Esta es la historia de una alcaldesa que se dio cuenta de que el bienestar de su pequeño municipio dependía del bienestar del mundo, que la suerte de aquella parte mínima de tierra dependía de la suerte de todo el planeta, y que los acontecimientos de un pequeño municipio del Japón, o de Siria, repercutirían en su pequeño municipio, todo estaba relacionado. El Apóstol tenía razón: “de todos por el bien de todos”, era la fórmula para salvar al planeta.
Supo que la vida en el planeta peligraba, grandes hombres lo vaticinaban, hasta el monarca gringo lo aceptaba, la humanidad no aguanta al capitalismo, va directo a la extinción… pero nadie hace nada, sólo declaran a la luna.
No obstante aquella idea la atormentaba: la costumbre era ir a elecciones, prometer y comportarse como si su pequeñodominio fuese lo único importante, más allá de él no habría mundo. Era suficiente atender los problemas del entorno, recoger la basura, la delincuencia, un poco de ornato, pintar un puente, prometer, prometer. Tenía miedo de salirse de esa rutina, de romper esas cadenas que enceguecían a su pueblo yla obligaban a la rara condición de “ver sin ver”, seguir la corriente de la mayoría, callar.
Una mañana nuestra candidata a alcaldesa llevó a su pequeño hijo al colegio, allí sintió el jolgorio infantil de los demás muchachitos, la risa, la alegría, cubrían el ambiente, ¡se vitalizó! Una niña, quizá se llamaba Natalia como la esposa de Trotsky, quizá Manuela como la Libertadora del Libertador, Rosa Luxemburgo, Juana, o María, se le acercó, le dio un beso y le dijo: “tú eres mi mamá”. La alcaldesa abandonó el colegio sollozando, se sintió responsable por todos los niños del planeta que sabía en peligro por la inconsciencia del hombre del capitalismo.
Su dilema se agudizó: ¿Cómo romper con la costumbre? ¿Qué podía hacer por el mundo, por los niños, por su hijo, desde aquel perdido municipio?
De tanto pensar, y desde lo profundo de su corazón, le vino la respuesta: lo importante no era ganar la elección sino hacer el planteamiento justo a su pueblo. Entonces si ganaba aquel municipio estaría preparado para ser ejemplo para el mundo, desde allí partiría la Revolución que cambiaría las relaciones, primero en su estado, en su país, y en la Humanidad. Esa era la respuesta a su dilema: tener la valentía de decir y proponer… no hacerlo, dejarse atrapar por la costumbre, sería cobardía, traicionar al futuro de sus hijos, que ya eran todos los niños del mundo. El municipio sólo tendría sentido si se hacía universal, la lucha tendría sentido si era para transformar la realidad y construir un nuevo mundo. Sólo así verdaderamente se podrían resolver los problemas pequeños, cotidianos.
Hasta aquí, por ahora, la historia… En algún lugar del planeta un municipio espera por sus dirigentes para convertirse en ejemplo para la Humanidad, urgida de una señal para su salvación.
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