A poquísimos días de las elecciones del 8D, nos confrontamos a partir de un discurso político-electoral plagado de estereotipos y estigmatizaciones del adversario. Traspapelados del contexto municipal, transitamos los días que restan prisioneros de escenarios y discursos políticos desacreditadores que hemos ayudado a construir. Cautivos de prácticas discursivas (Bourdieu:Espacio social y poder simbólico) que expresan formas de ejercicio del poder simbólico y operan a través de la violencia simbólica.
En tanto actores-constructores de tales escenarios y discursos político electorales, somos responsables y a la vez víctimas de esas prácticas discursivas que consolidan y anclan el lugar que en esta sociedad creemos deben ocupar nuestros adversarios políticos. Discursos que legitiman conductas y prácticas que aseguran mediáticamente “la purificación del otro”, su derrota y aniquilación.
Conceptos tales como “escuálidos”, “hordas”, “chavistas”, “burguesitos”, “saqueadores”, “usureros”, “corruptos” en tanto formas de nombrar al “otro”, constituyen un ejercicio de violencia simbólica y suponen una construcción identitaria estigmatizadora y de desconocimiento de la diversidad política. Epítetos asociados a aspectos morales negativos, a decadencia y precariedad humana… separan las conductas legítimas de las socialmente ilegítimas, acaban naturalizándose y estableciendo la diferencia.
Curiosamente, desde la misma plataforma que identificamos al otro y lo interpelamos, nos pensamos y nos construimos a nosotros mismos, los buenos, los dueños de la verdad y, en cierto, sentido, las víctimas de ese otro, malo, villano
Etiquetamos sin mayor problema y caemos en la práctica simplista que se sostiene en la moral de buenos versus malos en un atmosfera de chivo expiatorio.
En ese escenario, el Presidente Maduro “convoca para el 9-D a un gran diálogo nacional social, económico y político sobre el futuro de Venezuela a todos los alcaldes y alcaldesas que sean electos legítimamente y en paz en toda Venezuela”. Suerte de espacio de encuentro y de reconocimiento mucho más amplio que el escenario municipal. Se nos demanda revisar y pensar los actuales “modos de estar juntos”, se nos solicita una apertura al diálogo, un cambio de mirada del adversario y ello ciertamente generará temores y exacerbará “la función defensiva”.
¿Cómo liberarnos de ese discurso estigmatizador que se aloja en cada uno de nosotros y nos somete? ¿Estaremos preparados?