Judas es uno de los súper traidores de la historia. Posiblemente esa sea la razón para utilizar poco el sacrílego nombre de ese apóstol que por la ambición, los celos y unas cuantas monedas entregó a Jesús al Imperio Romano. Esta traición se revertió contra los invasores y aquel hombre muerto fragmentó el tiempo histórico en un antes y un después. Aún así, Judas es una nimiedad para estos tiempos. Santander y sus aliados son otra nimiedad para estos tiempos, incluso se evoca para honrarle en las plazas Bolívar de varias ciudades de Colombia. Aquel hombre fue así desde muy joven. Egoísta, ambicioso y escurridizo, mostró sus garras afiladas contra quien en pocos meses sería declarado Libertador. Claro, no lo imaginaba. Sus tempranas ideas se orientaban a hacer sucumbir la confianza que el caraqueño había logrado en la Nueva Granada. Santander, aliado con el Coronel Manuel Del Castillo, un poco antes de comenzar la Campaña Admirable, retrasaba la partida y finalmente ambos cabalgaron sin aliento y sin bríos, hasta que se regresaron de la Grita; mientras, otros neogranadinos siguieron la ruta del triunfo que para algunos también fue la muerte. Después de tantas conjuras contra Bolívar y la Patria Grande de Colombia, a Santander se le perdonó la vida. Siguió navegando entre dos aguas, hasta que el perdonado mató el sueño integracionista de Bolívar, que fue peor que haber logrado su asesinato. El libertador también fragmentó en dos la historia de la Venezuela y América colonizada. Aquello de perdonar traiciones es de pocos, pero de grandes seres. Jesús y Bolívar perdonaron para alcanzar la gloria.
Chávez vivió sentado sobre un nido de alacranes desde el mismo día en que decidió postularse. Tardó mucho en quitarse de encima a los traidores que aparecieron luego tratando de derrocarlo, y más tarde, otros le ulceraron las entrañas. Los perdonó unas veces, otras se hizo el tonto, pero la mayor parte de las veces reflejó en su rostro que estaba agotado de tanto perdonar. Pero, parecía que no había otra posibilidad. Ni los consejos de ultratumba de Mao, El Che, Ho Chi Ming y otros tantos revolucionarios fueron suficientes para transformar la revolución pacífica catatónica y tomar venganza. Nadie imagina a Chávez impulsando los tribunales populares para enderezar todos los entuertos generados por la traición, por los que pasó esta Patria amada durante sus años de gobierno. Imagino que para el Comandante Eterno esas traiciones fueron peores que las confrontaciones con sus enemigos conspicuos, al fin fueron sus enemigos.
Lo menor fueron los brincos de talanquera anunciados; la traición tomo el filo de las hojillas para cercenar el erario público, para apoderarse del discurso del Líder y utilizarlo para la vanagloria y cobrar con las lisonjas del poder, cada traición encarnó lo peor de lo humano, todavía hay sanguijuelas viviendo del espíritu impoluto del Líder. Lo que muchos allegados a la revolución han hecho a la presente, es traición pura. Judas y Santander son unos chiquillos de pecho. Por eso reivindico el papel de los adversarios confesos, es cierto que son crueles, pero van al grano con su odio, en el día radiante y en la noche oscura.
Los adversarios combaten y los traidores arrebatan sueños y utopías. La traición es un cuchillo filoso que está en la pretina de los que dicen ser los mejores amigos o los más amados parientes. Cada traidor, sigiloso en la noche oscura, chupa la sangre como el mejor de los vampiros y en la mañana siguiente se cubre de oro ajeno.
En este momento de la revolución, frente a la traición, que nadie se abrogue la bondad de Cristo y El Libertador, ni la tolerancia de Chávez.
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