El garrotazo que recibí en la cabeza aquel 11 de septiembre de 1973 me obliga a recordar más que a olvidar. En Chile ya estaba consumado el golpe de la derecha, programado desde antes de los resultados electorales que dieron como ganador a Salvador Allende.
En esos días aciagos, la juventud venezolana tomó las calles, y la represión policial estrenó los perdigones de plástico y unos garrotes de goma que además de romper aturdían. El plomo ya no era novedad. La UCV, vanguardia de esa época, llenó las calles de Caracas de protestas; pero, los jóvenes que éramos hervíamos de encono, mas lo que no pudo hacer el pueblo chileno, era imposible hacerlo desde estas latitudes. La América revolucionaria que siempre ha existido estaba lánguida de vergüenza. ¿Cuánta culpa fue de los revolucionarios chilenos, que fragmentados como granadas, no tuvieron la fuerza de la cohesión para defender al primer gobierno socialista de América llegado al poder por la vía electoral? ¿Cuánta culpa fue desestimar el poder del enemigo? ¿Cuánta culpa hubo del gobierno de Allende que descuidó la producción interna de bienes preciados para satisfacer necesidades básicas de la población? ¿Nadie develó la estrategia de la derecha sanguinaria? Hoy se sabe que Pinochet había adelantado a sus enlaces en los Estados Unidos que el final de ese experimento sería cosa de saber esperar.
A 40 años de ese final en Chile, en nuestra patria hay un caldo de cultivo programado para que la crisis emerja desde el mismo pueblo, y con mayor fuerza desde la clase media. La oposición ha calculado y jugado a una explosión social debida al desabastecimiento alimentario. La estrategia es simple: destruir la confianza en el sistema de abastecimiento alimentario que ha costado mucho esfuerzo y una alta inversión. Han colocado al país en una sensación de inseguridad alimentaria muy parecida a los días precedentes a aquel doloroso 27 de febrero. Las políticas de acceso a los alimentos desarrolladas por el gobierno revolucionario y que permitió pasar de 1800 (1999), a 2750 (2012), Calorías de consumo promedio diario ha sido vulnerada por el acaparamiento, la desinformación, la desorganización y la deslealtad con esta patria. La inversión en alimentos foráneos ha alcanzado cifras sin precedentes; y la crítica de la oposición es una avalancha de piedras contra la agricultura de puertos que ellos diseñaron y que ha sido imposible detenerla. La oposición entregó al país con la agricultura desmontada y solo un proyecto de largo plazo la hará resurgir de las cenizas. Es posible, y habrá que confirmar, la oferta nacional de energía y proteínas no supera el 55 % del total de la disponibilidad, lo otro es de origen externo. Un gran negocio para los vecinos Latinoamericanos y una calamidad para nosotros.
Las evidencias sobre la disponibilidad de alimentos de origen nacional es que la seguridad y la soberanía son vulnerables, y nada de extraño pudiera resultar que aquellos proveedores en los cuales confiamos terminen siendo, a la hora de la chiquita, un fiasco.
Según mi forma de percibir el problema de la agricultura alimentaria y de la agricultura no alimentaria (textiles, papel, maderas, algunos insumos estratégicos para la industria petrolera y otras industrias) es simple para la diagnosis y muy complejo para la solución. A 14 años de este proceso las cifras de la producción nacional han debido ser excedentarias en unos cuantos rubros estratégicos. Hemos tenido las condiciones económicas y disponemos de los referenciales tecnológicos para impulsar la revolución en la agricultura.
Se le ha dado con fuerza al latifundio pero se ha descuidado el desarrollo armónico de la producción. Cuando ha llegado el éxito en un año de siembra, no sabemos a qué se debió y cuando los años han sido pésimos, tampoco sabemos el por qué. No hay indicadores para medir con confianza política el desarrollo agrícola de la revolución. Hemos inventado muchas formas de organización social para la producción que han fracasado y entramos en un mutismo contrario al debate amplio que debe darse sobre la cuestión agraria, las políticas, la organización y la producción. El foro agrícola está muerto. La agricultura no saldrá de su postración con inyecciones desaforadas de recursos. Tenemos enormes potenciales para hacer de la agricultura una base real de apoyo a la revolución, entre otras, talento y ganas, entonces ¿Qué nos hace falta? Tenemos que ser justos en la valoración de los equipos de gestión que han pasado por el Ministerio del Poder Popular de Agricultura y Tierras. La tarea es muy difícil, tanto que la agricultura está invisibilizada en la conformación del Producto Interno Bruto y para colmo, pequeñas diferencias y apetencias personales fragmentaron el tema agroalimentario en dos ministerios, el de la producción interna para los civiles y otro, el de la importación, para los militares y sus recurrentes operativos.
En mi modesto parecer, Maduro sabe que la agricultura debe ser una verdadera prioridad de la revolución; hay que reconstruirla para hacerla dentro de nuestro territorio, hay que integrar el sistema agroalimentario hoy disperso, hay que rescatar la sensación de seguridad alimentaria en base a la producción nacional, porque comprarle lo que podemos producir a los vecinos, da ganas de llorar. También desespera que lo que no necesitamos sembrar sino cuidar responsablemente, la pesca marina y fluvial, se ha convertido en una actividad que suple los paladares de los ricos y cada vez menos llega a los platos de los barrios. La soberanía alimentaria debe dejar de ser un discurso debilucho para colocarle indicadores que nos den el piso de de satisfacción a las necesidades alimentarias e impida estos retrocesos, que programados desde las fuerzas oscuras de la oposición retrotraen al sistema agroalimentario a esquinas por donde ya pasamos.
Más allá de la agricultura propiamente dicha, en los servicios públicos que deben darse en los territorios rurales, la oposición también hace el trabajo conspirativo y horada el sentimiento de afecto hacia la Revolución Bolivariana y Chavista. Pero allí hay parte de una ineficiencia que ha sido histórica y una distorsión del discurso sobre el equilibrio territorial. No puede existir una parte de la sociedad dispuesta a vivir en la sombra de los pesares mientras hablamos de buen vivir, de vida digna, de cambios trascendentes en la calidad de vida.
Vivo para creer en la revolución que habrá de entrar en una nueva fase de la revolución, no una fase de amenazas delirantes, sino de un nuevo momento que permita recordar que esta patria hay que terminar de refundarla, memento de cambios estructurales, profundos… y la eficacia y la eficiencia deben ser tema de todas las políticas y de todos los días.
Es más perfectible la revolución que la democracia representativa chucuta que nos depararon aquellos que hoy conspiran hasta con el papel que limpia nuestro sacro culo.
Allá abajo, en el sur, está Chile todavía sangrando por la historia que no puede modificar.
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