Las sociedades sumidas en su mezquino entorno, en sus nacionalismos rancios, no perciben su ubicación en el mundo. Piensan, como dijo Martí, que el mundo entero es su aldea. Ahora, con el desarrollo de las mal llamadas comunicaciones, la información, siempre sesgada, llega desde cualquier parte del planeta. Así, la humanidad tiene destellos de su condición mundial y se asombra cuando el verdadero carácter del sistema que la domina, el capitalismo, aparece descarnado, mostrando sus intestinos, deshumanizado. Entonces grita, condena, pero sólo las manifestaciones feas, incómodas, de un sistema que sigue incólume corroyendo las entrañas de la vida.
Lo de Siria hoy es un buen ejemplo, pero también lo fue Irak, Afganistán, Libia, las bombas atómicas en Japón, el asesinato de Lumumba, de Torrijos, la Chile de Allende, el asesinato de Chávez… y un largo etcétera. Todos estos casos y muchísimos más los tratamos aislados, protestamos sólo la manifestación del sistema que los origina. El mundo fragmentado, los gobernantes, se han convertido en profesionales de la protesta inútil, en bufones de un mismo rey, el capitalismo.
Los pocos gobernantes, líderes, que se han hecho Gigantes lo son porque se empinaron sobre su tiempo, otearon el futuro, marcaron ese rumbo: tuvieron la osadía, el coraje de luchar contra el sistema imperante en el planeta.
Bolívar se hizo Gigante cuando enfrentó a las monarquías, superó sus límites, no se dejó atrapar por su lógica. Recordemos que los mojigatos de 1810 querían sólo administrar bien a la monarquía de Fernando VII. Recordemos las veces que Bolívar rechazó convertirse en un nuevo Rey. Bolívar, al contrario, le dio un golpe mortal al sistema cuando enfiló contra su base económica, la esclavitud, proponer abolirla fue un salto al futuro. Ya en la presentación de la Constitución de Bolivia nos habla de un hombre mercancía, propiedad de otro hombre:
“He conservado intacta la ley de las leyes, la igualdad: sin ella perecen todas las libertades, todos los derechos. A ella debemos hacer los sacrificios. A sus pies he puesto, cubierta de humillación, a la infame esclavitud.
Legisladores: la infracción de todas las leyes es la esclavitud: la que la consagrara sería la más sacrílega. ¿Qué derecho se alegaría para su conservación? Mírese este delito por todos sus aspectos, y no me persuado que haya un solo boliviano tan depravado que pretenda legitimar la más insigne violación de la dignidad humana. ¡Un hombre poseído por otro! ¡Un hombre propiedad! ¡Una imagen de Dios puesta al yugo como el bruto! Dígasenos ¿dónde están los títulos de los usurpadores del hombre?”
En la misma ocasión, nos mostró su pensamiento político: desmontó el espíritu oligarca, desechó a la monarquía.
“¡Legisladores! La libertad de hoy más será indestructible en América. véase la naturaleza salvaje de este continente, que expele por sí sola el orden monárquico (...) ¿quién alcanzará en América fundar monarquías en un suelo encendido con las brillantes llamas de la libertad y que devora las tablas que se le ponen para elevar esos cadalsos regios”.
He allí a un Gigante, rompió con su tiempo, combatió la base económica del sistema imperante y su expresión política, la monarquía, superó las apariencias. Los líderes comunes, los aldeanos vanidosos, se hubiesen conformado en 1810 con administrar bien los intereses del Rey, seguir sumisos en la monarquía. Hoy se conforman con administrar bien al capitalismo, lo remozan, lo maquillan, pero siempre dentro de sus cadenas… y de cuando en cuando protestan en la ONU.
El mundo, después del asesinato de Chávez, espera por otro Gigante, ese es el compromiso, el dilema, la rara oportunidad de ser Gigantes que tiene este pueblo, sus líderes herederos.
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