Estado, los intereses socioeconómicos esenciales de un modo de producción, las contradicciones antagónicas de las no antagónicas, el enemigo principal, los enemigos secundarios, los aliados fundamentales y hasta los amigos de ruta como las políticas que se trazan en la lucha de clases. Por eso no es cierto que los marxistas se propongan destruir –de la forma en que lo piensa y lo escribe el doctor Vicente Díaz- a todos los que se oponen al comunismo, aunque tienen suficiente claridad que para construir el socialismo hay que destruir el capitalismo pero asumiendo lo más avanzado del legado capitalista que es, esencialmente, su tecnología, su ciencia y el proletariado. Nadie podría construir, por ejemplo, un edificio en un terreno sin antes destruir lo que le vaya a ser obstáculo en la nueva arquitectura que allí se va a levantar. Ahora, que alguien diga ser marxista y haga análisis equivocados y llegue a conclusiones erradas y ansíe hacerlas realidad no es culpa del marxismo sino de él, de su propia responsabilidad. Otro ejemplo: si un Buró Político de un Partido Comunista toma una decisión incorrecta y fracasa en la práctica social es su responsabilidad pero jamás y nunca se puede culpar al marxismo de ese error. El marxismo, contrario a las ideologías burguesas, dota al ser humano de instrumentos científicos y dialécticos no sólo para hacer análisis correctos sino, igualmente, para llegar a conclusiones correctas. Bueno, así lo creo y así lo expreso. Sin embargo, eso no me autoriza para convertirme en un descalificador sin ton ni son de los demás por el hecho que sus ideas no coincidan con las mías. Fundamentalmente, por ello respeto las ideas de otros aunque no las comparta.
No es cierto tampoco que los marxistas tengan por principio político que dialogar con un enemigo sea conciliar con él y abandonar los objetivos supremos o sus estrategias. Jamás en el marxismo ni en la experiencia histórica de marxistas en el poder político se ha colocado una inscripción en sus textos o en el palacio de Gobierno donde se diga: “No dialogamos con ningún enemigo”. Baste, simplemente, con que cualquiera se lea parte del proceso de lo que fue el diálogo o conversaciones de “paz” en Brest-Litovsk en la Alemania a final de 1917 y comienzo de 1918. Y si allí no se convence que investigue sobre el diálogo que puso fin al intervencionismo bélico estadounidense en Vietnam. Lenin era tan claro como el agua cristalina que baja del cielo: cuando un imperialismo le ofreció ayuda a la Revolución Bolchevique en sus comienzos, le dijo a Trotsky. “Recibamos la ayuda de un bandido para combatir a otros bandidos”. Allí no hubo conciliación de principios sino conveniencia de intereses de supervivencia tanto de la Revolución como de ese imperialismo en particular en enfrentar las pretensiones de los otros imperialistas tanto contra la Revolución como contra una nación imperialista en particular. La Revolución y ese imperialismo se dieron las manos pero no juntaron sus corazones en un matrimonio para hacer un hogar familiar duradero.
Un diálogo no es en abstracto. Se realiza sobre determinadas condiciones o circunstancias concretas, especialmente, de tiempo en que las fuerzas encontradas poseen específicas características que les asemejan en poder o le distancian en demasía una de la otra. La Revolución Bolchevique, por ejemplo, se vio obligada a dialogar con el imperialismo alemán y a conceder –incluso- territorios para lograr que Alemania no invadiera a Rusia pero por suerte aquella fue derrotada e inmediatamente la Revolución recuperó sus territorios. El diálogo, en cambio, entre el imperialismo estadounidense y los revolucionarios vietnamitas se caracterizó porque los invasores estaban completamente derrotados y los vietnamitas tenían la victoria casi completa en sus manos. Por eso, los camaradas vietnamitas impusieron sus condiciones como, contrario a eso, los alemanes impusieron varias de sus condiciones a la Revolución Bolchevique. Esta ni siquiera había empezado a gatear. Estaba recién nacida y no reunía condiciones para enfrentarse al imperialismo alemán con probabilidades de victoria militar antes, repito, de gatear.
Ahora, concediéndole sólo en parte la razón al doctor Vicente Díaz, también es cierto que los marxistas saben muy bien lo que debe negarse. Si no lo supieran, no valdría absolutamente nada la doctrina marxista. Existe, seguro estoy que el doctor Vicente Díaz conoce de ello, en la dialéctica y a lo cual ningún hecho escapa en la Historia de la naturaleza del género humano y del pensamiento, una ley que tiene por título: negación de la negación. Esta es la que permite comprender lo que se hace viejo, lo que ha caducado, lo que debe morir y lo que se hace nuevo, lo progresivo, lo que debe desplazar a lo antiguo. Entiéndase que lo nuevo nace, indispensable e inevitablemente, de lo viejo y nace lo nuevo para sustituir a lo viejo. Eso tiene un nombre propio: negación. Por eso los marxistas están obligados, por conciencia científica y dialéctica, a negar el capitalismo (como lo viejo) para reconocer el socialismo (como lo nuevo) pero eso nunca significa, mientras exista, que a un marxista se le ocurra la idea alocada o descabellada de decir: “El capitalismo no existe” y no se percata que está rodeado por naciones imperialistas, de capitalismo desarrollado, de capitalismo subdesarrollado y hasta vive entre sus elementos. Ahora, el marxista sí debe propagar el optimismo y estar plenamente convencido que el socialismo tiene que desplazar o sustituir al capitalismo para garantizar la continuidad del desarrollo histórico porque de lo contrario no valdría la pena luchar por él. Ahora, cosa paradójica, no fueron los marxistas lo que introdujeron el concepto de negación en la dialéctica sino, ¡bendito sea Dios!, fue uno de los esenciales ideólogos de la revolución burguesa, don Hegel. Entonces, el doctor Vicente Díaz, debería culpar a Hegel de que los marxistas recurran a la negación de pocas o muchas cosas y hasta de sí mismos porque así es la dialéctica y no de otra forma. Pero, si la Oposición nada niega, no vale la pena entonces que se abandere de objetivos o de estrategias políticas y filosóficas o ideológicas para luchar contra el Proceso Bolivariano. Baste saber que no lo reconoce como régimen que debe desarrollarse en Venezuela por considerar que niega la democracia política y quiere eliminar la propiedad privada. Para luchar contra algo que se quiere derrocar es imprescindible reconocer su existencia pero, al mismo tiempo, negarlo para poder ofrecer algo que lo sustituya. Esa es la dialéctica al servicio de la política o de la sociología.
Finalmente, la razón completa se la doy al doctor Vicente Díaz, cuando dice que en Venezuela “… no se vive aún un régimen marxista… ”. Pero agrega: “No por falta de ganas de quienes toman las decisiones…” “sino por falta manifiesta de deseo de un pueblo sabio…”. Ningún régimen o modo de producción, y creo lo sabe bien el doctor Vicente Díaz, depende de las voluntades de las personas que toman las decisiones, por lo menos, hasta ahora, como tampoco de un pueblo, aunque jueguen –las voluntades o la ideología- un importante rol en el destino de la Historia. Imaginémonos uno, cuatro o cinco gatos tratando de construir su modo de vida feliz y desarmarse de sus uñas y habilidades en un terreno donde dominan los leones, los tigres y algunos otros animales salvajes. No, eso no es posible, como no es posible construir un régimen marxista (entendido este como socialismo propiamente dicho) en un mundo dominado por cinco o siete grandes potencias imperialistas, algunas naciones de capitalismo desarrollado y muchas subdesarrolladas que obedecen ciegamente a los dictámenes de los primeros. No, eso no es posible. Lo que sí debe tenerse claro es que la historia no se detendrá en el modo de producción capitalista. Avanzará, tarde o temprano aunque no lo quieran los grandes capitalistas, porque así lo exigen el desarrollo de las fuerzas productivas y la necesidad de desaparición de las fronteras nacionales. Claro, los seres humanos son esenciales para que eso se materialice y, especialmente, el proletariado como clase que porta en sus entrañas el porvenir sin clases, sin Estados, sin injusticias y sin desigualdades sociales; es decir: la gigantesca obra de la emancipación de todo vestigio de esclavitud social.